miércoles, 7 de agosto de 2024

Café de Hansen (8-Genoveva del Campo-2da parte)

 



Tomasa, con sus pocas fuerzas, servía la mesa y los pasteles. Doña Emilia, para colaborar, le acercaba los platos. De paso, vigilaba a Genoveva que parecía alborotada y fuera de control. Ella no era igual que las otras jovencitas. Por lo menos así lo veía Emilia.

Después de tomar el té, Nieves se puso a tocar el piano. Las demás cantaron canciones vienesas y hablaron de admiradores cercanos.

−¿Y Conrado? –preguntó Elena.

−Está en la Universidad.

−Ah… claro.

Genoveva, al verlas distraídas, se ocultó detrás de una columna y con la vista fija en las niñas que parecían entretenidas, subió la escalera. En el primer piso buscó la luz de un farol porque el pasillo alfombrado se hallaba oscuro. Los cuartos eran muchos y temía ser descubierta. No conocía la casa; tal vez, debería volver en otra oportunidad, cuando alguien le diera una visión más clara de cómo estaban ocupadas las habitaciones.

“Demasiados cuadros y farolitos con tulipas rojas. ¡Qué mal gusto! Parece un antro de mujeres fáciles”, pensó temblando.

−¡Qué busca en el primer piso! –escuchó una voz y se quedó inmóvil, de espaldas −. ¿Perdió algo?

−El toilette –respondió con debilidad.

−El de las visitas está abajo, por el pasillo que va al living. ¿Cómo se le ocurrió que podría estar acá? –la reprendió Tomasa, quien venía a ofrecerle un coñac a don Amadeo−. ¡Baje rápido antes de que la vea doña Emilia! –la retó con desconfianza.

−Tomasa… −alguien llamó.

La criada se quedó petrificada ante la evidente presencia de doña Emilia y empujó a Genoveva dentro de un armario donde guardaban los trastos.

−Señora –respondió acomodándose el pelo y la ropa.

−Qué haces acá, está llegando la gente que viene a buscar a las niñas: padres y hermanos. No puedo sola.

−Es que vine a ofrecerle un coñac a don Amadeo. No se preocupe. Ya bajo. Usted descanse. ¿Por qué no se recuesta un poco que yo me ocupo de las visitas?

−Diez minutos, nada más. Me duele la cabeza.

Emilia se fue a su cuarto porque dormían en habitaciones separadas. Para descansar nunca se ponían de acuerdo: uno tenía frío y el otro calor, a él le gustaba leer hasta tarde y doña Emilia quería permanecer a oscuras, en silencio, para escuchar cuando regresaba Conrado de las salidas nocturnas. Eso la preocupaba demasiado y el corazón le latía fuerte, con intensidad y desbocado.

Tomasa agarró de un brazo, con brutalidad, a Genoveva y la arrastró por el pasillo espejado rumbo a las escaleras.

−¡Despacio! ¿Quién se cree que es? ¡Me lastima!

−¡No me hable! ¡Impertinente! Mocosa atrevida. ¿Quién la educó a usted?

−¡Más respeto! ¡Usted es una sirvienta! –le gritó con soberbia.

−Sí, pero honesta y fiel a mis patrones.

−Bah… −exclamó Genoveva con cinismo y se arregló el vestido. Nadie vio la escena porque las jóvenes se hallaban en el zaguán recibiendo a las familias.

Genoveva del Campo miraba de lejos; a ella nadie la había venido a buscar. El lugar se despejó pronto y sólo quedaron Andrés Rosas y Nieves, más atrás Elena intentando colocarse la capa de piel. Su primo, por orden de los padres, la había pasado a recoger. Mucho no le creía, pero debía obedecer. Ya lo conocía. Llegar a la casa de Nieves de improviso era su propósito.

 

“En la tristeza todo se vuelve alma”.

                Ernesto Sábato.

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CAFÉ DE HANSEN
-----------------Lo de Hansen, Los tiempos viejos, El tango, Los compadritos, La rubia, El caballero negro, Café con aroma de mujer.




Imagen que pertenece al Café de Hansen en el 1900, Buenos Aires.
Allí se reunían, en la noche, todo tipo de personas y se tocaba el tango,
pero estaba prohibido bailarlo.
Asistían hombres que se disputaban el amor de "mujeres de la noche"
y había una rubia que, según las leyendas, era famosa.

***
Hasta acá llegué con los capítulos.
Gracias por acompañarme.
Si alguien está interesado en la novela la pueden encontrar en Amazon.
Ya alguna persona, aburrida de su triste vida, me puso una estrella
al otro día de publicarla.
Un beso a todos.


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