Auguste volvió de Windsor y le contó a su esposa, aterrorizado, que se había encontrado con un caballero fantasma; al parecer era el espectro de un joven cazador llamado Herne que se había suicidado después de caer en desgracia. Isabel no sabía si creerle porque su marido siempre fue un escéptico con respecto a esos temas. De todas maneras, ambos debían libertar esas ideas porque terminarían enajenados por el miedo.
Ella le habló de su tío Baldomero y de la cruz que encontró sobre su cama.
---Os diré lo que haremos. Iremos en su busca…
Isabel quería recuperar el crucifijo, pero encontrar a su tío era imposible; aquello fue una revelación mística de alguien superior, debía dejar todo en su lugar. Le salvó la vida a Baldomero y eso era lo único importante.
Después de resignarse a la pérdida, se fue a trabajar a Hampton Court.
---¡Llegasteis tarde! ---le gritó una mujer que no conocía.
---Perdonad mi error, no volverá a suceder. ¿Quién sois?
---La gobernanta de la pequeña Isabel, lady Shelton y mi esposo es sir John Shelton; él está a cargo de la guardia de la princesa.
Isabel Law otra vez relegada a último lugar en el momento que más deseaba cuidar a un niño.
---Sabéis que vuestra reina está condenada a muerte.
---¡No! ---respondió acongojada después de haber escuchado esa noticia miserable e injusta.
---Catalina de Aragón también ha fallecido en soledad, con el sufrimiento de ser despreciada por el rey y amada por el Pueblo.
Isabel, después de esas verdades, quería desaparecer porque creía que nada la retenía en el palacio. Sentía la humillación de las reinas y estaba pagando el precio del depredador mayor, porque sabía que esas muertes eran también su derrota y la enfermedad del siglo. Con llanto en los ojos, comenzó a ordenar el cuarto real; vio el vestido de Ana apoyado sobre un sofá color púrpura frente a un gobelino auténtico. Intentó acomodarlo para ocultar el rastro de sangre que el encapuchado había dejado sobre la tela, pero el traje estaba completamente limpio.
Lady Shelton la miraba con obsesivo deseo de averiguar cuál era su propósito.
---¿Qué buscáis? ---le preguntó.
Isabel, enredada en su historia dramática, le parecía que un vendaval se le venía encima. Temía que la gobernanta sospechara de alguna traición. Ella era incapaz de odiar a nadie por terror a que leyeran sus pensamientos.
---Un asesino ensució el vestido de la reina y huyó… Es la muerte, lady Shelton, que persigue a los licenciosos para darles fin. Puede parecer una utopía pero lo mejor es estar atenta.
Lady Shelton no paraba de reír porque pensaba que la mujer estaba loca. El exceso de confianza había paralizado su cerebro y los relatos de horror del siglo XlV la habían convertido en una vidente hechizada.
---Creedme, por favor ---decía Isabel con lágrimas reales.
La gobernanta la invitó a tomar una bebida espirituosa que tenía en una jarra y le contó que los verdugos están en las Torres; no pueden ser vistos por las cámaras de los reyes.
---No temáis tanto, estáis a salvo.
Isa olvidó las reglas y la abrazó en un acto instintivo de alguien necesitado de afecto. Lady Shelton la veía tan desvalida que se dejó llevar por esa amistad pura, alejada de la falsedad de los superiores y de Enrique VIII y su insufrible carácter.
La señora Shelton, desde ese momento, cada vez que oía el nombre de Isabel experimentaba una sensación de alivio y de compañía. Durante mucho tiempo evitó que Enrique VIII las viera juntas por temor a caer demasiado hondo y llegar al enojo del rey, a esos arranques de cólera que le duraban días enteros.
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