San Juan era obispo de Roff y Tomás Moro el gran canciller del rey. Ambos fueron decapitados por Enrique VIII por desaprobar su divorcio con Catalina de Aragón.
Tomás Moro, al subir al cadalso, entregó una moneda de oro al verdugo diciéndole que ese era el día más feliz de su vida porque iba a recibir el premio de la eternidad.
Mientras tanto, Ana Bolena había perdido su embarazo y una nueva joven se había instalado en su cámara como fiel servidora. Se llamaba
Juana Seymour y ya era la preferida de Enrique, quien conocía perfectamente a Edgard, el hermano, que era su escudero.
La reina Catalina , que estaba recluida en el castillo de Kimbolton , cerca de Huntingdon , se encontró en peligro de muerte por su delicada salud. Envejecida y sin fuerzas aparentes, mostró su templo de soberana digna y amada. Con sus estatuas de Santa Bárbara, Santa Margarita y los crucifijos de plata y oro convivía a diario sin imaginar las frustraciones de su esposo y la búsqueda constante de ese varón, objeto de sus desvelos.
Miguel da Sá dijo que Catalina entregó su alma a Dios el 7 de enero de
---¡Sois la reina! ---gritaron y se rindieron frente al ataúd.
Después de que Ana Bolena abortara a su tercer hijo, la relación del rey con Juana Seymour adquirió una matiz diferente. Ya nada quedaba por hacer más que entregar su destino en brazos de una mujer que le diera lo que más deseaba en su vida. Para ello debía una nueva forma de culpabilidad, un ardid para desprenderse de Ana y rendirse ante los encantos vírgenes de la doncella. Juana era muy virtuosa, amable, de tez blanca y temperamento tranquilo. Una persona sin manchas ni rumores que preparaba el camino a la eternidad aferrada a ideas antiguas.
Ana Bolena fue arrestada en Greenwich , acusada de adulterio y de incesto. Más tarde, los soldados la llevaron a
William Kingston, el condestable de
La muerte de Ana Bolena era la solución lógica para la desazón del rey Enrique VIII .
Isabel Law resultaba ser un navío que se perdía de a poco, sin conocer la muerte de su reina Catalina ni la desgracia de Ana. A ella, la frustraba la vida cenicienta y ese marido esculpido a mano por algún artista ebrio. Sólo le quedaba pensar en un enigma. ¿Quién era el hombre de la caperuza marrón? Seguramente, se trataba de la imperfección de la muerte simbolizada frente a quienes sufrían los horrores de ser prisioneros.
A Isabel le pareció escuchar de nuevo el sonido de los metales oxidados; Sin embargo, un rostro de barba blanca la miraba a través del cristal. Ella se halló dormida. El desconocido, envuelto en un manto, entró a la habitación que se encontraba herméticamente cerrada y colocó una cruz sobre la almohada de Isa; luego, despacio y en silencio, se marchó por la callejuela cubierta de lodo.
¿El hombre disfrazado de verdugo tendría barba rubia, cabeza calva y vientre abultado?
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