miércoles, 31 de julio de 2024

Café de Hansen (5-Fermín Olivera-1era parte)

 


5-FERMÍN OLIVERA

 

 

−No lo puedo creer, Fermín. Es algo que no se puede describir con palabras porque no alcanzan. Las busco y no las encuentro.

−Cuéntame mejor –le dijo Fermín Olivera a su amigo Conrado al otro día en el mismo lugar donde se encontraban para tomar unas copas. Las salidas nocturnas de siempre, las que tanto molestaban a sus padres.

−Ella estaba allí, rubia, llamativa y deslumbrante. Jamás había visto a una mujer así. ¿Te das cuenta, Fermín?

−Bueno, amigo, en todo Buenos Aires debe haber miles. No tiene por qué ser tan única. Capaz que es casada y mayor. Ahora las mujeres se cuidan y parecen de treinta.

−Un hombre la acompañaba, eso es verdad. Lo raro es que en mitad de la obra se levantó y se fue. Me llamó la atención. Es que con mi madre, Elena, y toda la familia tuve que disimular y hasta me alejé del palco en un momento para ver dónde estaba. ¡Qué loco! Lo pienso y no lo creo, es que no me reconozco.

−Calma, amigo, calma. ¿Tú no amas a Elena Aldao? ¿Me equivoco?

−No, Fermín. Pero… ¿qué voy hacer? Es una buena muchacha, ideal para casarme y para formar una familia.

−Es que sino la amas serás infeliz toda tu vida.

−No creo, me acostumbraré.

−Y entonces, ¿por qué buscas a la rubia?

−No sé.

Conrado estaba tan confundido que se había olvidado que era viernes y que al otro día tenía la cena en su casa con Elena y los suegros. Fermín intentaba normalizar la situación porque los arrebatos de su amigo, que desconocía, lo dejaban al margen de todo razonamiento lógico. Iba a casarse porque era su obligación ante una sociedad que “exigía” cumplir con la vida: esposa, hijos, hogar… Pero luego iba en sentido contrario: diversión, mujeres, amores. Fermín no entendía, es que él ya tenía treinta y cinco años, nunca había estado enamorado y debía atender a una madre en silla de ruedas que le reclamaba su presencia todo el tiempo. Él podía estar en la casa porque había heredado los campos de su padre que tenía alquilados, eso le daba un respiro y se quedaba horas cerca de ella para complacerla. Pero doña Juana lo trataba como un niño.

−No salgas que hace frío y te puedes enfermar. ¡No quiero ver gente enferma! ¿Qué hacemos después?

−Soy grande, mamá, me sé cuidar…

−¡Nada! Acá yo necesito atención y si no estás tú ¿quién?


Así Fermín prefería quedarse antes de escuchar tantos reproches y ver malas caras. El egoísmo de su madre era inmenso. Sólo podía salir de noche cuando ella se iba a dormir, asistida por una de sus tantas cuidadoras. Como tenía mal carácter, Fermín había buscado una señora para cada día de la semana. De esa forma no se cansaban y podían hacer mejor el trabajo. No contenta con eso, doña Juana las retaba porque se comían el dulce o las tortas de fresas que ellas mismas horneaban… Sus limitaciones la tenían mal; había sido una mujer que frecuentaba lo mejor de la alta sociedad, pero una caída la había dejado postrada. Fermín era su único hijo, y parecía que iba por el camino de la soltería.

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CAFÉ DE HANSEN
----------------------Lo de Hansen, Dama de Noche, El caballero negro, Los compadritos, Los tiempos viejos, Buenos Aires.

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