domingo, 21 de julio de 2024

La abuela francesa (Eduardo-1895-4ta parte)

 



Nicolás Chabot ya había crecido y su madre, cual Celestina, le buscaba novia porque deseaba convertirse en abuela. El joven era demasiado huraño y no aceptaba las bromas, pero sabía muy bien lo que quería y no tardó demasiado tiempo en encontrar a la muchacha de sus sueños. Tal vez, no fuera tan romántico; en realidad, nadie adivinaba lo que podía llegar a sentir porque era impenetrable y apático, pero esa postura no fue un obstáculo para alcanzar su objetivo.

Ella se llamaba Carlota Santa Cruz, de modales bruscos y autoritaria, quería manejar los intereses de la familia. Su frivolidad cansaba al más pacífico caballero; no era mala pero le gustaba salir, viajar y asistir a las tertulias. Buscaba afuera la paz interior. No paraba un minuto y perseguía el dinero con un amor místico que exasperaba los ánimos del pobre Nicolás que la quería ciegamente; pues era demasiado astuta y podía convertirse en una mujer dulce y amable para lograr su propósito y concretar sus ambiciones materiales.

Después de la luna de miel se instalaron en la finca. El ambiente tórrido dejaba al descubierto las miserias de esa desconocida que reinaba en un lugar que no le pertenecía porque Melanie era la dueña.

El criado Jeremías admiraba sus formas detrás de las cortinas y soñaba que Carlota se convertía en una lavandera negra con turbante. Obviamente, estaba necesitando una mujer que le diera su propia familia; eso lo descubrió una tarde, en el sótano, cuando Carlota bajó a buscar cerveza del tonel. La muchacha colocó la jarra en el piso al lado de la barrica y abrió la espita; el líquido comenzó a salir y se hubiera derramado en su totalidad si no fuera porque Jeremías, que entró a tiempo, cerró la canilla. Ella se había asustado al verlo en ese lugar porque se movía como un mimo y gesticulaba bajo la bruma con brincos y gritos indecorosos que le causaron repugnancia. El sirviente la imaginó tan oscura que se enamoró y esa pasión fue alimentada día a día por una historia irreverente que él se encargaba de hilar en su memoria, donde el sexo era el instrumento que lo manipulaba y hacía de Jeremías un títere. Carlota nunca se dio cuenta porque estaba presa de su ciencia y en un mundo de coplas y de irrealidades. No podía dominar las horas, a veces le faltaban y otras le sobraban porque su cabeza iba más rápido que ese tiempo en busca de progreso elemental.

 

 

El R. Manuel Quintana asumió la presidencia el 12 de octubre de 1904. Era un hombre de edad avanzada y su candidatura surgió como una transacción entre los oficialistas. Cuando falleció en 1906 el vicepresidente Dr. José Figueroa Alcorta se hizo cargo de la Nación hasta el año 1910.

En su gobierno los exaltados anarquistas recurrían a las bombas y a los atentados terroristas que causaron víctimas; las ideas extremistas se arraigaron entre los obreros, mal retribuidos, y con muy pocas leyes que los favorecían en un país caótico.

Los días avanzaban a paso decidido…

Melanie regresaba a la casa, después de cumplir con sus obligaciones, con los ojos cansados y el corazón de fiesta; iba a la cocina y mientras ayudaba a sus hijas con las mermeladas de duraznos y de ciruelas las aturdía con los comentarios sobre los desvalidos del hospital, la construcción del colegio católico y la iglesia que se había levantado con su aporte benéfico; casi en su honor, pensaba ella de orgullosa que estaba por haber sido útil.

Eduardo era el que recompensaba su esfuerzo y seguía sus pasos. El niño era muy talentoso; escribía con pluma y tinta de varios colores en letras góticas y de una manera exageradamente perfecta para su edad. Se destacaba en matemáticas y componía muy bien los relatos sobre la vida del campo, describía con minuciosidad la conducta de chicos perversos o mal educados que se burlaban de los ancianos, coloreaba con palabras bellas la vida de los pájaros, las jornadas de caza y la suerte de los mendigos. Siempre dejaba una moraleja al final.


En el colegio de curas la actividad comenzaba a las seis de la mañana con las oraciones del desayuno; la tarde transcurría en orden, muerta como los mismos santos, y terminaba cuando Patricio tocaba las campanas de las siete; esa era la hora del acto de perdón para santificar el alma y prepararse para una supuesta vida mejor, con resurrección incluida.

Eduardo no soportaba el claustro con sus corredores helados, el olor a incienso y azucenas, el susurro de los monjes y las paredes llenas de cruces. Observaba el altar con un Cristo de mirada húmeda, según las devotas creyentes, y trataba de rezar el rosario pero muy pronto se perdía en aventuras, donde los recuerdos del campo se mezclaban con las citas de la Biblia. Todo lo asimilaba con rapidez para acabar con el martirio, porque los sermones de palabras en latín lo adormecían y se despertaba reclinado sobre los bancos de madera oscura. Cuando caminaba por la galería se encontraba, de improviso, con los huérfanos y abandonados que vivían allí desde pequeños. Los jóvenes hacían labores domésticas ya que no había mujeres; algunos tenían la palidez de los religiosos y ese andar de solterón reprimido. Sus rostros de loza se mezclaban en las salas del colegio y nada resultaba más tedioso que verlos sentados al sol cuando contaban las horas de su monótona existencia.

Eduardo estaba cansado, no creía en los milagros ni en las virtudes de la Historia Sagrada.

Un día miró la cúpula de los árboles, desde los que tantas veces subido a las ramas había espiado la ciudad con una curiosidad aberrante, y se escapó del lugar.

Jamás volvió a pisar el monasterio.

¡Iustus est Domine…!*

 *

*¡Justo eres Señor…!

LA ABUELA FRANCESA
-----------------------------Patria, Los inmigrantes, Francia, Los indígenas del sur argentino, Los inventos, Suiza, La lucha femenina.


Hasta acá, por el momento, llego con los capítulos de mi querida bisabuela Melanie, la saga de la familia de inmigrantes que llegó de Suiza a América buscando una tierra fértil para sobrevivir, y con la esperanza de hacer de este país-Argentina-una patria grande.

Gracias por estar siempre.

 

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