martes, 23 de julio de 2024

Café de Hansen. (1-Conrado Iriarte-2da parte)

 


La madre, que había escuchado la conversación, subió rápidamente al balcón donde se veía un infinito con las farolas encendidas que salpicaban con su luz los techos rojos. En la noche cerrada, acostada en la bruma, Conrado se subió a una galera y partió velozmente.

Emilia Paz y Bustos como se aburría mucho se puso a bordear un mantel con flores amarillas y rosadas. El rojizo resplandor de la llama le daba en el rostro. La hora de la cena se retrasaba. Tendría que ir a la cocina a preguntarle a Tomasa. Por una extraña razón, las salidas de Conrado la tenían preocupada e inquieta; Sabía que no debía hacerse problemas. Su corazón era débil y estaba demasiado cansada. Se había vuelto grande y hablador porque lo sentía palpitar por las noches cuando se recostaba. Cualquier ruido la asustaba; a veces, se oían tiros a la distancia y entonces el temblor de su cuerpo era mayor. Se levantaba y, entre las sombras del pasillo, con una vela, iba a mirar si Conrado se hallaba durmiendo. Abría la puerta despacio y si lo veía la cerraba con el mismo sigilo. Lo que la aturdía era todo lo contrario; si no estaba el corazón le galopaba en el pecho como un corcel atrevido y huraño.

Eran los hombres de la época.

Se recostó antes de ir a hablar con Tomasa y soñó con un hecho pasado en la tapera de los puesteros en el campo de su padre hacía muchos años, cuando ella era pequeña:

Sobre el mantel donde reposaba la yerba y el mate, dormía la cabeza de Roque sobre un manto de sangre... La mirada del hombre se apagaba mientras contemplaba por la ventana la bandada de teros. Lina yacía sobre la mesada de ladrillos centenarios que Roque había construido. Todavía sostenía la cuchara de madera con la que revolvía la sopa de zapallo unos minutos antes. En medio de ambos, rígido, un hombre vestido de gaucho, con la cabeza envuelta en un gorro de lana y un pañuelo azul al cuello, los miraban. Llevaba una rastra llena de monedas, que le había robado al padre de Emilia, y botas de potro.

Ese mal recuerdo la despertó sobresaltada. Eran los miedos que acudían a la cita. La calle de noche era insegura, aunque su hijo fuera un hombre. Lo mejor sería que se casara pronto y que hiciera vida de hogar. Elena Aldao era una mujercita perfecta, demasiado callada para el gusto de Conrado, pero no podía dejar de enamorarse de su docilidad, belleza y excelente conducta.

Emilia bajó las escaleras medio mareada por la pesadilla que tuvo. No eran horas de dormir. Tomasa se encontró con el copón de sopa parada en la puerta del comedor y don Amadeo y Nieves sentados a la mesa.

−¿Está bien, madre? –preguntó la joven.

−Sí, me quedé dormida con el bordado.

-¿Y Conrado?

−Se fue a la calle, como siempre –respondió de mala gana Amadeo porque esa vida para su hijo no le gustaba.

−¿Dónde vas? –preguntó Nieves con inocencia−. Tiene que recordar que nos debe una salida a la ópera a mamá, a Elena ya mí.

−¡Qué ópera! Ni se acuerda de eso. Tendré que llevarlas yo mismo. Me crispa los nervios ese hijo mío.

−¡Por favor, estamos cenando! –agregó doña Emilia a quien no le gustaban los reproches a la hora de comer porque después tendría que ir por su agua de limón y las pastillas para el dolor de cabeza.

El ambiente se tornaba tenso cada vez que, por las noches, debían sentarse a la mesa los tres solos porque siempre surgía el mismo tema de conversación: la calle, los peligros, las malas influencias, los arrabales, el enemigo que podía cargar cualquier rostro. . y que acechaba para atacar a jóvenes de alta sociedad oa orilleros que se peleaban por una mujer.

−¿Traigo el postre? –preguntó Tomasa con miedo.


−¡Para mí no! Me voy al despacho a leer el diario –respondió Amadeo de mala gana. Nadie le quitaba el malhumor que le causaba la impotencia de no poder corregir la conducta de su hijo. A la mañana, debía ir al hospital por las consultas que tenía pendientes, y le hubiera gustado que Conrado fuera para que comenzara de a poco a interesarse por las distintas patologías, pero el “señorito” tenía que dormir porque llegaba casi de mañana de las juergas. A la tarde, iba a la facultad y se las ingeniaba para estudiar por el camino a la Universidad. En eso tenía talento. Amadeo no lo entendía, pero no podía recriminarlo porque siempre aprobaba los exámenes con altas calificaciones.

Emilia no le dijo nada, pero sabía de la incomodidad de su esposo y en eso acompañaba. No le gustaba la oscuridad de los barrios, porque esas sombras callejeras se transformaban en enemigas con el alcohol, el cigarrillo, la policía que con sus rondas atrapaba a los “rateros”. Un universo impeensado que Conrado traía a la preocupaciones de los padres y que, con eso, ellos lo consideraban un ingrato.

 

Creo en las negras nubes que amenazan…

                        Felipe Aldana.

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CAFÉ DE HANSEN
------------------------Lo de Hansen, Dama de noche, El caballero negro, Los compadritos, El tango, El amor menos pensado.

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