La
cama estaba deshecha. En un rincón se encontraban tirados los pantalones, la
camisa y el sweater formando una pequeña pila en el suelo. La puerta del baño
estaba cerrada y de allí provenía el ruido del agua que corría como si hubieran
dejado, por algún apuro, la canilla abierta. Por la ventana entraba el frío de
ese invierno cargado de abandono.
Sobre
la cama estaba Salvador con su pijama negro. Dolores se reclinó y le tomó el
pulso. Estaba muerto. Un revólver se hallaba sobre la alfombra. Dolores dio un
paso atrás…
−Tiene
una herida en la cabeza, en la parte posterior −aclaró Roberto.
−Se
suicidó −contestó Dolores con cierta frialdad.
−Lo
mataron −continuó Roberto−, porque no puede haberse suicidado. El tiro está en
la nuca.
Movieron
la cabeza, con total indiferencia, hacia un lado y allí estaba el orificio de
la bala, donde la columna vertebral se une con el borde del cráneo.
−Tenemos
que ocultar todo −dijo Dolores.
En
medio de tantas conjeturas, escucharon un gemido. Era Salvador que todavía
permanecía con vida. Se asustaron y para esconder algún vestigio de sospecha
llamaron a la ambulancia para trasladarlo a terapia intensiva del mejor
hospital de la ciudad.
−Pobrecito,
se quiso suicidar −gemía Dolores tratando de fingir su angustia lo mejor
posible−. Estaba deprimido, era muy paranoico.
La
policía no tardó en llegar alertada por los vecinos que se hallaban al borde de
las rejas. Eran una multitud. A Salvador ya se lo habían llevado.
−¡Quién
los llamó! −gritó Roberto.
−Dejen
actuar a la justicia.
La
policía tomó el revólver que estaba en el piso. Al parecer no tenía huellas
digitales pero faltaban pruebas.
−Se
quiso suicidar. ¡Pobrecito! −repetía Dolores−. Pero está con vida todavía, lo
traeremos pronto a casa. Por favor, retírense que tengo niños pequeños. No
quiero que los vean, sean tan amables.
−Pero,
señora, usted no entiende… A su marido, en apariencia, lo quisieron matar, o
tal vez intentó suicidarse. No lo sabemos, tenemos que investigar. No ponga
obstáculos. Nos llevaremos el revólver.
−¡No!
El
agente tomó el arma y la colocó en una bolsa transparente y luego clausuró la
habitación de Salvador.
−¡Él
está vivo! −gritaba Dolores−. Se quiso suicidar, por favor entiendan…
−Es
usted la que no entiende, todo resulta ser tan sospechoso; nosotros tenemos la
obligación de investigar.
−¡No!
Dolores
se fue hacia el living y volvió con la cartera, tomó un sobre y le colocó el
contenido en el bolsillo del agente de policía.
−¡Qué
hace!
−Usted
me interpreta, ¿no?
−Mamá,
déjalos que ya nos arreglaremos. Ahora tenemos que ir para el hospital. Después
veremos que hacemos con esta situación y todos los formalismos.
El
hecho resultaba ser demasiado enigmático. Dolores decía que Salvador había
querido suicidarse, Roberto que lo habían intentado matar y la policía no podía
agregar nada porque cuando llegó ya se habían llevado el cuerpo. ¿Estaban
ocultando algo o se encontraban en estado de shock?
Antes de retirarse, los agentes policiales interrogaron a Susan: la mucama.
−Él
estaba muy triste pero no imaginábamos que pudiera hacer algo parecido. Dios
mío, es una verdadera pesadilla.
−Conoce
este revólver, lo vio en algún momento. ¡Por favor! No tiemble y colabore…
−Nunca
vi el arma −contestó Susan, aunque recordaba bien aquel día que encontró un
revólver debajo de la almohada de Roberto. Ella no estaba mintiendo para
encubrir a nadie, el arma no era la misma y Susan se dio cuenta apenas la vio.
Seguramente, la verdadera estaría oculta
en la caja de seguridad o en algún otro sitio seguro de la casa.
−El
suicidio es la cosa más estúpida que alguien puede hacer. Nunca piensan en los
demás, sólo en sí mismos. Despejen el lugar −le gritó el agente a la multitud
de personas que se agolpaban en la puerta frente a las rejas de hierro.
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