lunes, 29 de julio de 2024

Café de Hansen (4-Águeda-1era parte)

 


4-ÁGUEDA

 

 

Conrado, después de dejar en su casa a Elena Aldao, a quien despidió con un beso en la mejilla, pensó en irse como siempre a recorrer la ciudad nocturna. Todavía era demasiado temprano y aquella mujer enigmática lo había dejado impresionado. A tal punto que decidió ir a la casa de su amigo Fermín Olivera. Seguramente, estaría leyendo en la planta alta de su mansión de Belgrano y Sarmiento. Con él salía todas las noches, pero esta vez le había comentado que tenía que llevar a su familia a la ópera. Lo invitó para deshacerse un poco de Elena, pero no quiso. No le gustaba mucho ir al teatro rodeado de mujeres que hablaban mal de otras. Es que así eran; a los hombres no les importaban las cosas triviales.

Llegó a la mansión, pero la luz estaba apagada. Entonces, le dijo al cochero que volviera para su casa. Se iría a dormir temprano pensando en una cabellera rubia y en unos ojos oceánicos.

Se paró en seco al presentir que no estaba solo en el comedor. Había alguien en la cocina. ¿Tomasa? Quizá, estuviera preparándole algún brebaje a su madre. Tal vez, la criada estuviera enferma. Conrado irrumpió en la estancia, ansioso por saber si algo marchaba mal.

Al débil resplandor de una vela y del fuego escaso de la chimenea, vio a Nieves. Se encontraba abrigada con su chal y con una taza de té en las manos.

−Soy yo, no te asustes.

Conrado avanzó hasta que el resplandor dio de lleno en su rostro.

−¿Qué haces acá sola?

−Estuve tomando un té con mamá, pero ella se fue a descansar. Yo me quedé pensando, es bueno estar sola con el silencio. A veces, se encuentran las respuestas. ¿Quieres té o café?

−Café.

−Qué bueno que regresaste temprano, hermanito. A mamá le hace mal que estés de fiesta todas las noches por esas “calles de Dios”.

−Me divierto un poco. La vida es corta y soy muy joven. Ya va a llegar el día que tenga que quedarme dentro de casa con hijos chillones y una mujer obesa.

−¡Oh, qué feo! ¡El matrimonio no es eso!

−¿Tú sabes? ¿Y qué es?

−El amor que se desborda…

−¡Qué romanticismo que me empalaga, propio de las mujeres-niñas como tú! ¿Qué me dices de ese tal Andrés?

−Nada. Es el primo de Elena.

−¿Y te parece guapo? −le preguntó tomando el café que acababa de servirle.

−No sé. A mí me enamora otra cosa: el carisma, la conversación, la seriedad, la cultura… Si lee libros y si le gusta poco salir. Tú no serías novio mío, seguro –le dijo con una sonrisa.

−No sé a quién te pareces. A nuestro padre. Él siempre fue de una sola novia. Por eso es tan severo.

−Ve a dormir, hermanito. Hasta mañana.


Conrado se quedó solo en la cocina mirando la luna por un costado de la ventana, donde la cortina se hallaba corrida. Hizo millones de conjeturas sobre la mujer maravillosa que acababa de conocer. Tendría que buscarla y su amigo Fermín lo ayudaría. Pero, ¿cómo? Hasta ahora, en todas sus salidas no la había visto nunca. Quizá, estaba casada con ese hombre que parecía más un agente de seguridad que otra cosa. Como si ella fuera una actriz exitosa y tuviera demasiados hombres alrededor que la cuidaban para que nadie la atropellara. ¿Sería una famosa?

Conrado se fue para el cuarto y cerró con llave. Miró otra vez la luna por la ventana y el romanticismo de Nieves, tan cursi para él, le vino al alma y le apretó el corazón. ¿Eso era amor? Si lo era, en verdad no lo conocía y se parecía mucho a lo que su hermana le había contado. ¡Qué tonto! No sabía nada de aquella mujer fantasma; no podía amarla. Eso era un absurdo total.

−¿Conrado estás ahí?

−Sí, madre.

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CAFÉ DE HANSEN
-------------------Lo de Hansen, Dama de noche, Los compadritos, El tango, El caballero negro, La luna.

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