martes, 30 de julio de 2024

Café de Hansen (4-Águeda-2da parte)

 

Al otro día Emilia Paz y Bustos se fue a ver a la abuela Águeda, su madre.

Águeda vivía del otro lado de la ciudad en una casa enorme de dos pisos con ventanas rectangulares y cerco de espinos. Solía sentarse frente a la ventana en lo alto para observar la calle, los carros, algún gato callejero. La señora Ada la cuidaba bien. Desde que habían venido del campo, junto a su padre, había salido solamente para ir a misa y luego, cuando murió el esposo, al cementerio.

−Qué gusto señora Emilia.

Ada la llevó por un pasillo en penumbras, por dos salones y junto a una escalera para llegar a la sala-biblioteca. En el centro del lugar se destacaba un sofá de terciopelo verde y dos sillones más pequeños con tapizados y arabescos. Los estantes estaban cargados de libros. Por la ventana, donde Águeda solía sentarse, se veía un castaño.

−¿Le sirvo un café, señora Emilia?

−Sí, gracias. ¿Y mi madre?

−Está arreglándose. Usted sabe lo coqueta que es…

La abuela se acostaba con un camisón distinto todos los días, se ponía perfume y se pintaba los labios. Decía que lo hacía porque podía morir dormida y entonces quién la encontrara no tenía mucho trabajo por hacer. Ya estaba lista para el velatorio. Excentricidades de la abuela diría Conrado.

Aquella casona le traía demasiados recuerdos a Emilia: la adolescencia, la juventud, los gritos de su padre cuando no le gustaban los pretendientes, muchas peleas por dinero y herencias.

“La plata divide…”

−Hola, nena.

−Mamá, espere que la ayudo.

−¡Yo puedo sola! –gritó la abuela Águeda con su carácter difícil y se acomodó, después de muchas vueltas, en el sofá más grande. La miró a su hija por encima de las gafas y le dijo:

−Tú no estás bien.

−Bueno, mamá, acá yo vine a verte a ti, a saber sobre tu salud, no a que me juzgues y a que me reproches mi aspecto o mi cara de cansada.

Emilia sintió una sensación de soledad parecida al del abandono infantil. Tal vez, eso se reflejaba en sus ojos y su madre reaccionaba de esa forma, tratándola como una niña.

−¿Y mis nietos? ¡Son tan ingratos! No vienen nunca. Así abandonan a los viejos. Yo tendría que estar viviendo en la casa de ustedes. No acá sola con extraños.

−Bueno, nunca quisiste ir a casa cuando murió papá.

−¡Porque era joven! –gritó enojada.

−Ay… siempre me haces difícil las visitas. ¿Por qué eres así conmigo? Yo no estoy bien, tú lo dijiste, pero siempre trato de complacer a todos. Es imposible conformar a los demás cuando uno mismo se siente débil y desprotegido. Perdona que te diga esto, pero tú me obligas.

−¿Y el tonto de tu esposo? Es él el que te tiene que cuidar.

−Lo hace, mamá, lo hace…

−No parece…

Emilia se puso de pie. El egoísmo de Águeda le daba palpitaciones. Pensó que no hubiera podido, en esas condiciones, vivir bajo el mismo techo. No, ahora.

−¡Ya te vas!

−Tengo mucho que hacer, mamá.

−Siempre igual –se quejó.



Es que no se daba cuenta que, con su actitud, alejaba más a su hija y a sus nietos que casi nunca la iban a visitar. No lo hacían porque al verlos comenzaban los reproches, uno tras otro, y si bien tenía razón, la abuela carecía de filtro y dejaba a la luz ciertas miserias humanas que resultaban abrumadoras.

−No se preocupe, señora Emilia –dijo Ada−. Vaya tranquila, ya la conocemos a la abuela. Hay que estar en su lugar. El paso del tiempo también nos arruga por dentro.



“El porvenir me inquieta…”

              Gustave Flaubert

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CAFÉ DE HANSEN
--------------------Lo de Hansen, Dama de Noche, El caballero oscuro, Los compadritos, El tango, La abuela, Buenos Aires, Los tiempos viejos.

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