viernes, 19 de julio de 2024

La abuela francesa (Eduardo-1895-3era parte)


 

Por esa época, cobró renombre por sus trabajos literarios Gabriel Carrasco con la obra Anales de la ciudad de Rosario de Santa Fe, en Buenos Aires conmovió al mundo de las letras Leopoldo Lugones con su volumen Las montañas de oro (1897).

Ese lugar le pertenecía a los caballeros y existía un cerco, que defendía un sitio e impedía la entrada, entre los que estaban en la urbe y los asilados en las pampas lejos del progreso.

El partido Autonomista Nacional sostuvo la candidatura del general Roca para su nuevo período 1898-1904.

La población, de tendencias democráticas, aspiraba a una eficaz reforma de las leyes electorales que permitiera una real vigencia de la voluntad de todos en los comicios.

La fisonomía de Rosario sufrió modificaciones durante los últimos años del siglo XlX y primeros del XX. Por las calles todavía circulaban tranvías a tracción de sangre entrecruzados con las jardineras abiertas durante el verano y cerradas a lo largo del invierno. La gran novedad de 1900 fueron las bicicletas con ruedas de goma que eran consideradas un medio de locomoción barato, liviano y rápido.

Paralelamente, se abrió la primera sala cinematográfica y las familias de clase alta tenían fonógrafos, donde era habitual escuchar: Las Aídas, Los Rigolettos, y Las Lucías. Melanie adquirió uno cuando fue a la ciudad y resultó ser una sorpresa para los campesinos del lugar, no podían creer que ese aparato de madera reprodujera el sonido. Los niños lo bautizaron Toto porque decían que hablaba con voz ronca igual que el negro Jeremías a quien llamaban por ese sobrenombre. Sin embargo, algún necio miró con desagrado la excentricidad que despertó la envidia de aquellos que decían ser amigos de la familia.

Melanie gastaba mucho dinero en viajes, donaciones,  muebles, ropa y ayuda social.

 

 

Una mañana, François se subió al caballo y salió a la intemperie. La chacra estaba desierta y el sol apenas iluminaba los senderos cubiertos de tallos ramosos y junquillos. Frente a sus ojos, el camino rural lo invitaba a cabalgar, siempre lo hacía cuando tenía un rato libre porque quería descargar tensiones y vigilar de cerca los sembrados. En su cerebro apareció enérgicamente el deseo de escapar tras la aventura para borrar las huellas del pasado. Un sopor morboso se adueñó de su cuerpo, fue como una niebla que lo dejó ciego y sordo; con descaro se despojó de la máscara y siguió adelante. Tal vez, la naturaleza le hacía recordar que aquella guerra le había quitado su origen y las horas de una vida.

Tres lechuzas, sobre sus respectivos postes de alambre, lo miraban pasar excitado por una pasión. Las aves, desde sus ojos alarmantes, anunciaban, quizá, un mal mayor.

En un pasadizo, cubierto de piedras cerca de la ribera de un río, se detuvo a descansar porque le faltaba aire en los pulmones. Acobardado por la evocación de su destierro, escuchó gritos de indios. Quiso subir al potro pero estaba acorralado; lo único que pudo hacer fue refugiarse detrás de los peñascos o rocas naturales. Los nativos ya lo habían visto y lo iban a atacar con furia; François no los conocía y se quedó perplejo... Pensó que su pena era minúscula comparada con el rencor de esas personas. El coronel sintió lástima por ellos pero la caridad se transformó, de inmediato, en odio pues los salvajes intentaban arremeter con violencia. Él sacó el arma y disparó hasta agotar las balas del trabuco naranjero de boca acampanada y gran calibre. Los indígenas se asustaron, quizá algunos murieron pero nunca nadie supo con seguridad lo que había pasado.

Los aborígenes ocuparon la vasta llanura uniforme del centro del país cuyo nombre Pampa significaba campo abierto, campo raso. Esas tribus primitivas vivían en toldos de cuero armados sobre estacas; eran alfareros y tejedores y se alimentaban de los animales que cazaban en los bosques. Se llamaban querandíes. También habitaron ese suelo los araucanos provenientes de Chile que primero se establecieron en el oeste y luego se extendieron hacia el este. Eran indios que abrazaban el más alto grado de civilización. Vestían mantas de lujosos colores, sujetas a la cintura y calzaban rudimentarias botas de cuero; usaban adornos de plata sencillos.



Como en los tiempos de Cristóbal Colón no se sabía si esos personajes descendían de razas autóctonas originarias de América o provenían de otras regiones. Predominaba la opinión de que sus antepasados venían de Asia, de Australia y de las islas del Pacífico. Sin embargo, cuando Colón, acompañado por los altos jefes, desembarcó en un archipiélago llamado San Salvador, aparecieron los naturales del lugar, hombres de piel oscura y semidesnudos que miraron con asombro a los navegantes.

El almirante creyó que había llegado a las Indias o a sus proximidades, entonces los llamó indios. Ellos  siempre fueron enemigos de los blancos porque pensaban que habían venido a quitarle sus tierras.

En el sangriento combate de Corpus Christi atacaron a trescientos hombres que don Pedro de Mendoza había enviado a las órdenes de su hermano Diego para someterlos…

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LA ABUELA FRANCESA
----------------------------Patria, Los inmigrantes, La lucha femenina, Los inventos, Los indígenas del sur, La Patagonia rebelde.

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