Por esa época, cobró
renombre por sus trabajos literarios Gabriel Carrasco con la obra Anales de la ciudad de Rosario de Santa Fe, en
Buenos Aires conmovió al mundo de las letras Leopoldo Lugones con su volumen Las montañas de oro (1897).
Ese lugar le
pertenecía a los caballeros y existía un cerco, que defendía un sitio e impedía
la entrada, entre los que estaban en la urbe y los asilados en las pampas lejos
del progreso.
El partido
Autonomista Nacional sostuvo la candidatura del general Roca para su nuevo
período 1898-1904.
La población, de
tendencias democráticas, aspiraba a una eficaz reforma de las leyes electorales
que permitiera una real vigencia de la voluntad de todos en los comicios.
La fisonomía de Rosario sufrió modificaciones durante los últimos años del siglo XlX y primeros del XX. Por las calles todavía circulaban tranvías a tracción de sangre entrecruzados con las jardineras abiertas durante el verano y cerradas a lo largo del invierno. La gran novedad de 1900 fueron las bicicletas con ruedas de goma que eran consideradas un medio de locomoción barato, liviano y rápido.
Paralelamente, se
abrió la primera sala cinematográfica y las familias de clase alta tenían
fonógrafos, donde era habitual escuchar: Las
Aídas, Los Rigolettos, y Las Lucías.
Melanie adquirió uno cuando fue a la ciudad y resultó ser una sorpresa para los
campesinos del lugar, no podían creer que ese aparato de madera reprodujera el
sonido. Los niños lo bautizaron Toto porque decían que hablaba con voz ronca
igual que el negro Jeremías a quien llamaban por ese sobrenombre. Sin embargo,
algún necio miró con desagrado la excentricidad que despertó la envidia de
aquellos que decían ser amigos de la familia.
Melanie gastaba
mucho dinero en viajes, donaciones,
muebles, ropa y ayuda social.
Una mañana, François
se subió al caballo y salió a la intemperie. La chacra estaba desierta y el sol
apenas iluminaba los senderos cubiertos de tallos ramosos y junquillos. Frente
a sus ojos, el camino rural lo invitaba a cabalgar, siempre lo hacía cuando
tenía un rato libre porque quería descargar tensiones y vigilar de cerca los
sembrados. En su cerebro apareció enérgicamente el deseo de escapar tras la
aventura para borrar las huellas del pasado. Un sopor morboso se adueñó de su
cuerpo, fue como una niebla que lo dejó ciego y sordo; con descaro se despojó
de la máscara y siguió adelante. Tal vez, la naturaleza le hacía recordar que
aquella guerra le había quitado su origen y las horas de una vida.
Tres lechuzas, sobre
sus respectivos postes de alambre, lo miraban pasar excitado por una pasión.
Las aves, desde sus ojos alarmantes, anunciaban, quizá, un mal mayor.
En un pasadizo,
cubierto de piedras cerca de la ribera de un río, se detuvo a descansar porque
le faltaba aire en los pulmones. Acobardado por la evocación de su destierro,
escuchó gritos de indios. Quiso subir al potro pero estaba acorralado; lo único
que pudo hacer fue refugiarse detrás de los peñascos o rocas naturales. Los nativos
ya lo habían visto y lo iban a atacar con furia; François no los conocía y se
quedó perplejo... Pensó que su pena era minúscula comparada con el rencor de
esas personas. El coronel sintió lástima por ellos pero la caridad se
transformó, de inmediato, en odio pues los salvajes intentaban arremeter con
violencia. Él sacó el arma y disparó hasta agotar las balas del trabuco
naranjero de boca acampanada y gran calibre. Los indígenas se asustaron, quizá
algunos murieron pero nunca nadie supo con seguridad lo que había pasado.
Los aborígenes ocuparon la vasta llanura uniforme del centro del país cuyo nombre Pampa significaba campo abierto, campo raso. Esas tribus primitivas vivían en toldos de cuero armados sobre estacas; eran alfareros y tejedores y se alimentaban de los animales que cazaban en los bosques. Se llamaban querandíes. También habitaron ese suelo los araucanos provenientes de Chile que primero se establecieron en el oeste y luego se extendieron hacia el este. Eran indios que abrazaban el más alto grado de civilización. Vestían mantas de lujosos colores, sujetas a la cintura y calzaban rudimentarias botas de cuero; usaban adornos de plata sencillos.
Como en los tiempos
de Cristóbal Colón no se sabía si esos personajes descendían de razas
autóctonas originarias de América o provenían de otras regiones. Predominaba la
opinión de que sus antepasados venían de Asia, de Australia y de las islas del
Pacífico. Sin embargo, cuando Colón, acompañado por los altos jefes, desembarcó
en un archipiélago llamado San Salvador,
aparecieron los naturales del lugar, hombres de piel oscura y semidesnudos que
miraron con asombro a los navegantes.
El almirante creyó
que había llegado a las Indias o a sus proximidades, entonces los llamó indios. Ellos siempre fueron enemigos de los blancos porque
pensaban que habían venido a quitarle sus tierras.
En el sangriento
combate de Corpus Christi atacaron a trescientos hombres que don Pedro de
Mendoza había enviado a las órdenes de su hermano Diego para someterlos…
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