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El silencioso grito de Manuela (Cap XVI 2da parte)

 


Los nietos se miraron absortos porque les parecía que Manuela divagaba y que la alegría de verla bien era solamente un sueño. Era cierto que siempre había expresado sus opiniones de una manera extraña, a veces incoherente otras muy frontal, pero el tintineo de sus dientes y el temblor del cuerpo demostraban que algo andaba mal.

-¡Ya no tengo pánico! ¡Qué más puede pasarme! ¡Quiero encontrar a Letizia así esté muerta!-gritó llorando.

-El mundo es inagotable, ¿por dónde vas a empezar?

-No sé -contestó Manuela perdiendo de nuevo la confianza -Nadie sabe qué ocurrirá en el próximo minuto pero es difícil emprender un camino cuando hay tanta fragilidad y desamparo.

Manuela nunca había tenido coraje para enfrentar al resto de la sociedad pero ahora, por una inexplicable razón, necesitaba salir a dar guerra aunque fuera una anciana castigada por el infortunio.

-Letizia tal vez es un susurro o vela las estrellas, descansa igual que un caracol entre las algas como Encarna o ha regresado al cieno. La veo lejana, marchita y callada.

-Bueno, ve a tu habitación y duerme que nosotros la buscaremos -dijo Laura al escuchar a Manuela repetir las mismas palabras ardientes y confusas.

-La abuela siempre se expresa de ese modo, ni ella misma entiende pero sabe, es muy inteligente -contestó Damián; trataba de justificar los pensamientos de Manuela que para él seguían siendo absurdos.

Era imposible leer las ideas de cada uno sin olvidar que se habían educado en un entorno donde todo se limitaba a esperar, donde rondaban los espacios contenidos y los mensajes indescifrables. Demasiada memoria, roces y temores que todo resultaba ácido y sin respuestas. No existía la esperanza a pesar de la juventud y de los días venideros.

-Un buen guerrero es aquel que se sobrepone a las derrotas.

-Pues entonces no abandonaremos las armas y comenzaremos la investigación.

Manuela, en su lecho de anciana que parecía sorda, escuchaba lo que decían en la sala y sonreía… Sabía que el dolor brotaba de la tierra pero creía que todavía no estaba escrita la primera hoja de su último capítulo.

-El final deformó tu discurso, pero yo lo entendí -le dijo Manuela al retrato de Julián.



Toda una vida en continuo diálogo con las fotografías, la magia y la verdad a flor de piel. Manuela era una mujer que no se entregaba a los años ni se abandonaba a dormir como los felinos viejos. La muerte de Julián, sin querer, le había dado algo de fuerza a pesar de su ausencia; sentía que se había quedado sin espalda y a la intemperie frente a los peligros más atroces. Si antes, cuando vivía su esposo, tenía miedo ahora el terror, por lógica, debería haber sido mayor y paralizarla por completo; sin embargo, ella, casi un infante, quería salir en busca de una verdad, quizá, muy cruenta: la muerte que podía enfrentar pero que no aceptaba por más que fuera la más devota de las creyentes.

*
EL SILENCIOSO GRITO DE MANUELA
Eternamente Manuela.
Una madre que no se rinde...

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