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El silencioso grito de Manuela (Cap XIV 4ta parte)

 


La casona estaba iluminada por lámparas de petróleo; se escuchaban las campanas de la iglesia.

-¿Quién habrá muerto?-le dijo Manuela al retrato de Rocío.

Su cuerpo sedentario se tornaba gris e invisible; se acordó de la valija de cuero de su hija, de los ojos de porcelana y de su rostro avejentado por las fuerzas sobrenaturales. Manuela se sentía huérfana en ese espacio helado. Miró hacia el patio; la figura de terracota de la fuente parecía un cuerpo que avanzaba entre las palmeras y el jazminero. No podía entender la destreza de los movimientos de sus brazos que se extendían hacia ella. Cerró los párpados a la magia y al engaño de esa alucinación. ¿Sería su última hora? ¿Alguien la venía a buscar?

Los miedos de Manuela iban en aumento y con ellos la seguridad del peligro. Escuchó su propia voz que hablaba con incredulidad, vencida y apagada; no tenía fuerzas ni para rezar pero se mantenía en pie con el deseo de salir corriendo, con sus enaguas de encajes, a la calle a buscar a Letizia.

Había agua a los lados del camino, árboles que parecían arbustos decorativos. Una mujer con su camisón blanco caminaba rumbo al baldío de las zarzas; allí se perdió entre la vegetación humedecida por la lluvia, con los grillos de la gata Máxima y la soledad de la noche.

Al día siguiente, una silueta que parecía de terracota la encontró casi desvanecida entre el vapor del amanecer y los pilotes. La ayudó a levantarse y la acercó a la puerta de la casa, tocó timbre y desapareció dejando olor a hollín entre sus ropas negras.

Julián, desesperado, la tomó del brazo.

-¿Hombre, dónde estoy? -preguntó Manuela totalmente perdida.

-Por fin has regresado, déjame ayudarte.

-Tú eres demasiado anciano. Eres mi padre, por favor no me retes.

Julián no podía entender qué le ocurría a Manuela. ¿Dónde había estado toda la noche? Ella lo observaba con desconfianza. Al rato dijo:

-Fui a buscar a mi hija.

Manuela había recuperado la memoria como si hubiera sido por decisión propia. Nadie le contestó y se quedaron mirándola con esa pasividad que deja el desconcierto.



-Abuela, cuéntanos dónde está mi madre -le dijo Dolores en voz baja.

-No lo sé. El viento arrastra a los seres a sus moradas pero hay algunos que no quieren regresar. Oyen su silbido y caminan en dirección opuesta.

Los ojos de Manuela brillaban frente a la lámpara de petróleo; se alisaba el pelo, parecía no preocuparle la ausencia de Letizia. En un arrebato miró hacia la fuente donde permanecía la figura de terracota. Sintió miedo; ese terror inmanejable que la torturaba desde pequeña.

*
EL SILENCIOSO GRITO DE MANUELA
Eternamente Manuela
Una mujer inmadura

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