Letizia, en la pensión, vagaba
entre las horas sin ansiedad ni dudas. Miraba los fresnos de la avenida como
algo impalpable; eran columnas que se desvanecían en el cielo. Ella solía
recorrer las veredas; ya no la sorprendía un grito inesperado, el llanto de un
niño, alguna balada que se escuchaba de un ventanal abierto, porque Letizia
estaba dormida en el fondo de su espíritu surrealista.
-Hola Socorro -le dijo suavemente a
la pensionista que se hallaba en la puerta tomando el aire del mar.
-Qué te traes…-le contestó la mujer un tanto molesta por los misterios, pero sabía que pronto se terminaría el enigma del ánima porque era ella la que había puesto el aviso que, reiteradas veces, transmitía la televisión. Evidentemente Letizia no sabía nada, de lo contrario hubiese escapado de allí para hundirse en algún páramo.
-No entiendo qué quiere decir.
-¡Basta! Confiesa, todo sería más
fácil. Necesito saber de dónde vienes, cómo te llamas, por qué actúas de ese
modo…
Letizia, perturbada por el infierno
de esas palabras, escapó a su cuarto y con hosco desenfado desarmó la cama y se
acostó como si lo hiciera sobre un colchón de clavos. Sus ojos se cerraron para
copiar las imágenes; sintió un beso en su mejilla y se confundió por un
instante, todo su cuerpo se estremeció ante los temblores discordes y
sucesivos. Parecía poseída por alguna siniestra oleada de sensaciones que
golpeaban vanamente las paredes altas de la casa.
Letizia no podía emerger de ese
colchón de clavos porque se hallaba aprisionada por ese beso que la retenía con
su doloroso murmullo de fantasma.
-Lucía -dijo dulcemente.
¿Sabía de quién estaba hablando?
¿Se hallaba a punto de abandonar un terreno árido o podía volver a nacer? Era
evidente, que tenía dificultades para asociar nombres y apellidos al contenido
de un pasado que ignoraba casi en su totalidad.
En la pared, había un cartón con la
imagen de lo que parecía ser una Virgen, seguramente colocada allí por Socorro.
-Mare de Déu de Núria, patrona de
la fertilidad -leyó Letizia.
Ella no sabía qué quería decir la
palabra fertilidad.¡Qué ironía de la vida! Ese mensaje podía ayudarla a
recomponer su pasado.
-La Virgen tiene un niño sentado
sobre su rodilla izquierda. Lleva las manos levantadas en señal de bendición;
los dos están vestidos con manto y túnica -descubrió Letizia lo que estaba
viendo. Trataba de buscarle un sentido; la necesidad imperiosa de encontrar un
orden a sus conocimientos capaces de exceder los límites de su orfandad. Lo que
sí creía saber era que no había concebido hijos y eso la torturaba muchísimo
porque pensaba que si los hubiera tenido no se hallaría en esas condiciones.
El gato la miró con ojos hambrientos y ella lo acarició con ternura de madre.
-Tú no eres como la gata Máxima que
recogía grillos por las noches y los traía a la sala para jugar, y cuando
estaban inertes los abandonaba por los más insólitos lugares. Eres un buen
chico, fiel, que me quiere más allá de mi locura.
Letizia hubiera desconcertado al
médico más inminente porque sus comentarios parecían escapados de algún film de
terror. ¿Estaba loca realmente o fingía? Esas preguntas retóricas se las
formulaba, sola en la habitación, Socorro que estaba harta de soportar a esa
desconocida. En el fondo, la complacía el hecho de que en cualquier momento
alguien vendría a buscarla.
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