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El silencioso grito de Manuela (Cap XVII 3era parte)

 


-Deja que vengan a buscarte, vas a ver cómo me voy a reír de tus sermones de novicia ultrajada por las leyes. ¡Deja de escapar! -volvió a gritar Socorro que ya no sabía si creer que Letizia era un fantasma o alguna delincuente que huía de la justicia.

En esa hoguera de emociones no había espacio para recuperar la cordura porque el hilo estaba roto y las almas habían aprendido a hablar el lenguaje del dolor como héroes anónimos.

La vecina no dejaba de repetir frases incoherentes que ponían en duda las ideas de la dueña de casa.

-El gato se llama Lucas, Socorro.

-¡Por favor, mujer, por favor!

-La vida es una carrera de velocidad y de resistencia, llega el más astuto y el más hábil.

-Pues tú eres lerda como mula.

-“La Nueva” es la viva -dijo la vecina con el loco disfrute en sus ojos de vidrio.

-Ésa es una esquizofrénica o una para… como dice Manuel, no recuerdo bien la palabra.

-Paranoica, mujer -contestó con timidez y con absoluto conocimiento del tema.

A Socorro lo único que le importaba era que Letizia tomara sus valijas y se fuera lo más rápido posible. Le daba bronca su doble personalidad, esa ternura que se convertía en un gesto diabólico.

Era tarde y el ambiente caluroso la obligaba a reducir tensiones y las energías negativas producto del estrés, pero no podía relajarse porque sus músculos la obligaban a la postración: le dolía el cuerpo de la cabeza a los pies.

-Es reuma.

-¡No! -volvió a gritar la dueña de la casa-. ¡Es “La Nueva” que si no se va me va a matar!

-Ah… sí… si…, se le notan las ojeras y la cara como si tuviera harina, debería ir al médico.

En el ambiente el equilibrio estaba quebrado porque el miedo en todas sus formas se encontraba latente; aunque se tomaran a broma la situación era evidente que se hallaba al borde de la desesperación, con el temor de que algo iba a ocurrir en cualquier momento.

Esa pesadilla era demasiado irreal para ser verdad y Socorro parecía un animal furioso a punto de cortar la correa para saciar su ira.

Dios se ha olvidado de esas vidas a la deriva. Eulalia, la vecina, se sentó en el patio con el ceño fruncido después de haberse burlado de sí misma desde que llegó Letizia; el temor a lo desconocido la hacía reaccionar de esa forma tratando de tomarse con humor las cosas serias. Sentía la presencia de Socorro en los sonidos domésticos: sus gritos de gallega porfiada, las pisadas, los suspiros de gorda cuando el verano la atosigaba y finalmente los rezos: Avemarías, Gloria o Pater Noster. Se entregó al descanso en cuanto escuchó que Letizia comenzaba a hablar con Lucas y a invocar a María Santísima.

-Vergüenza debería darle a esas gentes. Quieren echarnos de la pieza. ¿Por qué? Simplemente debe ser porque yo no sé quien soy-dijo Letizia mirando a través del encaje de ñandutí de la puerta vidriada-. Yo no hago hechicerías, no soy monja de clausura, pero sí pertenezco a una raza inferior; debo tener un origen inmoral.

Socorro sacudía las cortinas alquitranadas de su cuarto con la vista fija en la puerta de entrada; el momento se le hacía eterno pero tenía la convicción de que alguien llegaría para cambiar los destinos. Se lo dijo a Eulalia que estaba preparando mermelada de lima con las pupilas desconectadas y la cara enroscada por algún pensamiento poco feliz.

-No esté tan segura, hace mucho tiempo que salió el aviso y nadie la reclamó.



-No seas pesimista, ya vas a ver, tengo un presentimiento.

Como eco de sus palabras, alguien llamó a la puerta con golpes de manos. Era un hombre que dio un respingo al ver la contextura física de la dueña que se adelantó altiva.

Había humo de incensario en el ambiente. El desconocido miraba a un lado y al otro sin atender los reclamos de Socorro que lo interrogaba:

-¿Busca a alguien? -le preguntó con una ansiedad que la devoraba.

*
EL SILENCIOSO GRITO DE MANUELA
Eternamente Manuela
Salvarla para salvarme...

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