domingo, 28 de julio de 2024

Café de Hansen (3-Andrés Rosas-2da parte)


Salió desesperado a la calle porque la dama hipnótica había desaparecido, pero alcanzó a verla subir radiante en un coche-galera con el hombre que la seguía… Se quedó absorto con la imagen que se perdía en la soledad de la calle. Aquel ser lo había hechizado por una magia desconocida que ni él mismo podía explicar.

¿Qué le pasaba?

 

 

La dama misteriosa y bellísima iba en el carruaje con lágrimas en los ojos. El hombre miraba para otro lado. No le importaba la angustia que veía en su mirada.

La desolación de las calles de Buenos Aires a esa hora de la noche traía más sosiego al alma de la desconocida que parecía desprotegida y completamente disconforme.

−¿Vamos para el bar? –le preguntó él.

−No. Me quiero ir a casa.

−Te acompaño.

−No, necesito estar sola.

El caballero parecía ofuscado con la conducta de ella y su inoportuno sentimentalismo. Se suponía que debía ser fuerte y fría, que no tenía que importarle nada de esa sociedad de gente rica que sólo miraba por encima de los hombros a quien era diferente. Ella resultaba ser única en todo, pero llevaba una carga pesada, una cruz, y le costaba. Eso a su compañero, por momentos, lo quebraba.

−Me das bronca, mujer. Qué te importan a ti esos “nariz para arriba”. Si no recibes nada de ellos, sólo te buscan cuando quieren porque saben que siempre estás dispuesta. ¿Acaso te sientes arrepentida de algo?

−No –dijo, pero le tembló la voz.

Cuando llegaron a su vivienda, ella se bajó y no lo saludó. El hombre hizo un gesto de fastidio y le indicó al cochero que siguiera su camino.

La casa modesta tenía una reja que apenas cerraba y un alero pequeño con un farol de gas. Se internó en los cuartos helados buscando respuestas a una realidad fragmentada y herida. Sola había caído en ese pozo de risas, cuando las miradas le devolvían juicios y reproches. No debía quejarse, de allí no podía volver aunque quisiera… Ir a la ópera no había sido una buena idea; el lugar de ella era otro y lo sabía. Hubiera querido desaparecer para siempre, pero cuando se hallaba bajo las luces de aquel santuario, donde la música la llevaba y la traía se sentía otra, como en las nubes, y eso le devolvía la confianza y los deseos de vivir.

 

 

La función había terminado y Andrés Rosas no se quería retirar. Se hallaba conversando entusiasmado con Nieves Iriarte quien lo miraba fascinada. Era tan joven, nunca había estado enamorada.

−¡Vamos, hija! –reclamó don Amadeo.

Conrado ya se había ido con Elena Aldao en otro coche.

−Disculpe, me llama mi padre.

−¿Cuándo la puedo ver otra vez?

−Disculpe –volvió a decir Nieves y corrió al carruaje porque don Amadeo ya estaba dispuesto a irla a buscar de un brazo. Se había distraído con Andrés más de lo permitido y eso a don Amadeo le sacaba su peor perfil. Era un padre muy celoso de su hija mujer.

−Niña, es que no piensas. ¿Qué te ocurre? –le preguntó doña Emilia cuando subió al coche y emprendieron el regreso a paso lento.

−No me rete, madre. Fue sólo una charla inocente.

−¿Inocente? –reaccionó don Amadeo−. ¿Viste Emilia como él la miraba? Parecía que se la quería devorar…

−Ay, no seas grosero. ¡Por favor!

−No me gustan esos hombres tan demostrativos y con poco tacto. Sin diplomacia. ¿De dónde salió? ¿Quién lo invitó? ¡Qué fiasco!


Los tres llegaron a la residencia con los ánimos caldeados. Don Amadeo seguía rezongando solo y ya nadie le respondía. Se fue al cuarto sin saludar a las mujeres que fueron a la cocina a tomar un té. Nieves parecía en las nubes y su madre lo notó al instante. Nunca la había visto así, con esa luz en los ojos, con esa belleza interna que se transmitía en los gestos y a sus palabras. Nieves quería disimular, pero no podía. Su madre la conocía demasiado. Se sentaron a tomar la infusión que preparó Emilia porque Tomasa seguramente estaría en su cuarta pesadilla.

−¿Necesitan algo? –se escuchó una voz detrás de la puerta y apareció la criada con una cofia hasta los ojos que se le caía para un costado. Bostezaba como un gato y parpadeaba todo el tiempo como si la luz la dejara ciega.

−Ve a dormir, ¿quieres?

−Perdón, doña. Me dio sueño y no las pude esperar…

 

“Nacer no es poca cosa”

              María R. Lojo

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CAFÉ DE HANSEN
----------------------Lo de Hansen, Dama de noche, El caballero oscuro, Los compadritos, El tango, El amor menos pensado.

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