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La abuela francesa en busca del amor

 



Frente al portón de la entrada Melanie tembló… Le pareció sentir el hielo de la muerte en la figura de François que la recibía como antes, cuando en el pasado feliz no existía el adiós. Eran los primeros días de abril y los pájaros comenzaban a cantar entre los cardos frente a ese cielo, en una tarde plena. ¡Cuántos recuerdos!. La chaqueta azul y el sombrero de copa alta con felpa de seda, el farolito escandinavo de vidrios traslúcidos o las tinajas de porcelana de la abuela Francisca, un perro grande y otro pequeño, los dibujos separados de la copia de Van Gogh.
Los libros, las lágrimas y las nostalgias  del ayer permanecían en su sitio. El caballo Juancho se había comido las últimas florecitas que vivían entre las zarzas frente a las risas, en un tiempo lacónico donde los seres queridos morían sin darse cuenta.
El reloj del comedor sonó con un ritmo de hierro sobre el yunque. Melanie se miró en el espejo y vio su cara algo envejecida y fatigada; parecía una sacerdotisa destinada al sacrificio. (fragmento)
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LOS INMIGRANTES
LA LUCHA FEMENINA
EL AMOR

Ellos soñaban con un territorio lejano, próspero y contaban de él mil relatos fantásticos. Camaradas de ese mar, desafiaron las leyes tras recibir algún mensaje divino y pudieron vencer los obstáculos. Aquella mujer, una indomable guerrera de la vida, se instaló en la vivienda con una parcela de ochenta hectáreas que las compañías inglesas les entregaban junto con los víveres y arados, además de los bueyes y manceras, ya que debían pagar ese terreno con su faena.


Construyó fosas e hizo guardia de noche para defenderse de los ataques, al mismo tiempo cavó pozos y colocó cadenas que anunciaban la llegada de los nativos. La joven se casó con su primer esposo y tuvo seis hijos y cuando él murió, ella continuó con los animales y los sembrados que atestiguaban toda la abnegación de una dama solitaria en pie de guerra. Pagó sus tierras, compró más hectáreas y edificó una fábrica de queso con numerosos empleados; la producción era vendida después en la población vecina. Tiempo más tarde conoció a François que venía de los combates de Europa y le dio trabajo en su establecimiento.

Melanie fue una de las primeras fundadoras del pueblo, donó dinero para la construcción del templo y para los bancos de la Basílica “Nuestra Señora del Pilar” que llevaban su nombre en letras doradas y que actualmente se encuentran en la capilla del Colegio Católico “Niño Jesús de Praga”. Melanie y François se casaron y tuvieron tres hijos, pero al tiempo el francés murió con su opulento título de militar y su afán desmedido de contienda.

Ella, viuda dos veces, dio examen frente al Ser Supremo y partió en busca de la dicha perdida. Comenzó a viajar constantemente a Francia ya que amaba la tierra de Colette, aquella viejecita de nívea mirada, madre de François. Con los años acrecentó su capital y se convirtió en una mujer de carácter que fue un ejemplo de lucha para las generaciones futuras. Melanie, en la estancia, era una hacendada orgullosa de su patrimonio que había logrado ella sola con la furia de su genio, duro y varonil. Tuvo alegrías que compartió bajo la higuera donde se reunía con sus nietos que le decían Gra-Mamá. Sintió el cariño y la nostalgia, el desarraigo y la grandeza como vivencias auténticas; dio vida a otros con sus mismos ojos y con su valentía: seres libres en busca de legados, caballeros irrepetibles y campesinos buenos.

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