miércoles, 5 de julio de 2023

Buenas y Santas... (Cap 5 Mariano Pelayo 1era parte)

 



5-MARIANO PELAYO

 

“Habrá un silencio verde
todo hecho de guitarras destrenzadas.
La guitarra es un pozo con viento en vez de agua.” 

Gerardo Diego

 

 

 

SANTA FE DE LA VERA CRUZ
           LA ORACIÓN DE LAS MADRES
 

Amanecía y doña Emma, de pie, en el porche de su estancia, se puso a rezar la oración de las madres. Bajo la lluvia todo estaba aún oscuro y frío. Ella sentía algo en el aire húmedo que le rozaba las mejillas: un presentimiento. Sabía que si se internaba en el bosque descubriría algún secreto pero decidió quedarse al amparo de las tapias esperando noticias de su hija.

Al rato, comenzó a andar. No quería perderse por esos senderos pero seguir esperando la estaba volviendo loca. La tierra negra y sembrada de agujas de pino y hojas de arce, de un pardo negruzco, formaban una alfombra resbaladiza que rezumaba bajo sus pies como una esponja y el agua burbujeaba en torno a la suela de sus zapatos.

Mientras caminaba entre los abetos y cedros, más allá de las conejeras, bastante lejos de la casa, recordó que una mañana como aquella había visto a su padre avanzar hacia ella, encogido bajo la lluvia entre un valle rojo de frutillas.  Él estaba enojado. Ella sabía el motivo. La triste imagen vino a su memoria como un mensaje trágico y demoledor.

De repente, escuchó los caballos camino a La Candelaria. Doña Emma salió corriendo en busca de noticias.

‒No está por ningún lado. Hay que hacer la denuncia a la policía.

‒¡Por favor!, tiene que aparecer…‒lloraba doña Emma, indefensa y envejecida por el dolor.

‒Madre, cálmese.

‒¡No quiero calmarme!

Nadie se atrevía a contradecirla a pesar de su notorio abatimiento. Es que sentía, por primera vez, una derrota aplastante que la consumía en las brasas del desasosiego interno. Ya nada tenía sentido para ella si su amada Felicitas no regresaba.


            Ese hogar, en el que se criaron sus hijos, era venerado por doña Emma como un santuario. En él depositó sus huellas indelebles de moral, de trabajo y de virtud.

‒¡Allá viene alguien! ‒gritó Jeremías desde la galería alterado por aquella visión.

Un hombre traía a una mujer sobre su caballo. Ella lo abrazaba por el hombro izquierdo. Parecía débil y quebradiza.

‒¡Es Felicitas!

Antonio, el capataz, visiblemente emocionado, salió al encuentro de ambos.

‒¡No! ‒gritó doña Emma otra vez‒. Ve tú Bernardino. ¡Eres su hermano!, ¿qué haces ahí parado? Pareces estúpido, hombre.

Así fueron los apuros para cargarla y suspenderla. Ella traía en la frente una venda blanca y los ojos extraviados, como si mirara sin ver.

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BUENAS Y SANTAS...
Los hijos olvidados.
----------------Mariano Pelayo

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