sábado, 22 de junio de 2024

Licia (Cap VII-La Carta-1era parte)

 


VII

LA CARTA

 

En compañía de su madre, María Antonieta aprendió el protocolo: recibir a príncipes y embajadores. Todos al contemplar sus gestos y desenvoltura estaban encantados pues era, en verdad, una mujer maravillosa que sabía cómo agradar a quien tenía enfrente con su gracia personal. Tenía catorce años.

El 14 de abril de 1770 María Teresa anunció solemnemente a sus ministros el matrimonio de su hija con el delfín de Francia.

El joven era alto y desgarbado con tendencia a la obesidad; a pesar de la educación poco esmerada que recibió conocía de historia, geografía e inglés. Se mostraba piadoso y amaba a su pueblo al que deseaba el bien pero, a la vez, se manifestaba retraído y poco sociable. Le dedicaba casi todo su tiempo a la caza y a los trabajos mecánicos.

No era el hombre indicado para gobernar un país como Francia y mucho menos en vísperas de la Revolución porque resultada demasiado indeciso; conocía muy poco los secretos del gobierno y se dejaba dominar por la gente que lo rodeaba a quienes pedía consejo. Se decía de él que era casi imposible que tomara una resolución: un cambio fundamental en la organización estatal.

Según la costumbre observada por la casa de Austria, María Antonieta juró sobre los evangelios renunciar a la sucesión hereditaria tanto materna como paterna.

El 21 de abril de 1770, se separó de sus seres queridos para ir en busca de su destino: el reino más exquisito del mundo. Imaginaba París como un fastuoso castillo de abundancia pero reinaba el desorden en las finanzas, agotadas por las contiendas sucesivas, entre las cuales figuraba la guerra de los Siete Años.

Al dejar a María Teresa lloró demasiado pero se conformó imaginando las alabanzas que recibiría a cada paso y que, de Viena a Versalles, convertirían su viaje en un sueño anhelado. No podía ni quería resistirse a tantos cumplidos pues resultaba ser demasiado vanidosa.

 

La muerte como principio

 

Aquella mañana, poco antes del amanecer, Rosalie se despertó sobresaltada en medio de la oscuridad. Se quedó un buen rato callada, procurando ordenar sus ideas y añoranzas.

“Todo ha sido un sueño”, pensó.

El recuerdo de la niña en el consultorio del doctor Trevou no la dejaba vivir en paz. Muchas veces habían regresado con Alexandre a la consulta pero no la había vuelto a ver. Ya tendría catorce años y eso la mortificaba por una inexplicable razón; sentía que le quería decir algo, a la distancia, en las tinieblas de la casona o en las calles enlodadas del pasaje frente a Pont-Neuf. Siempre estaba presente con sus encantadores ojos iguales a los de Celine.


Buscó su tapado para abrigarse pues sentía algo de frío. El sol se asomaba entre los árboles desnudos y la mañana prometía se apacible, rutinaria, como todos las jornadas.

Alexandre estaba más extraño que nunca. Rechazaba los libros. Prefería permanecer ocioso, con los ojos fijos en la distancia y el pensamiento vago. Por lo demás, siempre conservaba el mismo estilo complaciente; toda su voluntad tendía a hacer de sí mismo un muchacho pasivo, de una abnegación suprema.

**

LICIA. HERMANA MÍA.
------------------María Antonieta, Palacio Versalles París, Las gemelas, El Trianon, Luis XV, María Teresa de Austria, La muerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario