lunes, 10 de junio de 2024

Licia. (Cap III. El sonambulismo-2da parte)

 


Antoine cruzó la calle rumbo al colegio humilde de los jesuitas. Eran las diez menos cuarto en Val-de-Grâce. El director y la secretaria habían salido a comulgar a Saint-Étienne-du-Mont. Lo atendió el maestro Vautrin.

‒¿En qué os puedo serle útil?

‒Vengo porque me habéis mandado llamar. El director creo… Es por mi hijo Alexandre Florent.

‒¡Ah! ‒contestó el maestro, pensativo, limpiando las gafas con su pañuelo. Parecía jugar con sus dedos mientras pensaba lo que le iba a responder a Antoine que se hallaba impaciente‒. Mire, es duro decirlo, tendría que hacerlo un entendido porque yo, os comprendéis, no sé de medicina. Creo que Alexandre sufre una especie de sonambulismo.

‒¡Qué!

‒No os alteréis, os pido calma. Le explico. El joven se duerme en clases y luego, al rato, como sobresaltado, se levanta y camina. Se llama automatismo inconsciente que se manifiesta durante el sueño mediante actos más o menos coordinados. Él, de noche, ¿cómo se comporta en la casa?

‒Bien. Bueno no sabemos porque no lo estamos vigilando continuamente ‒dijo Antoine preocupado.

‒Lo rato es que el sonambulismo suele darse en niños hasta diez años y él ya es un joven. Yo creo que el muchacho está haciendo un extremado esfuerzo mental. Tal vez, necesita muchas horas para aprender algo simple o fácil de asimilar.

‒¡Él es muy inteligente! ‒respondió Antoine casi ofendido por los comentarios del profesor que herían su autoestima de padre‒. Yo lo veo leer asiduamente.

‒Sí, acá también. Va a la biblioteca y estudia enormes volúmenes que apenas puede cargar hasta la mesa de lectura. Parece que busca algo que lo perturba porque al rato se va como afectado y no atiende las clases siguientes.

‒Entonces… ¿se duerme?

‒Sí, para levantarse al rato bruscamente en medio del alumnado y no saber dónde está y quién es. Debería tomar precauciones y llevarlo al doctor. Me preocupa su hijo; temo que le ocurra algo.

‒Gracias por decírmelo. Ahora, ¿dónde está? Quiero pasar a verlo.

El maestro Vautrin lo llevó por una galería cubierta por teselas verde agua, donde los salones de enseñanza se encontraban unos al lado de los otros. Por una ventana de listones de madera Antoine pudo ver a Alexandre con los ojos entreabiertos y la vista perdida. El educador hablaba y él parecía no escuchar la charla.

‒¿Lo veis?

‒Sí, no parece mi hijo. Hace poco sufrió una desilusión amorosa pero no creo que ése sea el motivo de su dolencia.

‒Existen sentimientos patológicos que contrastan con el ambiente moral que se respira en el mundo cínico, hipócrita y despiadado en el que hay que matar para no perecer, engañar para no ser engañado, ponerse una máscara para burlarse de los hombres.

‒El amor por la familia es lo primero porque es nuestra herencia.

‒Los hombres parecen vivir consagrados a la acumulación de poder y las mujeres a la vida vertiginosa y frívola de espectáculos y amantes.

‒Nosotros somos honestos y decentes. De eso no tengáis duda. Educamos a nuestros hijos bajo estrictas normas de moral y ética.

‒No digo lo contrario.

Antoine regresó a la casa apesadumbrado por cierta congoja. No le gustaban los problemas, prefería la vida fácil y ordenada. Lo cierto, era que no sabía o no podía resolverlos y ante cualquier dificultad prefería dejar todo en manos de otro. Su apatía lo transformaba en un ser distante.

Allí estaba ella, Rosalie, encogida en la melancolía de no saber, de preguntas retóricas y de su universo escéptico.

‒¿Por qué traes esa cara? ¿Qué os dijeron en el colegio?

‒Nada importante.

‒¡Cómo nada! No estaríais así si todo estuviera bien.


‒El maestro dijo que Alexandre está muy cansado, que estudia mucho y que debería tomarse un descanso. Pero vos entendéis cómo es el colegio. Hay que cumplir aunque cueste. Nosotros no somos familia de dinero y él se tiene que preparar para tener un futuro.

‒Claro, bueno… Hablaremos con Alexandre. Tal vez, si descansa unos días pueda regresar al Instituto con más energía.

‒Quizá‒contestó Antoine quien, después de haber hablado con el profesor, no podía abrir los ojos y el corazón equilibradamente.

‒¡Papá! ‒gritó Celine desde el cuarto.

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LICIA. HERMANA MÍA
------------------María Antonieta, La Revolución francesa, La leyenda de los ojos azules, La muerte, Las Tullerías, La ejecución.


Quiero agradecer que el otro día un lector compró este libro en tapa dura. Para mí es un honor. Sentir esa sensación de permanencia es única, y no deja de emocionarme poder compartir mis ficciones a través de la historia real. Un recorrido para mí fascinante.
Gracias.

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