Antoine
cruzó la calle rumbo al colegio humilde de los jesuitas. Eran las diez menos
cuarto en Val-de-Grâce. El director y la secretaria habían salido a comulgar a
Saint-Étienne-du-Mont. Lo atendió el maestro Vautrin.
‒¿En
qué os puedo serle útil?
‒Vengo
porque me habéis mandado llamar. El director creo… Es por mi hijo Alexandre
Florent.
‒¡Ah! ‒contestó
el maestro, pensativo, limpiando las gafas con su pañuelo. Parecía jugar con
sus dedos mientras pensaba lo que le iba a responder a Antoine que se hallaba
impaciente‒. Mire, es duro decirlo, tendría que hacerlo un entendido porque yo,
os comprendéis, no sé de medicina. Creo que Alexandre sufre una especie de
sonambulismo.
‒¡Qué!
‒No
os alteréis, os pido calma. Le explico. El joven se duerme en clases y luego,
al rato, como sobresaltado, se levanta y camina. Se llama automatismo
inconsciente que se manifiesta durante el sueño mediante actos más o menos
coordinados. Él, de noche, ¿cómo se comporta en la casa?
‒Bien.
Bueno no sabemos porque no lo estamos vigilando continuamente ‒dijo Antoine
preocupado.
‒Lo
rato es que el sonambulismo suele darse en niños hasta diez años y él ya es un
joven. Yo creo que el muchacho está haciendo un extremado esfuerzo mental. Tal
vez, necesita muchas horas para aprender algo simple o fácil de
asimilar.
‒¡Él
es muy inteligente! ‒respondió Antoine casi ofendido por los comentarios del
profesor que herían su autoestima de padre‒. Yo lo veo leer asiduamente.
‒Sí,
acá también. Va a la biblioteca y estudia enormes volúmenes que apenas puede
cargar hasta la mesa de lectura. Parece que busca algo que lo perturba porque
al rato se va como afectado y no atiende las clases siguientes.
‒Entonces…
¿se duerme?
‒Sí,
para levantarse al rato bruscamente en medio del alumnado y no saber dónde está
y quién es. Debería tomar precauciones y llevarlo al doctor. Me preocupa su
hijo; temo que le ocurra algo.
‒Gracias
por decírmelo. Ahora, ¿dónde está? Quiero pasar a verlo.
El
maestro Vautrin lo llevó por una galería cubierta por teselas verde agua, donde
los salones de enseñanza se encontraban unos al lado de los otros. Por una
ventana de listones de madera Antoine pudo ver a Alexandre con los ojos
entreabiertos y la vista perdida. El educador hablaba y él parecía no escuchar
la charla.
‒¿Lo
veis?
‒Sí,
no parece mi hijo. Hace poco sufrió una desilusión amorosa pero no creo que ése
sea el motivo de su dolencia.
‒Existen
sentimientos patológicos que contrastan con el ambiente moral que se respira en
el mundo cínico, hipócrita y despiadado en el que hay que matar para no
perecer, engañar para no ser engañado, ponerse una máscara para burlarse de los
hombres.
‒El
amor por la familia es lo primero porque es nuestra herencia.
‒Los
hombres parecen vivir consagrados a la acumulación de poder y las mujeres a la
vida vertiginosa y frívola de espectáculos y amantes.
‒Nosotros
somos honestos y decentes. De eso no tengáis duda. Educamos a nuestros hijos
bajo estrictas normas de moral y ética.
‒No
digo lo contrario.
Antoine
regresó a la casa apesadumbrado por cierta congoja. No le gustaban los
problemas, prefería la vida fácil y ordenada. Lo cierto, era que no sabía o no
podía resolverlos y ante cualquier dificultad prefería dejar todo en manos de
otro. Su apatía lo transformaba en un ser distante.
Allí
estaba ella, Rosalie, encogida en la melancolía de no saber, de preguntas retóricas y de su universo escéptico.
‒¿Por
qué traes esa cara? ¿Qué os dijeron en el colegio?
‒Nada
importante.
‒¡Cómo nada! No estaríais así si todo estuviera bien.
‒El
maestro dijo que Alexandre está muy cansado, que estudia mucho y que debería tomarse
un descanso. Pero vos entendéis cómo es el colegio. Hay que cumplir aunque
cueste. Nosotros no somos familia de dinero y él se tiene que preparar para
tener un futuro.
‒Claro,
bueno… Hablaremos con Alexandre. Tal vez, si descansa unos días pueda regresar
al Instituto con más energía.
‒Quizá‒contestó
Antoine quien, después de haber hablado con el profesor, no podía abrir los
ojos y el corazón equilibradamente.
‒¡Papá! ‒gritó
Celine desde el cuarto.
**
Quiero agradecer que el otro día un lector compró este libro en tapa dura. Para mí es un honor. Sentir esa sensación de permanencia es única, y no deja de emocionarme poder compartir mis ficciones a través de la historia real. Un recorrido para mí fascinante.
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