viernes, 28 de junio de 2024

La trama del adiós (ex La Novia) (parte 8)

 


Salvador sintió que se le aflojaban las piernas y que todo lo que había pensado y hecho durante esos meses era el colmo de la desproporción y del ridículo. Pensó en reunir a toda la familia para comunicarles lo sucedido pues la situación lo superaba. Él era un hombre fuerte, pero su energía comenzaba a decaer por aquellas inexplicables secuencias de película.

Se quedó un momento sin hablar, mirando el piso, y luego dijo:

−¿Usted recuerda el arma que encontró, el otro día, debajo de la almohada de Roberto?

−Sí, señor −contestó la mucama mirando el piso.

Mientras volvía a la sala, profundamente deprimido, trataba de pensar con claridad. Su cerebro era un hervidero; cuando se ponía nervioso las ideas aparecían como vertiginosos insectos que querían devorarlo. Luego las iba gobernando como podía para no volverse loco del todo.

Esperó largas horas sentado en el living el regreso de Dolores y de Roberto. Su esfuerzo mental era extremo, pero necesitaba salir de la perplejidad. Escuchó risas que venían desde el pórtico.

“Ahora viene  lo peor”, pensó.

Dolores y Roberto llegaban juntos y felices. Desde siempre habían sido cómplices y amigos. Salvador era de esos hombres que pensaban que había que ser padres antes que otra cosa y poner los límites necesarios para llevar a los hijos por el buen camino.

−¿Era él el único desgraciado? Evidentemente, sobraba en esa casa −murmuró.

−Hola, marido −dijo Dolores con alegría−. Se te ve preocupado como siempre. Relájate que la vida es linda.

−Necesito decirles algo −exclamó Salvador en voz baja con temor a no ser escuchado como le pasaba siempre.

Ellos miraron aquel rostro duro, la ansiedad, el desconcierto, la necesidad de comunicación, aunque por momentos él parecía aflojarse. Su mirada colgaba de un abismo y eso a Dolores y a Roberto les daba gracia, se divertían con aquellas dramáticas palabras de Salvador.

−Les pregunto a los dos directamente y sin preámbulos: ¿dónde está mi revólver?

−¿Revólver?, si nunca tuviste uno.

−¡Sí, lo tengo y tú lo ocultaste debajo de la almohada! −le dijo con furia a Roberto.

−No, yo no sé nada. ¿Por qué inventas, quieres seguir agrediéndome?  No te cansas de insultarme y de subestimarme.

−Ay, marido, tómate un tranquilizante.

Salvador, desesperado, y antes de que ellos se marcharan a sus habitaciones llamó a la mucama porque ella era la única testigo, en aquel momento, de la escena dantesca.

−¡Susan! −gritó.

−Sí, acá estoy.

−Diles dónde hallaste el revólver el otro día.

La mujer, anonadada, parecía no comprender y comenzó a temblar.

−No sé de qué habla −respondió como en un murmullo.

−¡Vete! −volvió a gritar Salvador.

Esa noche, sintió desprecio por la humanidad. Los odiaba a todos. Trató de ordenar el caos de sus ideas y despejarse, pensar con tranquilidad. Su cabeza era un pandemonio: pensamientos negativos, rencor, preguntas, resentimientos y recuerdos. ¿Por qué a él todo le resultaba tan difícil? Su tristeza se transformaba en un mal humor histérico.

“Ellos gobiernan mi vida”, pensó.

Pero él lo permitía porque se sentía preso de un destino mecánico capaz de seguirle el juego a los otros, pero desangrándose de dolor.

 

 

A la mañana, sin mirar a nadie, casi como un autómata, se fue por la calle ancha; era fácil adivinar la sensación de asco y de vacío. Él estaba en peligro. La veía a Dolores fría, húmeda y silenciosa como las víboras y a su hijo un verdugo que venía a darle el último hachazo. Pensó en los diálogos que tendrían a espaldas suyas, los razonamientos y deducciones. Estaba convencido de que querían deshacerse de él para tener libertad y dinero.

De pronto,  se arrepintió de haber llegado a esos extremos, con la costumbre de analizar indefinidamente hechos y palabras. Recordó la mirada de Dolores fija en sus ojos mientras escuchaba sus preguntas con cinismo. Se sentía una frágil criatura en medio de un mundo miserable que lo atosigaba hasta dejarlo sin respiro.

−¡Hijo, qué sorpresa! −le dijo su madre cuando lo vio llegar.

−Vine a hacerte compañía, ¿me sebas unos mates?

−Claro, mi amor.

Cuando Úrsula caminó hacia la cocina, él se acercó al armero pues necesitaba adquirir un revólver o algo parecido para defenderse de algún desmán. Buscó algo pequeño entre tantas armas que tenía su padre.

−No puede ser −exclamó.


En un extremo, casi imperceptible, se encontraba el revólver, el que tanto había buscado. Ya no comprendía nada de lo que estaba pasando.

“¿Quién habría llevado el arma hasta la casa de su madre? Dolores, Roberto… o Susan. ¿Quién?”, pensó desconcertado.

-Hijo, ¿qué te ocurre que te noto tan alterado? Ya veo que te has peleado con Dolores otra vez.

Salvador se quedó en silencio porque estaba abatido. Sintió que una mano tomaba su brazo con ternura. Esa voz débil y dolorida le decía:

−Tendrías que separarte.

**

LA TRAMA DEL ADIÓS (ex La Novia)
Las ofensas, el abandono, los justos...
---------------------------------El crimen casi perfecto, La Novia, Morir dos veces, La dignidad humana, crueles instintos.

Los capítulos anteriores están publicados como La Novia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario