jueves, 27 de junio de 2024

Licia (Cap VIII. Gorki, el gato-3era parte)


 

Sola, en la cama, se consideraba feliz. Se creía una niña virgen entre las blancas cortinas, apacible en medio del mutismo. El cuarto era un poco frío con su techo alto y sus rincones oscuros. Tenía olor a claustro. Le gustaba la pared que se alzaba delante de la ventana; durante el verano se pasaba horas enteras contemplando las rocas grises del muro y las capas de firmamento estrellado que le recordaban las chimeneas y los tejados. No pensaba en su abuela Lisa más que cuando una pesadilla la hacía despertar sobresaltada porque le parecía haber escuchado su voz. Se incorporaba, temblorosamente, en la cama con los ojos muy abiertos. ¿Era su sorda rebeldía o mensajes encubiertos? Celine sentía que algo había perdido, su mitad entera.

Al rato, llegó Antoine sobresaltado por el tumulto de las calles a raíz del casamiento real.

‒Cómo es la gente curiosa. No tiene límites.

‒¿Y vos para qué te sumáis a ese pueblo frívolo?

‒Es que no sabía qué ocurría y por qué había tanto alboroto. Los pobres estamos tan lejos de todo ese artificio.

‒Somos más felices.

‒No sé.

 

 


‒¡Madrina! ‒gritó Alizee cuando llegó a la casa.

‒¡Qué os ocurre! ‒respondió Isabeline medio dormida por falta de descanso. Sus horas de insomnio se debían al trabajo que le daba Eugenie con el cuidado. No caminaba; la rehabilitación era nula.

‒He visto a Alexandre. ¿Te acordáis de ese joven rubio que venía con su madre a la consulta?

‒No ‒respondió Isabeline y levantó el cirio para iluminar el semblante de su ahijada.

‒Vamos, madrina. Él tendría veinte años.

‒Puede ser, es que estoy medio vieja y me olvido de las caras.

De súbito, golpearon bruscamente el aldabón con insistencia. Louise fue a atender pensando que podría ser el dueño de la Mercerie que venía a reclamar algo de lo que habían comprado unos minutos antes.

‒¡Alexandre! ‒gritó Alizee.

El joven estaba frente a ellos con la mirada fija, vaga y perdida. Los ojos rígidos y el cuerpo momificado. Llevaba en brazos un gato, lo arropaba como un recién nacido. El felino ronroneaba entre el sopor de las lanas con un sueño infantil.

‒¡Es Gorki! ‒volvió a gritar Alizee‒. Ven Alexandre, pasa, trae a Gorki; seguro que se ha escapado a la calle. ¡Es tan travieso e inocente!

Alexandre seguía parado en el dintel sin emitir palabra. Era esclavo de un sueño que lo poseía, cautivo, entre sus ropajes. Louise lo tomó del brazo con cuidado y lo acercó a la sala. Todos, infinitamente abrumados, miraban los gestos del muchacho que permanecía de pie con Gorki.

‒¡Alexandre! ‒le gritó Louise.

‒¿Qué? ‒respondió como en un susurro. Miró sus brazos que acunaban al gato y tuvo vergüenza. No sabía quién era y dónde se hallaba. Isabeline corrió a preparar café y Alizee lo ayudó a sentarse en el sillón de cara a la vela encendida.

‒Un milagro. Plegarias… plegarias.

‒¿A qué llamáis milagro? Es un problema. ¿Cómo habéis llegado hasta aquí? ‒preguntó Louise ante el esotérico silencio.

‒Fui a ver el casamiento real ‒respondió Alexandre por lo bajo‒. Después regresé a casa y ya no recuerdo nada. Eso sí, estuve con Alizee en la calle frente a la tienda de telas.

‒Claro, pero luego te fuisteis entre el gentío que venía de la boda. Era un tumulto de gente, el pueblo mismo abarrotaba las calles enlodadas por la llovizna que arruinó la fiesta. Se veían aprendices con delantal, obreros que volvían de su trabajo, hombres y mujeres con paquetes bajo el brazo, ancianos caminando fatigosamente frente al crepúsculo y grupos de chiquillos que hacían resonar los suecos sobre las losas. No cesaban de pasar alternando el ritmo de quienes no sentían curiosidad por los acontecimientos reales. Y tú, Alexandre, entre los mecheros de aceite parecíais extraviado mientras las ráfagas de aire húmedo soplaban desde las callejas hacia las galerías alumbradas por lámparas funerarias.

Alexandre, sentado en aquel sillón con arabescos gitanos, no hablaba. Parecía pequeño y desmembrado; tenía el pelo descolorido y la barba rala. El rostro lleno de pecas le daba un aspecto de niño mimado.

‒Vamos, ¡despierta! Hay que llamar al doctor Trevou rápidamente.

‒No. Me retiro. ¿Dónde está el niño?

‒¡Por Dios! Era Gorki, el gato.

‒Ah… mejor. Les pido disculpas. Necesito el perdón.

‒¿De quién?

‒De alguien que ama demasiado.

**

LICIA. HERMANA MÍA.
-----------------María Antonieta, Palacio de Versalles, Luis XV, Las gemelas, Francia, La muerte, Visionarias, El Trianon, La frivolidad.

Hasta acá llegué con la historia de Alizee y de Celine, de María Antonieta: su reinado, las fiestas, los hijos y la ejecución...
Tantos son los temas de esta novela, y eso es lo que me gusta, mezclar todo: el amor, las visiones y las leyendas, los ojos azules, un crimen, las madres y las abuelas, los ancianos entre el realismo mágico y los cuentos de Andersen, los ángeles...
Si les gusta esta historia la pueden encontrar en Amazon. Un abrazo.

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