6-PEDRO MEDINA
LA LIBERTAD
EL LEGADO DE NAMBA
¿Cuánto
tiempo se miraron? Quizá, algún santo del altar los vio, pero hubo un instante
de eternidad entre ellos que no podía medirse con relojes. Callaron las voces y
ella sintió que él era su otra mitad. Imaginó que pertenecían a la misma tribu
de solitarios; Aluen no podía pensar claramente porque los ojos de Pedro la
perturbaban demasiado. Luisa se había llevado el niño al orfanato y el padre
Hilario se hallaba en el confesionario con una hilera de pecadores que parecían
fila de patos.
‒Te
amo ‒le dijo Pedro sin bajar la mirada.
‒Yo
no sé lo que es el amor ‒respondió avergonzada.
‒Bueno,
yo tampoco sé mucho de las teorías y de todo eso. Me dejo llevar por lo que me
dice el corazón.
‒¿Y
qué dice?
‒Que
quiere estar a tu lado, cuidarte, darte todo para que seas feliz. Envejecer
junto a ti, caminar a la par en contra del viento, arrullar a un hijo, tener un
hogar compartido, sentir en cuerpo y alma este cariño y más.
‒¿Más?
‒Llenarte
de abrazos para curar los años de soledad y de abusos, de esa orfandad que quita
hasta la respiración y que no deja espacio para los sueños. ¿Por qué le pusiste
de nombre Pedro a tu hijo?
‒Por
gratitud.
‒¿Solamente
por eso?
‒No,
porque lo siento cerca, porque me cuida y porque lo pienso.
‒¿Crees
en el casamiento?
‒No
sé lo que es…‒respondió Aluen con timidez.
‒Un
religioso habla unas palabras y da las bendiciones a los novios que llevan las
manos unidas y juran ante Dios amarse y cuidarse toda la vida.
‒Ah,
como en la tribu que hacen ceremonias parecidas entre primos y hermanos.
‒Acá
también se han unido así, pero a mí eso no me gusta ‒comentó el soldado.
‒¿Por
qué?
‒Porque
llevan la misma sangre. Ellos dicen que es mejor no mezclarla con una nueva,
pero a mí me parecen creencias absurdas. Uno ama porque sí, no tiene que
preguntar tanto y hacer demasiados planteos. El cariño nace de repente y se
sigue sus pasos o se deja volar.
‒¡La
libertad! Deseo ser una india feliz. No quiero vivir encerrada nunca más, pero
ese hombre volverá… Lo sé.
‒Si
nos casamos tendrás tu hogar, tus hijos, libertad y protección. No me respondas
ahora, quiero que lo pienses. Te estoy entregando el alma entera.
El padre Hilario, quien había acabado de confesar, estaba escuchando detrás de la puerta y sonreía. Se sentía feliz por Aluen que hubiera ido a abrazarlos a los dos y allí mismo los hubiera casado y todo lo demás, pero retuvo su vehemencia para después. Necesitaba hablar con Aluen; quería aconsejarla bien porque era como una hija para él.
Pedro
se fue para el Fuerte y la nochecita asomó entre los sauces. Había perfumes en
la calidez de las calles que aguardaban la vida para arremeter con la paz. El
pueblo ya dormía, igual que las aves, para levantarse con los gallos mañaneros.
Nada era tan vasto como los sentimientos que no mentían y que podían ser uno
frente a la verdad de los ojos. Aluen, la india, huérfana, sufrida, aquella
mujer que quería morir, hoy era muy
hermosa e inteligente, obra del padre Hilario, que podía seducir a cualquier
hombre y que llevaba la sangre nativa con recelo porque ellos le habían hecho
sentir el rigor de la venganza y del resentimiento. Aluen no quería volver a
ser aquella niña asustada que obedecía y a quien obligaban a odiar. Necesitaba
resucitar de ese letargo para reinventarse y jugar a ocupar un lugar de
señorita de pueblo como muchas, como todas.
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