lunes, 3 de junio de 2024

Aluen (Cap 6. Pedro Medina-Tercera parte)

 


‒¡Silencio! ‒gritó y los demás dejaron de danzar y se ocultaron, con miedo, en las tolderías. Algunos asomaban sus ojos como animales asustados, con ese temor a ser martirizados por alguna flecha perdida. Ser indio no era fácil pero ellos no conocían otra vida; le habían quitado la esperanza de libertad, la familia, el honor y la dignidad.  Namba sentía un resentimiento que aumentaba con los años porque se había quedado solo, pero no quería rendirse ante los suyos, aunque por lo visto ya no lo necesitaban.

Entró a su refugio y se recostó a meditar entre los cueros. Necesitaba llevar a cabo un plan para que su herencia permaneciera intacta cuando él tuviera que ser llevado a su lecho mortuorio. Para eso faltaba, pero había que ir esquivando inútiles para encontrar la verdadera “joya”: su continuidad.

 

 

Aluen y Luisa estaban leyendo versos en la Casa de las Huérfanas.

Las letras, de un ritmo marcado y sentimental, les llegaban hondamente. Hubo un silencio prolongado y lleno de sensaciones. Luego, una a una, fueron alejándose las muchachas, saturadas por la poesía de la noche. La última que se levantó dijo:

‒No hacemos nada hablando bonito. La realidad es otra. Inventar novelitas es como no tener claro el destino.

‒Es que lo bello a veces ayuda a que esa realidad sea menos dura. Todos sufrimos y tratamos de dibujar estrellas en un universo plomizo para no morir de tanto llanto.

‒A mí no me sirve ‒dijo la joven y se retiró. Al pasar por una puerta, ya tenebrosa, de la cocina, en medio de las sombras, sintió de pronto el hálito tibio y húmedo de la oscuridad y oyó unos pasos. Se asustó y escapó por la galería de las estampas bíblicas hasta llegar al cuarto. Algo inexplicablemente abrumador la había acechado. Tenía miedo.

Aluen recogió a Pedro, quien dormía en una especie de canasta, y se fue para la iglesia; tenía que cruzar el oscuro patio atiborrado de mosquitos y entrar por la galería de chapas y de baldosas rojas.

‒Hasta mañana, Luisa. Reza por la humanidad.

‒No tengo ganas, sabes que no lo siento. Bueno, entonces habla con tu madre; pídele a ella que te proteja de los males de este tiempo. Yo hago eso y el padre Hilario me dice que así está bien. Ser buena persona no quiere decir que tienes que creer en Dios; la espiritualidad y la fe también pasan por otro lado.

‒Tienes razón, Aluen. Eres tan sabia. ¿Quién te enseñó a hablar como una maestra?

‒¿Y quién puede ser?

‒El padre es tan culto, tan inteligente. Lee  esos libros llenos de polvo que están cargados de enseñanzas de los filósofos europeos.

‒A veces la vida misma te enseña.

Al otro día, mientras Aluen barría la cocina y el padre amasaba el pan, llegó Pedro Medina con una dulce sonrisa a buscar una respuesta. El sol de aquel cálido día entraba por la ventana y traía tibieza a las almas. Pedrito jugaba con un carrito que le había dado el padre Hilario de su colección de la infancia. Se levantó y se lo mostró a Pedro como todos los niños que les gusta compartir.

‒A este carrito le hace falta un caballo ‒dijo Pedro para alegrar al pequeño que comenzó a reír sin parar. Él lo cargó y se lo llevó a la vereda, frente a la plaza, para que tomara sol. Se sentía padre por primera vez y eso lo inundaba de una felicidad extraña, de un sentimiento que no conocía y que no podía explicar.

‒No lo muestre tanto ‒agregó Aluen‒. No quiero que lo vea Leiva por si llega a pasar. Puede estar escondido espiando mis pasos. Lo siento detrás de mí, como si tuviera sus ojos sobre mi espalda, pesados y espinosos.


‒Es que si aparece le va a ir mal.

‒Yo no quiero peleas. Ya bastante tuve que sufrir los años que vivía en su casa.

‒La esposa de Leiva ¿cómo te trataba?

‒Bien porque no sabía nada de lo que el marido hacía. Digo… la persecución. Igual ella lo hubiera defendido y me hubiera echado a la calle. Me hubiera culpado a mí de haberlo provocado. Las esposas son así, celan a la mujer cuando el error, en muchos casos, es del hombre.

‒Hay mujeres que se dedican a ser amantes para recibir a cambio dinero y posición ‒dijo Pedro conociendo, de antemano, las ligerezas de algunas oportunistas.

‒Lo sé, pero yo siempre fui la criada. Nunca busqué más que un plato de comida.

‒Bueno… ya. ¿Pensaste lo que te pregunté el otro día?

‒Le respondo que sí ‒dijo Aluen tímidamente y con cierta distancia porque lo trataba de usted.

**

ALUEN (Novela plagiada en Amazon)
----------La Patagonia rebelde, Los indios tehuelches, el sur argentino, Carmen de Patagones, Los inmigrantes galeses, El indio pluma roja.


No hay comentarios:

Publicar un comentario