viernes, 21 de junio de 2024

Licia. (Cap VI-El dr Pierre Trevou-3era parte)

 


‒¡Ya va! ‒se escuchó del otro lado de la puerta.

‒Venimos a ver al doctor Trevou. ¿Atiende aquí no? ‒preguntó Rosalie a Louise que entornaba los ojos como sorprendida ante la visita. Nunca había atendido a un paciente. Era él quien se encargaba de esa tarea.

‒Pasad… Tomad asiento en las banquetas del pasillo al lado del recibidor.

La señorita Louise miró a esos desconocidos con curiosidad. Le parecían pobres y perturbados, tal vez piadosos.

Rosalie también le pareció rara aquella casa. No sabía cómo había llegado hasta allí. A Pierre Trevou se lo había recomendado el padrino de Celine, amigo de Antoine. Se sentaron en las sillas de brocatel damasco mirando la pared del frente donde descansaban unos lienzos descoloridos.

‒Adelante ‒dijo una voz.

Se entrecruzaron los saludos y Rosalie le explicó a ese hombre gris que tenía enfrente la dolencia de su hijo. Desde una ojiva cubierta por una cortina transparente tejida a mano dos ojos azules observaban la escena. Alexandre desvió la vista y se encontró, de repente, con esa mirada que lo dejó dormido, como cuando en la madrugada vagaba por la casa en busca de oraciones en latín, de locuras y de leyendas.

‒Alexandre, contad al doctor tus penas.

‒¿Qué?

‒¡Por Dios! ¡Qué distraído sois! Disculpad, no sé qué hacer con mi hijo. Él padece de sonambulismo ‒explicó Rosalie.

‒Es extraño porque lo sufren, por lo general, los niños. Alexandre ya es grande.  Tendríais que vigilar si puede hacer sus actividades diarias como vestirse o comer. Los comportamientos extraños son muy frecuentes: lesionarse por ejemplo al caer por una escalera o saltar por una ventana o durante una breve confusión reaccionar mal con actos de forma violenta ‒comentó Pierre Trevou.

Mientras tanto, la niña de ojos color del cielo seguía allí, imperturbable. Escribió algo en un papel y lo pegó al vidrio de la ojiva.

Soy tu creación y he venido desde el bosque rumoroso. Sé que me escucháis por ese latido que guardáis puertas adentro y que centellea en la ternura de vuestros ojos: los míos.

‒¡Alexandre! ‒gritó Rosalie fuera de sí al ver a su hijo totalmente abstraído por sus pensamientos y ajeno a todo lo que el galeno le hablaba.

‒Perdón.

‒Bien, trataremos de seguir sus consejos. Buenas tardes.

‒Los espero en un mes ‒dijo Pierre Trevou con un saludo cordial.

Cuando salieron al pasillo fantasmagórico, Alizee se asomó detrás de una pesada cortina púrpura.

‒¿Me tenéis miedo? ‒le preguntó a Alexandre.

‒¡No! ‒gritó Rosalie cuando la vio‒. ¿Quién sois? ¿Dónde estáis? ¡Celine!

 Louise salió al encuentro de ambos para indicarles la salida porque los notaba alterados y confundidos.

‒Celine ‒volvió a decir Rosalie débilmente y con lágrimas en sus ojos.

‒¿Qué os pasa?

‒Vi a una niña muy parecida a mi hija recién pero desapareció rápidamente.

‒Es Alizee que le gusta jugar. Es una niña muy especial: fantasiosa, inteligente y muy adulta ‒contestó la señorita Louise con orgullo.

‒Ah…Bueno, gracias por todo. Volveremos ‒respondió Rosalie como afiebrada mientras Alexandre miraba, absorto, asustado, los movimientos de la casa, sus cegueras escondidas, el misterio agazapado, la sangre que bullía en las venas de los antepasados que, a pesar de los años, parecían resucitar entre los muros.

‒Vamos, hijo.


Rosalie y Alexandre se perdieron por las callejas enlodadas. Habían pasado por una prueba de fuego sin saber que la vida puede cambiar de un segundo para el otro y que el tiempo es solamente un reloj acompasado. Así le sucedió a Lisa, su suegra. No sabía qué pensar de lo vivido en aquella vivienda esquelética, de reposo. Era una ilusión, un laberinto que quería machacar sus huesos. Se sentía penosa, horrible, opresiva. Se le llenaron los ojos de lágrimas. Recordó el día del nacimiento de Celine, su arremolinado torbellino de sensaciones: el cuerpo como arcilla, el mar azul, la ausencia de lo inexplicable y Antoine displicente igual que Alexandre. Había sentido tanta soledad aquel día que no quiso tener más hijos porque ese hueco se había quedado a vivir dentro de sí misma y la hostigaba con mensajes ininteligibles. No entendía. A veces, soñaba con vistosas figuras, con princesas y voces infantiles. Veía a Celine reflejada en un vidrio roto, vestida de tafetán carmesí y luego su imagen se duplicaba. Sabía que los sueños eran producto de las carencias, de aquello que anhelamos y no podemos alcanzar, pero seguía sin comprender.

‒Madre, ¿vio a esa niña en la casa del médico? ‒le preguntó Alexandre como en un murmullo porque la notaba enojada o quizá triste.

‒Ojalá no hubiera nacido.

‒¿La niña?

‒Yo.

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LICIA. HERMANA MÍA.
-----------------María Antonieta, Las gemelas, La Revolución francesa, Versalles, Reina de Francia, Luis XV, El Trianon.

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