miércoles, 5 de junio de 2024

Aluen (Cap 7. Manuel Leiva-Segunda parte)

 


Pedro fue a la Casa de Huérfanas, pero sólo encontró a la cocinera y su ayudante quienes estaban preparando la mesa para el agasajo después de la boda. Entre manteles bordados con margaritas, brillaban los cubiertos de plata y las porcelanas del padre Hilario que había sacado de sus vitrinas empolvadas donde dormían las arañas. Eran reliquias de sus abuelas que seguramente volverían a sus nidos con aquella ceniza que las abrigaba durante décadas. La boda había terminado.

Pedro y Aluen buscaron por toda la iglesia, por la plaza, caminaron cuadras de calles desiertas, pero el niño no apareció. Las jóvenes del asilo rezaban frente a las santas figuras igual que Ramona y Francisca. El padre no sabía qué hacer y caminaba de un lado a otro en la entrada del templo esperando a que alguien llegara con alguna noticia.

El pueblo, enterado de lo ocurrido, se hallaba alborotado, furioso, y quería hacer justicia.

‒¡Debe habérselo robado Leiva! ‒gritaban a viva voz.

‒Sí ‒dijo Aluen apesadumbrada, sin oxígeno y sin fuerzas‒. Él quería vengarse de mí. Estaba obsesionado. Me amenazó muchas veces con llevárselo a su casa.

‒Entonces, allá iremos ‒vociferó la multitud.

‒No, mejor no ‒murmuró Aluen, pero todos se habían marchado en su búsqueda.

Cuando llegaron a la vivienda de Manuel Leiva, entre gritos, palos y piedras, intentaron derribar la puerta porque nadie atendía el llamado. Una vecina, que oyó el alboroto, les comunicó por una ventana que Leiva se había marchado hacía un mes.

‒Se fue a Buenos Aires ‒dijo y cerró bruscamente la ventana.

‒¿Qué? ¿A Buenos Aires? ¿A qué? ‒se preguntaron azorados frente a esa noticia que obviamente no esperaban.

 

 

Pedrito, con los mismos ojos que su mamá, callado y dulce, más que otros niños, era ya un recuerdo que hería el corazón de Aluen. Los minutos parecían siglos y ella se hundía en la desesperación de esa falta, del vacío inexplicable, de la tortura ocasionada por un hombre ruin. ¿Cómo podía haber quitado un niño de los brazos de su madre? Era algo irreal para ser cierto, pero la venganza estaba latente y Manuel Leiva lo había anunciado más de una vez. Sólo que ahora había hecho bien las cosas. Se llevó a Pedro a Buenos Aires para que jamás pudieran encontrarlo. El ardid perfecto para destrozar, de nuevo, el alma de la niña india a quien hostigó toda una vida hasta agotarla. Imaginar a Pedrito en manos de ese hombre era como desangrarse en medio de la nada: la tortura sin fin.

Lo raro era que la vecina había dicho que hacía un mes que se había ido a Buenos Aires. El desconsuelo era enorme y no dejaba espacio a las conjeturas, al detalle. Si Leiva se fugó hacía un mes, no daban bien los cálculos. Para Aluen lo verdadero importante era la desaparición de Pedro y no estaba en condiciones de hacer análisis matemáticos.

‒Hija, ve a descansar. Te llevaré un té de tilo con hierbas santas de la Virgencita de los Milagros.

‒Ay… padre. Yo no creo en milagros. Toda la vida penando. Yo no debería haber nacido.

‒¡No se dice eso en la casa del Señor!

‒Ya encontraremos al niño, amor ‒la consoló Pedro y la abrazó.

‒Vayan para la habitación que yo les llevaré algo para beber. Todo se va a arreglar. Dios está siempre presente para quien lo necesita.

‒Dios no debería permitir las injusticias y el dolor. ¡Tantas cosas! Usted perdone, padre.

‒Sí, hija, lo sé, pero él no tiene la culpa de la maldad de los hombres.



Aluen se recostó en el pequeño catre y Pedro se quedó a su lado tomándole la mano hasta que se durmió. El soldado del Fuerte, el más valiente, era un puñado de dudas. Miró la habitación pintada de blanco, desierta, vacía… sólo colgado había un cuadro de Sor María Antonia de la Paz y Figueroa, la Beata de los ejercicios de José Salas.

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ALUEN (Novela plagiada en Amazon)
-----La Patagonia rebelde, El indio piel roja, Carmen de Patagones, Los inmigrantes galeses, Los indios tehuelches, el sur argentino.

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