jueves, 13 de junio de 2024

Licia (Cap IV. Balthazar-2da parte)

 


Louise se dirigió a la escalinata y pudo observar que una luz avanzaba hacia ella. Pero no era la llama en sí lo que veía sino el reflejo de la misma en el vidrio situado allí en donde las escaleras daban la vuelta. La vela pasó y vio a Madame Delfine reflejada en el cristal. Su figura se percibía confusa por su traje verde de terciopelo que descendía hasta sus pies y se arrastraba tras ella. Su rostro níveo demostraba ansiedad a través de la bujía sostenida por su mano enguantada.

‒Balthazar ha muerto.

‒Oh… lo siento mucho.

‒Era viejo como yo. La muerte es tramposa y te atrapa cuando menos lo esperáis. ¿Creéis en Dios y todas esas cosas? Os envidio Louise. Parecéis tener tanta seguridad, sois prudente y lleváis mucha tranquilidad. Yo nunca he experimentado esas sensaciones. Sé que hacéis bien en creer en algo, ayuda, pero no puedo.

Titubeando, ella levantó la vista y vio su semblante aún joven. El brillo que daba su cara tenía la apariencia de un pálido cristal. La ilusión de estrecharla en sus brazos se hizo irresistible.

“No debo hacerlo”, pensó Madame Delfine.

Ella todavía resistía a los embates de su carácter fuerte. El sentimentalismo no le agradaba demasiado, no quería demostrar debilidad ante Louise a quien había castigado en demasía.

‒No os preocupéis. Nosotros nos ocuparemos de todo. Su hermano era una buena persona y os merece un entierro digno.

‒¡Tenéis que conjugarlo en pasado! ‒gritó acongojada por una depresión inminente que le oprimía el pecho.

‒Es la vida.

‒¡La vida! Corta para muchos, larga para los que sufren. ¡Cuántos comentarios inútiles para intentar calmar a una pobre anciana! ¡No hay consuelo! ¡Entendéis!

‒Es que no os queda alternativa más que la resignación. Es la verdad aunque sea dolorosa ‒murmuró Louise con desgano‒. ¿No veis lo rápidamente que pasa el tiempo? Sólo quedan unas horas antes del crepúsculo.

‒Qué oscura es la noche cuando hay un muerto que todavía no ha partido definitivamente.

‒Os perdono ‒dijo Louise.

Se acercaron y durante un momento estuvieron estrechamente abrazadas sin pronunciar palabra. La habitación se iba quedando en penumbras. El súbito crujir de la antigua mesa interrumpía el mutismo.

‒La vida está llena de cosas absurdas. Lo único que tiene importancia es librarse de todo ese agobio. Voy a poner mi vida en vuestras manos.

 Louise no sabía qué decir ante las confesiones de Madame Delfine. Era otra mujer; se había humanizado frente a la muerte que es siempre ajena hasta que llega a rozar la existencia de quien no la acepta o no puede hacerle frente.

‒Mi hermano me doblaba en edad ‒continuó‒. Lo adoraba como al Dios Febo. Era mi héroe, el único, el más grande… y había algo más importante que alimentaba mi ego ávido siempre de consideración. Yo era su confidente.

‒Por lo menos tuvo a alguien en quien confiar. Yo siempre estuve sola añorando una familia; toda la vida me sentí desamparada y con el corazón preñado de dolor.

‒Pero tenéis una sobrina.

‒Sí, claro ‒contestó Louise incómoda por la mentira. No le gustaba engañar a nadie.

‒¿Y tu hermano o hermana? Los padres de la niña. No los he visto nunca por acá. ¡Qué raro!

‒Murieron.

‒Lo siento mucho.


La señorita Louise temblaba de los nervios frente a Madame Delfine, aunque estuviera demasiado anciana y sin fuerzas. Ella no era tonta sino temible.

‒Vaya a su cuarto que nos ocuparemos de todo.

Todavía no había acabado de hablar cuando se dio cuenta que una puerta se abrió. La luz era pobre y la niebla insidiosa, pero reconoció el abrigo negro. Balthazar se apoyaba en el dintel, flaco y desmembrado, con el traje roto por los codos.

‒¡Madre! ‒irrumpió Alizee.

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LICIA. HERMANA MÍA
-----------------María Antonieta, La ejecución, La Revolución francesa, Príncipe y Mendigo, Las Tullerías, María Teresa de Austria.

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