viernes, 21 de agosto de 2020

"El colmo de la infelicidad es temer algo, cuando ya nada se espera" (Séneca)




La ruta del miedo, a pocos kilómetros de distancia, emergía a la vista y atravesaba los hierros sin rumbo fijo. Era como estar en una gran basílica, donde los árboles eran tan altos que formaban terrazas e invitaban al sopor cadavérico de los cementerios. A Letizia se le heló la sangre; le pareció escuchar voces antiquísimas, el murmullo de los cafés saturados de gente, canciones que parecían sacramentos… y los ruegos de José.
Manuela se fue a su santuario y allí se desplomó gritando como loca frente a los retratos de sus hijas y el agua bendita de los jarrones. Hubiera querido ser una pobre anciana recogida en un asilo, sin presente y sin memoria. El aire se tornaba denso en contacto con los cirios y había aroma a mangos y a orquídeas mezclados con un  perfume salino que le daba sueño. Tenía diez cajones colocados sobre espigones de caña en medio de libros y de biblias en varios idiomas que producían una sensación de encierro, de ceremonias y de risas.

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