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El silencioso grito de Manuela (Cap VI tercera parte)




Letizia se mezclaba con el moho de las tapias; añoraba la luz de otros tiempos y repudiaba la tiranía del presente. Se sentía completamente vacía de aire, quebrada por las inexplicables secuencias de una vida enferma. La única salida era escapar de su esposo a quien consideraba un hombre aburrido, sin sentimientos, demasiado abarrotado de lodo, sin memoria ni futuro.

-Lucía se llamará mi hija-decía como perdida en la maraña de sus caminos cubiertos de malezas y con la inestabilidad propia de las personas amenazadas.-Niña, amor posible, siento tu manera de llorar y tu forma de morir. Niña estás excavando la tierra en el templo de Rocío…-murmuraba otra vez mientras recorría las galerías con la sutileza de una enviada.

El viento soplaba con la fuerza de un temporal y entraba a la buhardilla para derribar los licores de Manuela que albergaban las sales que viejas befanas italianas le habían obsequiado en años de peligros.
La filosofía de Letizia era esperar el día para entender el porqué de su fragilidad aunque, en el fondo, ya lo sabía; llevaba sobre sí la mochila de su madre que sobrevivía a los antagonismos y a la claridad de sus raíces.
Manuela consagrada a un modelo de recato y fidelidad no miraba más allá de sus propios códigos, sin transgredir para que la gente no hablara pero también sin conmoverse ante los rechazos.




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