Charlotte Brontë |
1-SALLIE DEAM
Enero de 1855
Firmar con otro nombre…
La tarde fría dejaba su enigma de lágrimas en el verde inexistente de los días.
La bruma se extendía por aquellos páramos y barrizales.
El suelo se hallaba cubierto de nieve y el viento estremecía las grietas de la antigua casona.
“Podría perderme por estos pantanos”, pensó, pero su deseo de llegar era más fuerte que las inclemencias del tiempo. La vida y la pasión por los libros la habían llevado a tomar la decisión y no podía volverse atrás.
¿Quién no lloró con el amor obsesivo de Heathcliff en “Cumbres Borrascosas”?
¿Quién no sufrió con la terrible infancia de Jane Eyre?
“Sé que iré y volveré mil veces hasta que me atienda porque aunque no quiera terminará por aceptarlo. Ella y sus hermanas sintieron lo mismo: la vehemencia, el fuego, la idea fija, el hecho de no claudicar, aunque el mundo parecía derrumbarse. ¡Qué lugares oscuros y que apasionantes! Me envuelve esa magia cargada de sueños por volar, de rotundos pensamientos por decir…”, reflexionó la joven delgada y morena, de ojos grises pensativos.
La criada la miró por la ventana. Primero le pasó un lienzo a los vidrios empañados.
Enero de 1855.
La desconocida quiso levantar la cadena que cerraba la verja; lo logró después de renegar un buen rato. El camino hacia la casona estaba rodeado de matas de grosella. A lo lejos, se oía el ladrido de los perros.
Comenzaba a caer de nuevo una espesa nevada.
Empuñó el aldabón dos o tres veces hasta que la criada, con desconfianza, le habló desde una mirilla de la puerta.
−¡Qué tiempo horrible!
−¿Podría hablar con Charlotte? ¿Se encuentra?
−¿Para qué?
−Es algo personal, pero urgente. Para mí es maravilloso, no sé para ella. Me imagino que sí.
−¿De qué se trata? –volvió a preguntar la criada con voz áspera y masculina.
−Se lo contaré a ella, si usted me da permiso de entrar.
−Espere acá.
Al rato, regresó y con gesto adusto, de malos amigos, le indicó que pasara. Llevaba una chaqueta negra igual que su falda y el pelo recogido con una red. Lo que resaltaba en ese atuendo era el delantal blanco inmaculado.
Atravesaron un patio enlosado, en donde había un pozo con bomba y un palomar. En ese cuarto, el fuego de carbón y leña calcinaba la piel y había una mesa servida para el té.
Charlotte, con su rostro de tiza, pálido, cosía una larga tela que se arrastraba por el piso.
La joven la saludó con amabilidad y permaneció de pie. Esperaba que la invitara a sentarse y lo hizo, al rato, con un movimiento de cabeza, sin dejar de mirar la costura.
−¿Qué buscas por acá? No tengo tiempo para perder. Acabo de casarme.
❤
Hermanas Brontë
--------------------Biografía novelada.
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