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Hija única. Libro de Recuerdos---2daparte

 


La casa vieja, la estancia, estaba silenciosa y abandonada. Tenía miradores en lo alto para los cañones. Llevaba muchas batallas ganadas con los indios en tiempos hostiles. Yo la observaba como quien ve fantasmas tras las ventanas desiertas. Imaginaba historias turbulentas. Quería caminar sus pasos, subir peldaños, investigar, bajar a los sótanos… Ser una más. El auto seguía su ruta en la llanura donde tantas almas reposaban de su fragilidad. Cuando llegaba al campo, abrazaba la muñeca y me iba debajo del sauce a inventar relatos. Hablaba, le preguntaba cosas, ése era mi refugio que parecía de duendes enamorados. Mi padre arreaba las vacas negras y yo pensaba en la vida que se les cortaba por un capricho de los hombres.  No miraba, mi corazón se rompía en pedazos. El cielo era testigo de la debilidad y de los mandatos mientras el molino de agua, con su rezongo de viejo, me decía que el viento venía del sur.


Nos alejábamos para volver al pueblo en aquel aparato longevo que parecía una carreta del 1800 y yo sentía demasiado sueño. ¡Cuánto tiempo más! Ya no quería viajar en ese montón de chapas que se desdoblaban en los surcos y que desafiaban al polvo de los caminos con su bocanada gris. Llegar a casa era el sosiego. Me recostaba en mi cama donde moraban las palabras sanadoras y mi gato negro me lavaba el pelo. Lo había encontrado debajo de la magnolia del patio. Él me habló aquella tarde y yo lo abracé como se abriga a un niño; lo quería demasiado.

 

Desde mi cuarto sentí el perfume…

Solía jugar sentada

en el enorme tronco.

Las palomas parecían escuchar

mis monólogos y susurraban

desde el tejado de la casa vecina.

 

Cuando murió, mi padre lo sepultó allí debajo de la planta perfumada. Yo le llevaba margaritas y alguna rosa a esa tumba y lloraba, le hablaba otra vez… Él me regaló una flor desde las entrañas mismas de la tierra. Un milagro. ¡Tan real!


El amor por los animales a veces es tan intenso. Me recuerda a una historia del Titanic. Ann Elizabeth Isham se subió a un barco de rescate y su posibilidad de sobrevivir al hundimiento se hallaba asegurada. Pero, la desesperación se apoderó de ella cuando le informaron que su perro, un gran danés, no iba a poder salvarse. Su tamaño era muy grande y priorizaban la vida de otros pasajeros.

Sin dudarlo, la mujer de 50 años, se tiró del bote para reencontrarse con su perro. Sabía que no podía abandonarlo. Días después del hundimiento, un equipo de rescate encontró el cuerpo de la pasajera aferrado al de su mascota. Murieron juntos, abrazados, tal como ella lo decidió. Muy conmovedora historia que nos demuestra hasta dónde llega el amor.

 HIJA ÚNICA. LIBRO DE RECUERDOS

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