domingo, 30 de octubre de 2022

La Liberación. (Cap 2-Patrick Brontë 2da parte)

 


         −¿Y sus abuelos?

Eran granjeros irlandeses. A mi padre no le gustaba el trabajo de campo y por eso se independizó, estudió en Cambridge y luego, a los veintinueve años, ingresó en el clero anglicano. Él era demasiado severo y obstinado. Le gustaba también la poesía y escribía en los ratos libres.

−¿Tiene libros editados?

Fue autor de “Cottage Poems” en 1811 y “The rural Minstrel” en 1814, también escribió para periódicos y folletos. Los poemas pastorales eran los que más le gustaban.

−¿Y su carácter? ¿Tengo entendido que era demasiado austero?

Muy inflexible, hipocondríaco y misántropo. Hablaba sobre el Apocalipsis y por eso estaba lleno de manías. Le daba mucho miedo el fuego. La rectoría no tenía alfombras ni cortinas y siempre había baldes de agua disponibles. Le gustaban las armas y llevaba unas pistolas cargadas que disparaba todas las mañanas contra la torre de la iglesia.

−¿La gente no le temía?

Más o menos porque  nos amaba y era abierto, inteligente y generoso. Fue él quien se encargó de nuestra educación; nos compraba libros, juguetes, nos impulsaba a leer y a escribir, a soñar con un mundo mejor.

−Pero era excéntrico…

−Y sí, así podía ver la vida. Cada persona lleva un mundo dentro y hace de él su cueva, su refugio, el altar… Lo respeta y lo cuida como el bien más preciado porque es parte de su identidad, del ser mismo. Y no permite que lo invadan con asuntos triviales o ajenos.

−¿Y físicamente?

−Alto, guapo, pelirrojo, con ojos azules.

−Debió ser muy atractivo –comentó Sallie.

−El hecho de ser religioso y de escribir poemas y prosa didáctica lo convertía en un personaje peculiar que lo alejaba de la gente por su rectitud y autoritarismo. Yo lo recuerdo así, algo disperso. Pensando siempre en nuestro hermano varón Branwell. A él le daba dinero, lo poco que tenía para que pudiera estudiar. Nosotras, las mujeres, pasábamos por muchos estados de angustia y soledad, por el desamparo. Es que la mujer era relegada a último lugar.

−¡Qué injusto!

−No importaba ni importa lo justo. Entiendes por qué te explico lo del seudónimo. El varón es aceptado, la mujer no. No interesa si tiene talento o si se esfuerza demasiado. En esta época la mujer no vale nada.

−Pero todo va a cambiar…

−Esperemos que así sea por el bien de muchos, aunque yo no lo veré. Ahora regresa a tu casa. Por hoy es suficiente. Vuelve, si quieres, mañana. A la misma hora. ¿Te parece?

−Claro –respondió Sallie encantada.

Charlotte subió las escaleras y desapareció por los aposentos, por detrás de una enorme caja de roble cerca del alféizar de la ventana donde se hallaban apoyados varios libros polvorientos.

“Me extraña su manera de alejarse, pero cuando vuelve lo hace cargada de luz. Luego se va apagando como las estrellas con el alba, igual que una vela. Tiene mucho para dar, pero se la ve agotada, a medio camino, maternal y fría. Sin dudas, abraza las nostalgias como podría amar a un niño, con la calidez y la ausencia, con la palabra y su silencio. Así es ella, la que permanece, la que por obra de Dios se ha quedado de este lado del camino para ser testigo y muestra de la perpetuidad del talento. Le preguntaré quién era Tabby y cómo los trataba… Me inquieta ese nombre y sus misterios. Lo que les dejó como legado y la sabiduría donde escondía las lágrimas cuando todo no marchaba como quería. Tal vez, no podía dejar de sostener a esa familia que poco a poco se derrumbaba”, pensó Sallie llena de preguntas retóricas y con el deseo de que las horas pasaran con la rapidez de los huracanes para volver a encender el fuego de los interrogantes.

−Y los sermones –murmuró la escritora principiante.


De haberlos escuchado se hubiera escapado para caer por esas ciénagas, esperando desaparecer lo más rápido posible. El ser humano tiene sus debilidades y Patrick era un hombre obsesivo, un clérigo irlandés, que se bebía sus propias oraciones con la solemnidad de los párrocos adustos.

¡Cuánta rigidez y formalidad!

Tal vez, escondía inseguridad y desasosiego, miedo a ser atrapado en esas criptas antiguas dentro de iglesias prehistóricas. Así era el padre de las hermanas Brontë: un ser que prefería al hijo varón y que dejaba de lado a sus hijas porque eran mujeres. Un hombre encerrado en sus manías para sobrevivir en medio de sus propios peligros, los que no podía manejar, los que lo amarraban sin descanso a sus leyes antagónicas.

Ser hijas de un clérigo significaba ir por un camino aciago, sobre todo si ese padre era pobre y arrastraba hondas preocupaciones sin futuro.

Patrick Brontë ya era una leyenda, pero Sallie lo traía para revivir cada gesto y para llevarlo a lo más alto.

La sabiduría del encuentro lleva mensajes y enseñanzas. Es belleza.

*

LA LIBERACIÓN
HERMANAS BRONTË

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