−¿Y sus abuelos?
Eran
granjeros irlandeses. A mi padre no le gustaba el trabajo de campo y por eso se
independizó, estudió en Cambridge y luego, a los veintinueve años, ingresó en
el clero anglicano. Él era demasiado severo y obstinado. Le gustaba también la
poesía y escribía en los ratos libres.
−¿Tiene
libros editados?
Fue
autor de “Cottage Poems” en 1811 y “The rural Minstrel” en 1814, también
escribió para periódicos y folletos. Los poemas pastorales eran los que más le
gustaban.
−¿Y
su carácter? ¿Tengo entendido que era demasiado austero?
Muy
inflexible, hipocondríaco y misántropo. Hablaba sobre el Apocalipsis y por eso
estaba lleno de manías. Le daba mucho miedo el fuego. La rectoría no tenía
alfombras ni cortinas y siempre había baldes de agua disponibles. Le gustaban
las armas y llevaba unas pistolas cargadas que disparaba todas las mañanas
contra la torre de la iglesia.
−¿La
gente no le temía?
Más
o menos porque nos amaba y era abierto,
inteligente y generoso. Fue él quien se encargó de nuestra educación; nos
compraba libros, juguetes, nos impulsaba a leer y a escribir, a soñar con un
mundo mejor.
−Pero
era excéntrico…
−Y
sí, así podía ver la vida. Cada persona lleva un mundo dentro y hace de él su
cueva, su refugio, el altar… Lo respeta y lo cuida como el bien más preciado
porque es parte de su identidad, del ser mismo. Y no permite que lo invadan con
asuntos triviales o ajenos.
−¿Y
físicamente?
−Alto,
guapo, pelirrojo, con ojos azules.
−Debió
ser muy atractivo –comentó Sallie.
−El
hecho de ser religioso y de escribir poemas y prosa didáctica lo convertía en
un personaje peculiar que lo alejaba de la gente por su rectitud y
autoritarismo. Yo lo recuerdo así, algo disperso. Pensando siempre en nuestro
hermano varón Branwell. A él le daba dinero, lo poco que tenía para que pudiera
estudiar. Nosotras, las mujeres, pasábamos por muchos estados de angustia y
soledad, por el desamparo. Es que la mujer era relegada a último lugar.
−¡Qué
injusto!
−No
importaba ni importa lo justo. Entiendes por qué te explico lo del seudónimo.
El varón es aceptado, la mujer no. No interesa si tiene talento o si se
esfuerza demasiado. En esta época la mujer no vale nada.
−Pero
todo va a cambiar…
−Esperemos
que así sea por el bien de muchos, aunque yo no lo veré. Ahora regresa a tu
casa. Por hoy es suficiente. Vuelve, si quieres, mañana. A la misma hora. ¿Te
parece?
−Claro
–respondió Sallie encantada.
Charlotte
subió las escaleras y desapareció por los aposentos, por detrás de una enorme
caja de roble cerca del alféizar de la ventana donde se hallaban apoyados
varios libros polvorientos.
“Me
extraña su manera de alejarse, pero cuando vuelve lo hace cargada de luz. Luego
se va apagando como las estrellas con el alba, igual que una vela. Tiene mucho
para dar, pero se la ve agotada, a medio camino, maternal y fría. Sin dudas,
abraza las nostalgias como podría amar a un niño, con la calidez y la ausencia,
con la palabra y su silencio. Así es ella, la que permanece, la que por obra de
Dios se ha quedado de este lado del camino para ser testigo y muestra de la
perpetuidad del talento. Le preguntaré quién era Tabby y cómo los trataba… Me
inquieta ese nombre y sus misterios. Lo que les dejó como legado y la sabiduría
donde escondía las lágrimas cuando todo no marchaba como quería. Tal vez, no
podía dejar de sostener a esa familia que poco a poco se derrumbaba”, pensó
Sallie llena de preguntas retóricas y con el deseo de que las horas pasaran con
la rapidez de los huracanes para volver a encender el fuego de los interrogantes.
−Y los sermones –murmuró la escritora principiante.
De
haberlos escuchado se hubiera escapado para caer por esas ciénagas, esperando
desaparecer lo más rápido posible. El ser humano tiene sus debilidades y
Patrick era un hombre obsesivo, un clérigo irlandés, que se bebía sus propias
oraciones con la solemnidad de los párrocos adustos.
¡Cuánta
rigidez y formalidad!
Tal
vez, escondía inseguridad y desasosiego, miedo a ser atrapado en esas criptas
antiguas dentro de iglesias prehistóricas. Así era el padre de las hermanas
Brontë: un ser que prefería al hijo varón y que dejaba de lado a sus hijas
porque eran mujeres. Un hombre encerrado en sus manías para sobrevivir en medio
de sus propios peligros, los que no podía manejar, los que lo amarraban sin
descanso a sus leyes antagónicas.
Ser
hijas de un clérigo significaba ir por un camino aciago, sobre todo si ese
padre era pobre y arrastraba hondas preocupaciones sin futuro.
Patrick
Brontë ya era una leyenda, pero Sallie lo traía para revivir cada gesto y para
llevarlo a lo más alto.
La sabiduría del
encuentro lleva mensajes y enseñanzas. Es belleza.
*
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