-Demasiados paseos a toda hora. Mira como juega con la arena -decía Manuela alborotada al ver a Antonio correr en la plaza-. Cuida que no tropiece con los carriles… ¡Vaya, Dios, qué niño tan inquieto!
-Déjalo que pueda vivir.
-Letizia comenzó a andar hacia el
coche y Antonio volvió a su lado. Iba descalzo; sus pies demostraban
familiaridad con el pasto y las piedras, los charcos, los sapos y los abrojos.
-Eres una veleta -dijo Manuela en
tono convincente-, igual que tu padre.
Letizia se incorporó al escuchar
esas palabras.
-Te echaré a un horno de
calcinación si no te callas. ¡Qué quede muy claro que Antonio es hijo mío y de
nadie más!; no te asustes conozco los ardides. Tú odias a Manolo entonces para
qué lo nombras.
Manuela, a pesar de su debilidad,
gobernaba a todos con su dominio soberano. Sabía que Manolo detrás de esa
máscara de mujeriego escondía un hombre apático; su falta de carácter y de
deseos de superación rozaba, a veces, la estupidez. Encerrado en la casa,
ignorando las responsabilidades, Manolo que se había casado con Letizia por
capricho, ya no podía pensar solamente sentía un instinto casi animal de huir
en busca de una verdad. Salió a la calle con la cabeza turbada y los ojos
fijos. Así lo vieron desde el coche Letizia y Manuela cansadas de sus escapadas
y de su desorden moral. Ellas no eran perfectas para abrir juicios pero sí para
arrojar la ceguera a los infiernos.
-¡Morirás e irás a la tierra a
echar raíces, pero serás despojo, lodo inservible -gritó Manuela al verlo salir
enajenado.
-Déjalo con su ignorancia que su
voluntad lo llevará, jadeante, a su grosero vulgo. Después iremos nosotras a
descubrirlo porque la seguridad sólo existe si sabes emplearla.
Letizia, aturdida con su rudimentario
atuendo de monja de clausura, entró a la residencia con Antonio en los brazos.
Se sentía desamparada ante la sociedad prejuiciosa que solía ser impertinente.
Lo desconocido, lejos de detenerla, la impulsaba a cometer cualquier tipo de
acto. Se creía capaz para enviar a Manolo a algún presidio inmundo. ¿Dejaría a
Antonio huérfano de padre? Se sentó delante del retrato de Rocío y los
tulipanes la hicieron estornudar, hasta le pareció escuchar el ronroneo de la
gata Máxima que apretaba un almohadón en la cama de su hermana.
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