Manolo casi no la escuchó porque su forma de decir las cosas lo había cansado hasta el hartazgo. Su memoria, con trampas y recodos, lo colmaba de dudas y, a veces, lo inmovilizaba sin poder llevar a la acción todo lo que realmente deseaba. No podía sacar conclusiones ni tomar una decisión porque los engranajes de sus momentos iban moviendo los espacios que ocupaban las personas más queridas formando un entramado de relaciones necesarias. Miró a Letizia con desconfianza y, sin tapujos, quiso decirle que su lucha interna se debía a la existencia de otro sentimiento, pero al ver sus ojos irónicos pensó que ella no lo entendería nunca.
Letizia estaba desestabilizada
porque en realidad no sabía nada concreto, solamente trataba de intimidarlo
para ocultar sus propios miedos. Su vitalidad, más que nunca, se hallaba
disminuida pero necesitaba ser fuerte y adulta; para eso tenía que afrontar los
hechos y no huir de ellos. Manuela no le había enseñado a crecer a pesar de los
sufrimientos porque en ese mundo asolado por las urgencias, el egoísmo, la
individualidad y el materialismo, ella había pedido siempre ayuda y había
dejado la solución de los problemas en manos de otros. Letizia tendría que
buscar culpables por sus propios medios, ser libre y elegir el camino, ganar
experiencia sin desobedecer sus convicciones.
-En qué piensas -le preguntó Manuela
con el ceño fruncido y sin capacidad de asombro.
-En el olor a campo que tenía
Manolo en sus ropas. También vi llamaradas de fuego en su piel como si tuviera
hambre de agua.
-¡Qué disparates dices!
-Lo que vi en él: un hombre
miedoso, sin gestos, con un pasado maduro y descalzo en un presente ambiguo.
-Yo lo dije siempre, es un tipo
mediocre que no sabe perder porque nunca ha ganado.
-Se nota que tiene tensiones
internas pero todavía no puede leerlas.
-Me parece que es pura pasión-dijo
Manuela tratando de recrear la fisonomía de Manolo a quien creía un personaje
que carecía de contenidos.
-¿Pasión? ¿A qué? ¿Con quién?, si es un autómata sin proyectos ni coherencia.
-Ese hombre tiene una filosofía de
vida, casi irracional diría yo. Niega su origen y admite que existe otra
posibilidad, tal vez, definitiva para él. Vive entre la contención y el abismo,
en un debate propio que lo aleja de la teología cristiana y de los conceptos
justos. Una persona lúcida, transgresora, lo hostiga a pelear contra la ley
natural.
-No entiendo… -dijo Letizia
totalmente abstraída por los comentarios de su madre que consideró siempre
absurdos pero que en ese momento le parecieron verosímiles.
-¡Pobre hija!, eres inocente pero
abre los ojos a los conflictos que Manolo tiene con su propio yo. No oculta su
resentimiento, le molesta todo lo que lo rodea, está en un lugar, aparentemente
tranquilo, y al rato escapa como si huyera del pecado hacia la redención.
-La mayoría de la gente comete
errores.
-Él sólo quiere exiliarse,
acostúmbrate a pensar que en cualquier momento desaparecerá porque ya no puede
manejar sus instintos.
-¿Hablas de otra mujer? -preguntó
Letizia enferma de tantos enigmas.
-Una mujer detendría su marcha.
-Entonces…
-En las complicaciones del amor la
diplomacia es incompatible con la pasión. Existe un amante que se lo lleva
muerto.
-Tengo que sorprenderlo aunque ya
no sienta nada por él.
-Niña, cuidado, prepárate porque la
sorpresa será muy grave para tu sensibilidad. Ese hombre es un pigmeo y no
merece una lágrima aunque tengas un hijo con él. Sus errores ya son desechos.
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