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El silencioso grito de Manuela (Cap XIII 2da parte)

 


        Manolo avanzaba por lo alto del cerro que limitaba las minas del lado del Poniente; estaba llegando a Lacorta. Amadeo, acomodándose la camisa, salió a recibirlo. El anochecer era inminente. Se oía el mugido de las vacas en el establo y se sentía el aroma a heno en el pajar.

-Esa sombra negra ha destruido mis días -comentó Manolo a Amadeo que lo observaba con una absurda mezcla de candor.

-Yo te aconsejé que no te casaras, sabes que el destino es reversible.

Callaron los dos; se hallaban emocionados por el encuentro. Ambos sabían que todavía era temprano para resolver problemas que a la mirada de otros resultaban confusos. Lo importante era la comunicación, dejar viejos prejuicios y no tener que dar más explicaciones. Manolo se encontraba petrificado frente al sentimentalismo de Amadeo porque no se atrevía a cruzar el límite.

-Mátame, Amadeo, no quiero que Letizia me vea así. Soy cobarde y estúpido para apartar mis ojos de la realidad que tú me pintas.

-Tienes que seguir tus propias premisas y olvidar a esa mujer y su locura evidente.

-Es que tenemos un hijo pequeño que amo con toda el alma, lo demás ya no me importa -dijo Manolo con la vista ausente junto al portón de hierro cuando el sol se filtraba por la cortina de hilo-. Estoy estresado porque son muchas las presiones.

-Es que la verdad es una sola; existe un mundo de ideas, sensaciones y pensamientos a los que podemos comenzar a aproximarnos si nos atrevemos al cambio.

-No quiero tener una preocupación más en medio de ese torbellino que ya me está llevando a padecer síntomas psicofísicos.

-Hombre… con más razón -le contestó Amadeo totalmente ajeno a los problemas inmediatos que Manolo tenía con Letizia y su familia.

Los dos sabían que en la sociedad existían todavía muchos prejuicios para aceptar esos planteos y, en medio de la ambigüedad reinante, Manolo, quien sufría demasiado la doble personalidad, no se atrevía a reconocer su elección de vida.

Así, en medio de tanto disturbio emocional, abandonó a Amadeo y corrió a los brazos de Letizia para encontrar la respuesta a la pregunta que no se animaba a formular.

-Vienes de estar en algún báratro porque hueles a fuego.

-Es que jamás vas a recibirme con un gesto de cariño.

-Tú eres un hereje y pretendes misericordia. ¿Dónde has estado? Contesta… No ves que eres cobarde hasta para ocultar tu sombra.

-Deja de hablar como tu madre, corrige tus errores cien veces que son demasiados y si puedes trata de comprender a un hombre confundido.

-¿Un hombre?

-¡Sí! -gritó Manolo con la magnitud de la voz, conmocionado y reprimido; intentaba decir lo que no podía guardar.


-No hace falta que finjas, vete a un psicólogo o revuélcate en el lodo, ya no me haces falta, pero recuerda que yo te estaré mirando cuando te escondas en tus obscenas oscuridades.

-No tienes fundamentos, no sabes nada.

-Sé más de lo que tú crees pero déjame un tiempo para averiguar, aunque tus cicatrices te delatan demasiado.

*

EL SILENCIOSO GRITO DE MANUELA.
ETERNAMENTE MANUELA.
UNA MUJER REAL.

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