-Esa sombra negra ha destruido mis
días -comentó Manolo a Amadeo que lo observaba con una absurda mezcla de
candor.
-Yo te aconsejé que no te casaras,
sabes que el destino es reversible.
Callaron los dos; se hallaban
emocionados por el encuentro. Ambos sabían que todavía era temprano para
resolver problemas que a la mirada de otros resultaban confusos. Lo importante
era la comunicación, dejar viejos prejuicios y no tener que dar más
explicaciones. Manolo se encontraba petrificado frente al sentimentalismo de
Amadeo porque no se atrevía a cruzar el límite.
-Mátame, Amadeo, no quiero que
Letizia me vea así. Soy cobarde y estúpido para apartar mis ojos de la realidad
que tú me pintas.
-Tienes que seguir tus propias
premisas y olvidar a esa mujer y su locura evidente.
-Es que tenemos un hijo pequeño que
amo con toda el alma, lo demás ya no me importa -dijo Manolo con la vista
ausente junto al portón de hierro cuando el sol se filtraba por la cortina de
hilo-. Estoy estresado porque son muchas las presiones.
-Es que la verdad es una sola;
existe un mundo de ideas, sensaciones y pensamientos a los que podemos comenzar
a aproximarnos si nos atrevemos al cambio.
-No quiero tener una preocupación
más en medio de ese torbellino que ya me está llevando a padecer síntomas
psicofísicos.
-Hombre… con más razón -le contestó
Amadeo totalmente ajeno a los problemas inmediatos que Manolo tenía con Letizia
y su familia.
Los dos sabían que en la sociedad
existían todavía muchos prejuicios para aceptar esos planteos y, en medio de la
ambigüedad reinante, Manolo, quien sufría demasiado la doble personalidad, no
se atrevía a reconocer su elección de vida.
Así, en medio de tanto disturbio
emocional, abandonó a Amadeo y corrió a los brazos de Letizia para encontrar la
respuesta a la pregunta que no se animaba a formular.
-Vienes de estar en algún báratro
porque hueles a fuego.
-Es que jamás vas a recibirme con
un gesto de cariño.
-Tú eres un hereje y pretendes
misericordia. ¿Dónde has estado? Contesta… No ves que eres cobarde hasta para
ocultar tu sombra.
-Deja de hablar como tu madre,
corrige tus errores cien veces que son demasiados y si puedes trata de
comprender a un hombre confundido.
-¿Un hombre?
-¡Sí! -gritó Manolo con la magnitud de la voz, conmocionado y reprimido; intentaba decir lo que no podía guardar.
-No hace falta que finjas, vete a
un psicólogo o revuélcate en el lodo, ya no me haces falta, pero recuerda que
yo te estaré mirando cuando te escondas en tus obscenas oscuridades.
-No tienes fundamentos, no sabes
nada.
-Sé más de lo que tú crees pero
déjame un tiempo para averiguar, aunque tus cicatrices te delatan demasiado.
*
No hay comentarios:
Publicar un comentario