VIII
LA ÚLTIMA
GALA
Atlántico Norte, abril de 1912
Los
salones estaban preparados para aquella gala inolvidable. Los candelabros de
cristal eran los protagonistas en las mesas con finas porcelanas. El director
de orquesta Wallace Henry Hartley engalanaba con la magia y sus músicos el
glorioso momento. Interpretaban Ragtime.
Entre
los invitados se hallaban Isidor Strauss, ex congresista y ejecutivo de las
tiendas Macy`s, su esposa, el millonario Ben Guggenheim, Ismay director
administrativo de la línea White Star, entre otros.
Las
damas distinguidas con sus trajes de paño formando festones en seda y piel en
los bordes de la falda, dejaban ver la opulencia de la que tanto hablaba
Rebeca: esa necesidad de mostrar sus abalorios de exquisito valor para seguir
ocupando el lugar de privilegio. Los hombres, más sobrios, llevaban chaleco y
corbata, cuello postizo gris o azul oscuro.
Mark
miraba el vacío porque todo le parecía una pesadilla, Amy
y Carl conversaban sobre temas triviales y Rebeca buscaba a la mujer de los
ojos grises. Poco le importaba la presencia de Wilson a quien ignoraba por
completo. Él tampoco intentaba reparar el daño ocasionado ni los malentendidos.
Por
los corredores y pasillos atestados de música y de voces, de alegría y gozo de
vivir, se desplazaba, a hurtadillas, Alan Cooper. Iba al cuarto de su abuelo
con intenciones de apoderarse del añoso baúl que contenía el futuro, la
sanación de Rebeca, una herencia, tal vez nada… Llegó al lugar y miró a un lado
y al otro. Temía ser descubierto por Silas Pyland, el policía de a bordo. Alan
era pusilánime y callejero, pero tan inescrupuloso como su padre. La puerta
estaba cerrada.
‒Señor…
¿Se le ofrece algo? ‒dijo el camarero.
‒No,
gracias.
Alan
colocó dentro de la cerradura una especie de gancho de cobre que utilizaba para
abrir puertas desvencijadas pero no pudo lograr su cometido. El Titanic era infranqueable. ¿Acaso
alguien podía dudarlo? Nadie, absolutamente nadie.
**
Lo que no sabían era que el 12 de abril, Viernes Santo, el Titanic comenzó a recibir reporter de otras embarcaciones que navegaban por la zona con la advertencia de que se habían observado témpanos a la deriva. A pesar de ello, el capitán E.J. Smith decidió cumplir estrictamente la tabla de horarios y no disminuir el ritmo. Con la técnica de navegación en aguas de hielo, el Titanic surcó las olas a una velocidad de veintidós nudos la noche del 14 de abril. Pero desde muy temprano, en ese domingo, se habían recibido seis advertencias relativas al hielo desde otros barcos que hacían la misma ruta a Norteamérica, conocida como ruta de Terranova.
Primero,
un operador de radio del vapor Caronia previno
al capitán del Titanic E.J Smith,
quien tomó nota del llamado. Por la tarde, un operador entregó a Smith una
alerta específica proveniente del Baltic:
“icebergs muy grandes”. El capitán turnó el mensaje a J. Bruce Ismay,
director, administrativo de la línea White Star, quien lo leyó y lo guardó en
un bolsillo sin hacer comentarios. El Californian
envió por lo menos dos mensajes: “tres icebergs grandes”, fue el primer aviso
del operador de ese barco. “Oye, viejo” transmitió por la tarde desde el punto
a treinta km del Titanic, “estamos
varados, rodeados de hielo”. Jack Phillips respondió: “Aléjate y cállate,
interfieres mi señal”. Habló con Cabo Race.
**
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