lunes, 20 de mayo de 2024

Los siete dones (5-La soberbia de los otros-2da parte)

 


Milagros Correa Viale con sus quince años parecía una princesa: rubia, alta, elegante, con los rizos sobre los hombros, igual que Dolores; más bella que Felicitas, la joven que ella admiraba tanto. Su curiosidad, la que la torturaba años anteriores, seguía latente, pero ahora leía mucho, se interesaba por todos los temas: desde políticos hasta médicos.

−Yo tengo que dejar de sufrir por los demás –dijo en el cuarto mientras Bernarda acomodaba los almohadones.

−¿Por quién sufre, niña?

−¿Te das cuenta lo que hizo Felicitas? Perdió un hijo, pobrecito, de tres años y cuando todavía latía su recuerdo fue a buscar otro. ¡No pudo esperar! Lo reemplazó como yo con los vestidos. ¿Te das cuenta, Bernarda? ¿Lo puedes ver? Yo que la admiraba tanto, me defraudó.

−Es que usted lo ve así. A veces, otro niño trae la alegría que se fue. Jamás lo reemplaza, sino que llena los espacios vacíos para poder seguir viviendo.

−No lo creo. Me duele y me lastima. Es egoísmo personal de grandes sin cerebro, pero sobre todo sin corazón.

De pronto, entró Dolores a la habitación nerviosa.

−Me dicen que Felicitas está por dar a luz nuevamente.

−Y a nosotras que nos importa –respondió Milagros y se quedó mirando el cielo gris de aquel día, con la certeza de que los seres humanos son diferentes y que el amor, a veces, no puede manejar los hilos de los corazones fríos−. ¡Cuánta gente mezquina! –dijo.

−¿Qué, querida?

−No le haga caso, señora. Milagros está enfadada con Felicitas Guerrero porque dice que es frívola, y que no debía tener otro hijo tan rápido.

−Los hijos llegan solos.

−¡Qué tontería absurda! ¿Los traen de París en el pico de las aves?

−¡Deja de cuestionar los actos de los demás, hija!

−Madre, no puedo. Soy demasiado sensible. Me horrorizan ciertas actitudes de la gente, me perturban, todo me afecta.

−Debería llevarte al médico.

−No. Los males del alma no los curan esos señores aburridos que escriben y cierran los ojos porque se duermen cuando la gente les cuenta sus problemas. Lo hacen porque no les importa nada.

−Dios… ¿A quién has salido? Crees que lo sabes todo, no seas tan soberbia –exclamó Dolores tratando de que Milagros dejase de mirar al lado para que viese su propia existencia−. Necesitas ocuparte en algo aparte de tus estudios y labores.

−¡Tú no entiendes nada! –gritó y se fue dando un portazo.

Bernarda y Dolores se quedaron perplejas. Demasiada madurez y falta de respeto a los mayores en ese cuerpo adolescente.

−¿Qué hago con ella?

−Está en una edad difícil.

−Me temo que va a ser así toda la vida. Pobre, mi niña, porque va a sufrir. Sentir como propios los problemas ajenos no es más que cargar con una cruz infecunda. Sin presente ni futuro.


−Yo creo que le ha afectado lo de Felicitas porque la conocía desde niña y la veía como un ejemplo a seguir, igual que a una hermana mayor. Casarse sin amor con un hombre grande ya la golpeó porque Milagros es muy romántica, y ahora lo del niño fallecido fue un golpe que la desestabilizó por completo. La inmensa torre en donde había colocado a su amada Felicitas se derrumbó. Milagros es muy idealista.

−El padre la va a poner en su lugar.

−No diga así, doña Dolores, y usted perdone. Yo no soy nadie para opinar, pero me parece que hay que tratarla con más amor cuando los jóvenes son así. El rigor no es el camino.

−Esperemos que no cometa una locura.

−No, es demasiado buena.

Dolores se quedó pensando desconcertada. Su hija resultaba ser una mujercita difícil. ¿Cómo le hablaría de ahora en más? No hallaba palabras.

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LOS SIETE DONES
--------------Felicitas Guerrero, Las rejas del infierno, El perdón, Vagabundo pidiendo limosnas, Carros de fuego, Niña bonita, Los ricos son diferentes.

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