viernes, 10 de mayo de 2024

La última mujer (Cap VIII. La última gala-3era parte)

 


Una hora pasó en medio de ese murmullo que hablaba a gritos. Wilson entró al camarote que compartía con Rebeca. Estaba ebrio y le resultaba penoso sostener la mirada. Ella, de todas maneras, parecía dormir. Estaba fingiendo porque no tenía ganas de hablar con él ni con nadie. El mundo le parecía pobre como la poca vergüenza de su marido. Sentía lástima por sus bajos instintos pero ya no lo juzgaba.

La indiferencia borra el contorno de los rasgos; es lluvia que barre, diluvio impiadoso, ausencia que ya no respira…

Wilson se recostó a su lado vestido y vio que ella tampoco se había quitado la ropa. Todo daba vueltas a su alrededor y la imagen de Amy reía y escapaba hacia algún exilio con su delito sobre los hombros. Era tan seductora cuando quería. Wilson se dio cuenta de que estaba perdiendo la dicha. De nada le servían sus gemelos de oro y plata, las mangas impecables de sus blancas camisas, el honor y el abolengo, porque su vida ya no tenía sentido. Un barco imponente había decidido el rumbo y era dueño de un futuro, una jaula, humo, estremecedora belleza, tan efímera como discriminadora.

Mark Cooper sacó la valija del escondite, la abrió y miró si su tesoro se hallaba en orden. Se sentía observado por la devastadora mirada de Alan y su loca persecución.

“Es penoso negar a un nieto”, pensó.

Su esposa Sarah, seguramente, lo hubiera defendido. Ella lo consideraba víctima de su hijo Harry y de una inapropiada educación. La falta de valores era su filosofía.

‒Alan es un perverso, está enfermo ‒murmuró Mark‒. No me digas que no, deja de defenderlo porque esta vez no puedo darte la razón.

El anciano parecía delirar entre los cobertores; su corazón latía cansado de tanto recorrer caminos áridos o de mirar paredes amuralladas en un encierro obligado por la ausencia del amor.

Había dedicado su existencia entera a la familia y a la constructora de faros. Trató siempre de dar el ejemplo con sus actos, aunque reconocía que su carácter frío y calculador lo había alejado de la sociedad y de Harry. Ahora, luego de la noticia sobre la salud de Rebeca, se había transformado. Era otro hombre, por momentos no se reconocía. Pensaba que la proximidad de la muerte lo amigaba con el prójimo y lo convertía en un ser benevolente.

Se acurrucó en aquella cama de príncipe a pensar en los pasos que debía dar para ayudar a Rebeca. Los médicos que visitaría al llegar a Inglaterra y los recursos válidos. Era la nueva lucha, después de lo de Sarah; el pasado se volvía niebla y le hablaba con voz rota de servidor.

“La vida te golpea para que aprendas a levantarte”, pensó.

Mark conocía de memoria los abismos, esos caminos escabrosos que astillan los pies y que te empujan a andar para volver a inventarte una y mil veces si es necesario. Y aparece la muerte, no para alcanzarte sino para demostrarte que está viva y que puede darte la cachetada final.

“Qué compleja es la realidad. Me encuentro en un barco, el Titanic, de dicha y prosperidad, y estoy de vuelta: polvoriento, aburrido, pesado como morral de vagabundo. Sí… Alan. Ese sí que es un perdido, inútil y desagradecido. El fiel reflejo de una juventud sin ética ni valores, sin deseos de superarse. Mejor me duermo así no pienso más.”

Mark Cooper se entregó a las ensoñaciones como un niño, tratando de ser piadoso. Las reglas definitivas ya estaban inventadas porque un ser superior las había dictado a un ser inferior que tenía el ego manchado por la ignorancia y la soberbia.

**

 

Amy y Carl llegaron más tarde al camarote después de haber bebido y bailado lo suficiente como para dormir toda la travesía. Se habían olvidado de los amigos. Eran tan huecos que llegaban a molestar. Parecían inmaduros, insatisfechos, como adolescentes eufóricos y sin obligaciones. La vida, para ellos, era un camino de rosas, vacía de prejuicios, sorda y muda. No pensaban en los niños porque sabían que estaban seguros, no podían solucionar problemas porque no los tenían, carecían de límites porque habían sido educados con el poderío y los caprichos de las personas adineradas. Eso a Rebeca le molestaba mucho porque ella también se había criado de la misma manera, pero era una persona humilde y solidaria.

‒¿Rebeca y Wilson? ‒preguntó Carl entre risas y sosteniéndose de una columna‒. Al final son más aburridos que los recuerdos.

‒No… que las nostalgias ‒respondió Amy con burla.

‒El viejo Mark sí que es un estorbo.


‒Un muerto viviente. Rebeca lo quiso traer y yo no dije nada pero, la verdad, me agobia ver su cara de perro afiebrado. Wilson sí es divertido.

‒¿Wilson? ‒exclamó Carl sorprendido por la confesión de Amy.

‒Bueno… es una manera de decir. ¿Acaso no lo conoces? Es tu amigo.

‒Sí, pero no me parece un hombre que le guste salir de juerga.

‒Tal vez, ahora no.

‒¿Por qué ahora no?

‒Porque persigue a Rebeca como un psicópata. Quizá, siente culpa, responsabilidad y miedo. Está raro porque tampoco es feliz.

‒Ellos tres son muy extraños.

‒Pues sí.

Amy y Carl se dejaron llevar por el deseo profundo de estar juntos y alcanzar el éxtasis, sin pensar en el mañana. Quizá, tenían razón; el futuro era sólo una palabra de seis letras con demasiadas penumbras y resacas, una lluvia mar arriba, un velo de amnesia, un delfín o una sirena. Un bosque de agua.

Por la ventana entran los silencios

son el lenguaje oculto de la noche.

 

                                    M.Benedetti

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LA ÚLTIMA MUJER
-------------------------Titanic, El coloso, 1912, Un naufragio, El baúl de perlas, Los perros del Titanic, La balsa, Bengalas rojas, Madre, La última cena.

 


Ya termina la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires
2024.
Una hermosa experiencia que viví por tercera vez,
espero que me haya ido bien.
Gracias por compartir esta novela.
*****
Me acaba de contar la directora de la biblioteca de mi ciudad
que pasó por el stand de Santa Fe para comprar el libro
y le dijeron que estaba agotado.
¡No lo puedo creer!
Gracias Infinitas.

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