miércoles, 29 de mayo de 2024

Aluen (Cap5. Hilario de Alcalá-Primera parte)

 


5-HILARIO DE ALCALÁ

 

 

MI HIJO, TU HIJO

LA DIGNIDAD

 

Después de haber hablado con Francisca, a Pedro Medina le cambió la vida. No sentía rencor por nadie, tampoco quería apurarse a dar el primer paso. Aluen no lo había buscado y por propia voluntad o por otras razones decidió esconderse del mundo. Ése era un detalle que debía tener presente, aunque el entusiasmo que tenía por verla lo empujaba hacia la plaza que quedaba justo frente a la iglesia Virgen de las Rocas. Todos los días al atardecer se sentaba en una banqueta a observar: gente que iba a misa, raros personajes que se santiguaban y llevaban mantilla negra, doña Ramona y Francisca, otros que entraban mirando a un lado y al otro de la calle como si fueran ladrones, ancianas con cofia y misal, niños que pedían monedas, monjas que hablaban como cotorras… Todas las tardes casi la misma gente. No sabía cuál podía llegar a ser el momento apropiado para llegar de visita. Estaba nervioso. No quería que nadie lo viera y menos Aluen. En la Casa de las Huérfanas había llegado el lechero y las jóvenes estaban alborotadas. Pedro sonrió. ¡Cuánta inocencia junta! El padre Hilario salía a limpiar el cáliz en una vasija que sacudía en la vereda. A Pedro se le borraba toda la magia de la fe religiosa en ese acto burdo e impensado.

“Dios es más grande”, pensó.

Se sentía cobarde como un principiante, pero estaba seguro que allí dentro se hallaba la mujer de su vida, el futuro feliz que soñaba, el que nunca imaginó vivir. Aluen era india, pero eso no importaba porque la amaba y porque este último año, que no supo nada de ella, fue el más triste de su vida.

Pedro estaba disperso entre los caballos y los carruajes que a paso lento, como aburridos, cruzaban las calles de tierra dejando el polvo de los caminos arraigado a sus botas. No tenía apuro. Después de tanto esperar, el sosiego le traía cierta pereza dominguera que lo volvía un anciano, pero sabía que tendría que actuar en algún momento. Se hallaba distraído observando a las muchachas del orfanato que, después de despachar al lechero, recibían al verdulero y así la cola de vendedores era interminable. Al verlas, se sonrió nuevamente, es que parecían monjas escapadas de alguna estampa bíblica.

“Ojalá no sufran”, pensó.

Entre idas y vueltas, comenzaron a salir los fieles que habían asistido a la misa y el padre Hilario, como era su costumbre, los despedía en la puerta y les daba las bendiciones. Algunos de esos personajes eran realmente hipócritas, pero el cura los consideraba criaturas de Dios y los perdonaba. En un momento, casi por sorpresa, llegó Manuel Leiva y comenzó a discutir con el párroco. Pedro se puso nervioso, quiso intervenir, pero se contuvo. Leiva empujó al sacerdote que no quería dejarlo pasar y entró rápido al templo. Allí, el soldado pensó que era la hora de actuar. Esa situación no estaba en sus planes, pero no podía dejar de defender a la Santa Iglesia de ese atropello y de la falta de respeto hacia la autoridad eclesiástica.

‒Padre… ¿Está bien?

‒Sí, hijo, pero ve, apúrate que ese loco es capaz de cualquier cosa.

Pedro Medina entró a la iglesia Virgen de las Rocas y desde lejos comenzó a oír gritos. Leiva discutía con una mujer que, por la voz, parecía Aluen. No estaba seguro, pero era obvio que a otra cosa no había ido a ese lugar sino a acosarla nuevamente.

En medio de esa ardua discusión, apareció Leiva, desde los cuartos, con un bebé en brazos.


‒¡Devuélveme a mi hijo! ‒gritaba Aluen desesperada.

“¿Hijo?”, pensó Pedro, quien no sabía nada del tema.

‒¡Es mío también! ‒gritó Leiva‒. Si lo quieres debes venir conmigo, a mi casa, a nuestro hogar. Es hora de que regreses con tu familia.

‒¿Familia? ¡Yo no tengo! En todo caso son los aborígenes quienes pertenecen al mundo en que nací. ¡Trae a mi hijo!

Empezaron a forcejear. Leiva, al ser hombre tenía más fuerza. El niño lloraba.

‒¡Deje el niño ya mismo! ‒gritó una voz gruesa, como de sargento del ejército.

‒¡Tengo derecho a llevarme a mi hijo!

‒¡No es su hijo porque es mío! ‒gritó Pedro y los demás se quedaron callados. El padre Hilario se llevó las manos a la boca en actitud de asombro, Aluen sonrió débilmente y Leiva se calló de inmediato ante las palabras firmes y convincentes de Medina que se mantenía rígido y expectante frente a ese ambiente tórrido.

‒¡Miente! ‒gritó nuevamente Leiva‒. Ella me ha hecho demasiados favores. ¿A usted también?

Pedro lo empujó, le quitó el niño y se lo entregó a Aluen.

‒¡Lávese la boca antes de hablar de una dama!

‒¿Dama? ‒se rio Leiva‒. No sabe quién es esta india. ¿Quiere que le cuente?

‒¡No me importan sus cuentos! ¡Respete la dignidad de una mujer! Usted no sabe lo que significa la palabra hombre, caballero… Usted es una basura y quiere robarle el hijo a una madre. ¿Con qué derecho?

‒Porque soy el padre y no lo estoy robando. Me lo llevo porque se tiene que criar y educar con su familia, con sus hermanas. Yo ahora soy viudo y Aluen es mi mujer.

‒¡Qué absurdo! ¡Parece loco! ¿Viudo? Y a nosotros qué nos importa. Le repito que el hijo es mío ‒gritó Pedro de nuevo‒, se queda con su madre y ahora usted se va.

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ALUEN (Novela plagiada en Amazon)

------La Patagonia rebelde, Carmen de Patagones, Los indios tehuelches, la colonización galesa.

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