5-HILARIO DE ALCALÁ
MI HIJO, TU HIJO
LA DIGNIDAD
Después
de haber hablado con Francisca, a Pedro Medina le cambió la vida. No sentía
rencor por nadie, tampoco quería apurarse a dar el primer paso. Aluen no lo
había buscado y por propia voluntad o por otras razones decidió esconderse del
mundo. Ése era un detalle que debía tener presente, aunque el entusiasmo que
tenía por verla lo empujaba hacia la plaza que quedaba justo frente a la
iglesia Virgen de las Rocas. Todos los días al atardecer se sentaba en una
banqueta a observar: gente que iba a misa, raros personajes que se santiguaban
y llevaban mantilla negra, doña Ramona y Francisca, otros que entraban mirando
a un lado y al otro de la calle como si fueran ladrones, ancianas con cofia y
misal, niños que pedían monedas, monjas que hablaban como cotorras… Todas las
tardes casi la misma gente. No sabía cuál podía llegar a ser el momento
apropiado para llegar de visita. Estaba nervioso. No quería que nadie lo viera
y menos Aluen. En la Casa de las Huérfanas había llegado el lechero y las
jóvenes estaban alborotadas. Pedro sonrió. ¡Cuánta inocencia junta! El padre
Hilario salía a limpiar el cáliz en una vasija que sacudía en la vereda. A
Pedro se le borraba toda la magia de la fe religiosa en ese acto burdo e
impensado.
“Dios
es más grande”, pensó.
Se
sentía cobarde como un principiante, pero estaba seguro que allí dentro se
hallaba la mujer de su vida, el futuro feliz que soñaba, el que nunca imaginó
vivir. Aluen era india, pero eso no importaba porque la amaba y porque este
último año, que no supo nada de ella, fue el más triste de su vida.
Pedro
estaba disperso entre los caballos y los carruajes que a paso lento, como
aburridos, cruzaban las calles de tierra dejando el polvo de los caminos
arraigado a sus botas. No tenía apuro. Después de tanto esperar, el sosiego le
traía cierta pereza dominguera que lo volvía un anciano, pero sabía que tendría
que actuar en algún momento. Se hallaba distraído observando a las muchachas
del orfanato que, después de despachar al lechero, recibían al verdulero y así
la cola de vendedores era interminable. Al verlas, se sonrió nuevamente, es que
parecían monjas escapadas de alguna estampa bíblica.
“Ojalá
no sufran”, pensó.
Entre
idas y vueltas, comenzaron a salir los fieles que habían asistido a la misa y
el padre Hilario, como era su costumbre, los despedía en la puerta y les daba
las bendiciones. Algunos de esos personajes eran realmente hipócritas, pero el
cura los consideraba criaturas de Dios y
los perdonaba. En un momento, casi por sorpresa, llegó Manuel Leiva y comenzó a
discutir con el párroco. Pedro se puso nervioso, quiso intervenir, pero se
contuvo. Leiva empujó al sacerdote que no quería dejarlo pasar y entró rápido
al templo. Allí, el soldado pensó que era la hora de actuar. Esa situación no
estaba en sus planes, pero no podía dejar de defender a la Santa Iglesia de ese
atropello y de la falta de respeto hacia la autoridad eclesiástica.
‒Padre…
¿Está bien?
‒Sí,
hijo, pero ve, apúrate que ese loco es capaz de cualquier cosa.
Pedro
Medina entró a la iglesia Virgen de las Rocas y desde lejos comenzó a oír
gritos. Leiva discutía con una mujer que, por la voz, parecía Aluen. No estaba
seguro, pero era obvio que a otra cosa no había ido a ese lugar sino a acosarla
nuevamente.
En medio de esa ardua discusión, apareció Leiva, desde los cuartos, con un bebé en brazos.
‒¡Devuélveme
a mi hijo! ‒gritaba Aluen desesperada.
“¿Hijo?”,
pensó Pedro, quien no sabía nada del tema.
‒¡Es
mío también! ‒gritó Leiva‒. Si lo quieres debes venir conmigo, a mi casa, a
nuestro hogar. Es hora de que regreses con tu familia.
‒¿Familia?
¡Yo no tengo! En todo caso son los aborígenes quienes pertenecen al mundo en
que nací. ¡Trae a mi hijo!
Empezaron
a forcejear. Leiva, al ser hombre tenía más fuerza. El niño lloraba.
‒¡Deje
el niño ya mismo! ‒gritó una voz gruesa, como de sargento del ejército.
‒¡Tengo
derecho a llevarme a mi hijo!
‒¡No
es su hijo porque es mío! ‒gritó Pedro y los demás se quedaron callados. El
padre Hilario se llevó las manos a la boca en actitud de asombro, Aluen sonrió
débilmente y Leiva se calló de inmediato ante las palabras firmes y
convincentes de Medina que se mantenía rígido y expectante frente a ese
ambiente tórrido.
‒¡Miente!
‒gritó nuevamente Leiva‒. Ella me ha hecho demasiados favores. ¿A usted
también?
Pedro
lo empujó, le quitó el niño y se lo entregó a Aluen.
‒¡Lávese
la boca antes de hablar de una dama!
‒¿Dama?
‒se rio Leiva‒. No sabe quién es esta india. ¿Quiere que le cuente?
‒¡No
me importan sus cuentos! ¡Respete la dignidad de una mujer! Usted no sabe lo
que significa la palabra hombre, caballero… Usted es una basura y quiere
robarle el hijo a una madre. ¿Con qué derecho?
‒Porque
soy el padre y no lo estoy robando. Me lo llevo porque se tiene que criar y
educar con su familia, con sus hermanas. Yo ahora soy viudo y Aluen es mi
mujer.
‒¡Qué
absurdo! ¡Parece loco! ¿Viudo? Y a nosotros qué nos importa. Le repito que el
hijo es mío ‒gritó Pedro de nuevo‒, se queda con su madre y ahora usted se va.
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ALUEN (Novela plagiada en Amazon)
------La Patagonia rebelde, Carmen de Patagones, Los indios tehuelches, la colonización galesa.
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