martes, 14 de mayo de 2024

Los siete dones (2-El alma rota-2da parte)

 


“Me gustaría ser igual que Felicitas de bella, y arrastrar colas de vestidos. Ser grande y poder elegir el esposo que yo quiera”, pensó Milagros revolcándose entre los mantones de raso y las novelitas de amor, las que soñaba vivir con algún príncipe de esos que besan sapos y aparecen doncellas rubias.

−¡Apaga la luz! –gritó Bernarda, la criada, desde el pasillo porque vio que Milagros tenía encendidas los faroles en el cuarto.

−¡Cuando venga mamá!

−¡No, señorita! ¡Ahora!

Bernarda apareció de golpe, y Milagros ocultó rápido el libro, pero la criada, que era muy perspicaz, pudo ver que algo escondía entre los cobertores.

−Niña, ¿qué tiene allí? Mire que si su madre descubre algo me va a culpar a mí y yo no quiero que me echen…

−Oh, Bernardita, pobrecita, perdona –exclamó Milagros dulcemente y la abrazo con amor−. Como tienes mal gusto te devuelvo el libro.

−¡Niña! Me robó mis lecturas.

−La tomé prestada.

−Si no me dijo nada.

−¿Acaso si te las pedía me la ibas a entregar?

−Pues, no.

−Ves… Eres egoísta con esta pobre niña aburrida, que no tiene hermanos y que no puede ir a bodas.

−Ya irá, niña.

−¿A cuál? ¿A la tuya?

−Puede ser o la suya.

−No, yo nunca me casaré, Bernarda. Papá hará lo mismo que el barbudo, el padre de Felicitas Guerrero, y yo no lo permitiré. Entonces, no me quedará otro camino que ir de monjas.

−¡Qué cosas dice! ¡No sabe nada de la vida! Será feliz porque se lo merece.

−¿Felicitas es feliz?

−No sé, pero no invente cosas todo el tiempo porque me van a culpar a mí de una mala influencia. Su padre es demasiado riguroso, muy derecho.

−A los gritos.

−Como sea, es el patrón y hay que respetar sus ideas. Por lo menos yo que soy la empleada.

−Siempre pregunta: ¿Viste si Bernarda pasó el plumero por los postigones? ¿Mira si limpió las ventanas? Son todas haraganas. Tengo que entrar a la cocina de improviso para que se asusten y cumplan con sus tareas.

−¿Eso dice? –preguntó Bernarda asustada.

−Y más, mucho más… −agregó Milagros disfrutando al ver a la criada entrar en pánico por las declaraciones exageradas, pero ciertas de don Aurelio.

−¡Dios mío!

−No te asustes, Bernardita, que yo te protejo. Eres un caramelito de chocolate.

−Oh, niña. Usted se hace la cariñosa mientras clava espinas por la espalda.

−No son espinas, son dardos de amor, y sobre todo de verdad para que abras los ojos y te cuides de mi padre.

Milagros disfrutaba con sus travesuras y se divertía con Bernarda. Era como su madre, pero más afectuosa y relajada. Necesitaba de ese cariño contenedor de gallina plumosa. Tener un nido de abrazos por la tarde y a cualquier hora porque se sentía sola. Sus padres eran muy formales y vivían para el afuera, intentando demostrar hasta el cansancio los buenos y correctos modales de los Correa Viale. Esas máscaras ya estaban gastadas y no servían para ocultar ciertas cosas; sin embargo, insistían en sus acartonados razonamientos absurdos para la época y demasiado frívolos para la gente que estaba en los márgenes.


¿Por qué los ricos de abolengo tenían que seguir los mismos códigos?

¿Quién dictaba esas leyes arbitrarias?

¿Ser auténticos no era mejor?

Lo cierto era que en esos círculos sociales había que continuar andando a la par para ser aceptado y elegido. La rigidez de los mandatos se imponía como ley natural y lo único que quedaba era obedecer con los ojos cerrados y el alma rota.

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LOS SIETE DONES
-------------------------Felicitas Guerrero, La niña de tus ojos, Los ricos son diferentes, El hijo, Las rejas del infierno, El perdón, Carlos Guerrero, Guante blanco.

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