‒El
Titanic ya no me gusta. No veo la
hora de que lleguemos a Nueva York.
‒Si
vinimos a disfrutar. Relájate que te hará bien. Estar alerta y nerviosa provoca
desajustes emocionales y baja las defensas.
‒¡No
me hables como un doctor! ‒gritó Rebeca‒. No me agrada esta gente rica que sólo
piensa en festejos y en gastar dinero. La libertad es como el aire, la notas
cuando la pierdes…
‒¿Acaso
te sientes presa?
‒Sí,
de mí misma, de mis angustias y de ti que no me dejas dar un paso sin estar
vigilándome. ¡Me atormentas, Wilson, por favor!
‒Bueno,
señora, disculpe ‒respondió y se fue del camarote.
De
pronto, Rebeca escuchó un grito y salió al pasillo. Vio, de lejos, correr como
perdida a la mujer de los ojos grises y a su hija Amelie en los brazos. La
situación le pareció abrumadora. Un hombre la perseguía con la mirada
encendida. ¿Qué pasaría entre ellos?
Rebeca
pensó en la dicha de tener un hijo y la vista se le nubló por completo. Lo
deseaba tanto. Sin embargo, debía dejar esos sueños para ocuparse de la otra
tortura, la de dar batalla con las armas que tenía frente a una dolencia que
quizá no tenía cura. Recordó a su madre y su lucha por sobrevivir; aquella
despedida cuando las dos sabían que eran una sola en el camino escabroso que
tenían que atravesar: hospitales y cirugías, médicos y salas de guardia. Luego
el silencio atronador de la conciencia en paz y en guerra y una hija, Rebeca,
que necesitaba salvarle la vida. ¿Quién, ahora, iba a protegerla como lo hizo
ella? Nadie. Se sentía más sola que nunca, con los bolsillos llenos y el alma
desierta.
**
‒Esta
noche tenemos una gala ‒comentó Amy Carter que entró al cuarto de Rebeca sin
llamar. La encontró llorando y eso la preocupó un poco.
‒No
quiero fiestas, sabes que no me gustan.
‒Ay… amiga. ¿Qué te ocurre? Vinimos acá por ti, para que fueras feliz, para gozar de la vida y de las comodidades de este grandioso barco. Debes apreciar el hecho de pertenecer a una familia acomodada que puede darte el gusto de viajar por placer.
‒¡El
dinero! ¿Qué hacemos con el dinero? ¡Lo arrojamos al mar, a los miserables y rufianes
que están en este famoso Titanic! ¿Se
te ocurre alguna idea mejor porque me sobra, pero no me alcanza?
‒¿Qué
te pasa?
‒Es
que estoy cansada de tanto despilfarro, de la ostentación que es de mal gusto,
de vivir para el afuera, cuando tengo
el corazón destrozado.
‒¿Wilson
te engaña? ‒preguntó con inocencia Amy.
‒¡Vete! ‒gritó
Rebeca entre lágrimas de impotencia y salió corriendo rumbo al camarote de su
padre. Estaba fuera de sí, pero no quería contar lo que le ocurría. Necesitaba
dar los siguientes pasos en silencio y apartada de la gente que solía juzgar al
más débil. Sola se sentía más acompañada. Mark, su padre, era el único que le
daba la paz que necesitaba, pero no podía hostigarlo ni tampoco cargarlo con
responsabilidades porque era un hombre grande. Pensó, antes de entrar a la
habitación, en la mujer desconocida. La sentía cercana, más que Amy que era su
amiga.
“Qué
extraño”, pensó.
**
MINISTERIO DE CULTURA DE LA PROVINCIA DE SANTA FE-ARGENTINA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario