miércoles, 1 de mayo de 2024

La última mujer (Cap V. Alan Cooper-3era parte)

 


Wilson no quería demostrar la angustia que le provocaba tener que ocuparse de diagnósticos, de medicaciones, y de una enfermedad que podía ser mortal para Rebeca. Era demasiada responsabilidad y se sentía solo. Casi siempre los amigos estaban en las buenas pero en las malas comenzaban a evadirse.

‒No voy porque me hace mal. Si necesitas algo me avisas.

Y no aparecían más y la espera se hacía eterna porque la soledad era escarcha dentro del alma y del cuerpo.

¿Quién vendrá? ¿Por dónde?

Preguntas y más preguntas que le oprimían el pecho a Wilson. Hubiera querido escapar de esa pesadilla porque era demasiado endeble para darle ánimos y energía a Rebeca. Ella necesitaba otra clase de hombre a su lado, alguien que tomara decisiones con rapidez y que saliera a luchar por ella con el cariño que llevaba dentro.

¿Sentía verdadero amor por Rebeca?

Cuando el sentimiento es auténtico se va hasta el fin de los tiempos en busca de la pócima necesaria, se golpea todas las puertas, se reza a un Dios reposado y brumoso como imagen oculta en los sentidos.

Pero Wilson se mantenía inerte y paralizado. Esperaba respuestas de Mark, pero sabía que no podía pedirle mucho. Tal vez, dinero. Sí, eso sí, pero no alcanzaba. Era cobarde. No quería contarle a Carl lo que sucedía porque necesitaba que Rebeca fuera feliz y que no se sintiera observada con pena. El viaje se había transformado en una tortura para Wilson, quien no disfrutaba de nada y que sólo quería escapar para cubrirse de silencio en aquel barco encendido y luminoso que arrancaba acordes a cada paso: la fiesta deshojada por el cielo y el frío, el descanso obligado de los inocentes.


**

 

Carl y Amy permanecían ajenos a la situación que vivía Rebeca, aunque algo sospechaban, pero preferían no preguntar.

‒¿No te parece rara la conducta de Wilson? Lo conocemos hace años y nunca estuvo más distante.

‒Puede ser‒respondió Carl que se estaba sirviendo otro vaso de cerveza que tenía en un tonel en el camarote.

‒¡No bebas tanto!

‒Estamos acá para divertirnos; deja de retarme como si fueras mi madre Amy, por favor.

‒No me escuchas como siempre. Cuando trato de hablar sobre algún tema importante que me preocupa, tú cambias de conversación y apareces diciendo alguna tontería.

‒Oh… ¿Quién entiende a las mujeres?

‒Oye, de una vez por todas… Investiga qué les ocurre a los tres porque Mark también está raro.

‒Está bien, mujer.

Carl cerró la puerta con llave, dejó el candelero sobre la mesa y se dispuso a acostarse con gesto cansado. El helado viento primaveral aún soplaba y su gemido solemne recorría los contornos del Titanic. Era triste frente a ese silencio nocturno y llegaba hasta la celda de Alan sin camino de regreso. Si lo hubieran echado a un páramo en una borrasca, le habría resultado un alivio después de lo que estaba sufriendo en ese reducto fantasmagórico.

Alan Cooper se hallaba a la espera de las noticias que traería Silas Pyland. No soportaba un minuto más encerrado en ese hervidero de insectos. Es que todo estaba limpio pero para él era una madriguera pestilente.

‒¡Oye tú!‒le gritó el vigía‒. Mañana Silas te comunicará lo que hará contigo.

‒¡No puedo esperar tanto!

‒Pues no te queda otra, muchacho. Deberías haberlo pensado antes. En un barco como éste no se juega.

‒¡Yo no estoy jugando! ‒gritó Alan.

‒Entonces es peor. ¡Prepárate!

Alan hablaba con la rudeza de entonación que le había enseñado Harry, su padre. Sus más triviales acciones lo delataban. Había sido negligente. Lo sabía. ¿Qué haría si Silas lo dejaba encerrado hasta el fin de la travesía? No podía permitirlo; intentaría escapar pero… ¿Cómo? Tal vez, cuando le trajeran alguna cena.

El momento de despertar de su obsesión-cruda y lamentable-no estaba lejos. Alan se hallaba malhumorado y desdeñoso.

‒¡Loco!‒le gritó alguien desde el otro lado de la puerta. Le pareció escuchar la voz de Mark, su abuelo.

‒¿Quién eres?

Nadie respondió. Regresó junto al camastro y se dejó llevar por la desdicha. Había hecho todo mal. Quizá alguien lo había castigado por sus aberraciones y envidias.

‒No me queda mucho tiempo en este mundo‒murmuró como alienado.

Sentía que no quería seguir viviendo esa tortura que lo aniquilaba por dentro. ¿Se arrepentía de sus malos pensamientos? No debía resignarse, pero el aislamiento lo cegaba.

Una persona abrió la puerta.

‒Le traigo esto para que se alimente y para que pueda beber algo.



En ese momento, Alan se abalanzó sobre el desconocido. La vela cayó al piso y la habitación comenzó a arder entre los trastos y las ropas de los que combatían por un minuto más de libertad.

La gente comenzó a agolparse y a echar baldes de agua que apagaron el fuego mientras Alan fue llevado a otra prisión aún más oscura. De allí seguramente no iba a salir. Tendría que despedirse de la luz. Estaba en peligro mortal y sus ojos oscilaban como bolitas negras. El mundo se cerraba ante él con desconfianza. Lo invadió un recelo vago, indecible y supersticioso. Un terror diferente que lo obligó a acurrucarse, en posición fetal, al fondo de ese reducto con la inquietud de que no volvería a ver el sol.

‒Ya no regresaré, papá ‒dijo por lo bajo.

**

LA ÚLTIMA MUJER
--------------------------Titanic, La última cena, El barco fantasma, El cariño no se mendiga, Madre noche, Violines del Titanic, La balsa, Bengalas de fuego, Témpano de hielo.

PRESENTE EN LA FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE BUENOS AIRES 2024.

MINISTERIO DE CULTURA DE LA PROVINCIA DE SANTA FE-ARGENTINA.



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