A la mañana siguiente, llegó Pedro con dos macetas y sus respectivas plantas: enebro y pasionaria. Se sorprendió al ver a Emilio con la ropa arrugada y la vista enrojecida. Ese joven que tuvo que dejar un texto para tomar un arma intentó arrojarse sobre él para pedirle auxilio pero estaba tieso en ese minúsculo archipiélago de cuatro ruedas. Sólo habló con hambre de desahogo tan rápido que sus palabras resultaron ininteligibles.
‒Tengo que trabajar, mis tíos ya no me soportan porque la plata no les alcanza…Soy una carga.
‒No es fácil encontrar un empleo en tu situación. No quiero herirte. Sabes que te aprecio mucho.
Pedro se hallaba desconcertado porque habían pasado quince años de la guerra y era ahora, en ese momento, cuando la familia le cuestionaba su discapacidad. Su amigo se encontraba acelerado por las circunstancias. Pedro estaba dispuesto a ponerse en el lugar de Emilio para poder ayudarlo. Ante tales acontecimientos debía comportarse con sigilo y tratar de no flaquear ante los posibles obstáculos. La lucha por el poder, ¿quién derrota a quién? Sin embargo, no se le ocurría nada para calmar a Emilio. De todas maneras, el soldado sintió un poco de paz por haberle contado lo sucedido. La ansiedad paralizaba su memoria en el cielo de Darwin, cementerio militar argentino, y en el recuerdo de aquellos que se salvaron y regresaron heridos en cuerpo, mente y espíritu. El tiempo, detenido en Malvinas, era un cadáver sin identidad.
‒Pensaré en algo, no te preocupes. Descansa.
Emilio se quedó mirando a Pedro que se alejaba hacia la calle. No sabía cómo sobrevivir, tampoco sabía dónde, en qué lugar, habían sepultado su alma. Se sentía abatido por la depresión porque la indiferencia le provocaba un gran sufrimiento.
Por la tarde, a empujones y con esfuerzo, salió a la vereda con la silla. A unos metros, el kiosco de don Jacobo Álvarez tenía la luz prendida. Se acercó despacio. El comerciante gallego lo ayudó a entrar el negocio.
Don Jacobo venía golosinas, cigarrillos y levantaba quinielas. Sobre la mesa había una pila de calendarios con imágenes: Nuestra Señora del Luján, El Sagrado Corazón de Jesús, San Pedro, San Cayetano…
El combatiente buscaba su medicina para salir adelante por sus propios medios. Le pidió a don Jacobo esas estampas y le dijo que le hiciera el favor de acercarlo a la esquina de San Luis y Jujuy. El hombre se negó; no comprendía la decisión extrema de ese joven que conocía tanto. Emilio le rogó con la mirada porque no quería exponer las razones de su determinación. Sus tíos no merecían esa vergüenza. Él vivía en el límite, pero igual sacaba fuerzas y entendía el sacrificio de Roberta y Laurentino cuando se hicieron cargo de un lisiado con hambre y castigado por una cachetada infame.
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