Antonio Capel |
De repente, escuchó un grito:
-¡Préstame el auto!-interrumpió Roberto con prepotencia y el rostro distorsionado como si fuera la propia muerte que se estuviera riendo de Salvador.
-¡El auto no se toca!-volvió a contestar Salvador con la paciencia al borde del colapso.
-Egoísta, mal padre-protestó Roberto con tono amenazante.
Se fue hacia el garaje, donde se hallaba el flamante coche de su padre, y con una navaja lo rayó de punta a punta; luego se marchó tranquilo por la calle desierta a agotar el poco dinero que tenía con mujeres o a beber en algún bar, sin ninguna intención de ocultar sus vicios.
El centro de la habitación la ocupaba una mesa redonda, de roble, rodeada de sillones de cuero colocados delante de la biblioteca. Directamente, encima de la mesa, pendiente del techo, había una lámpara de cristal.
-Te quiero, hijo-le dijo Úrsula-He estado algo enferma, te pido que no me abandones. La iglesia me está esperando, seguro perdonará mi infidelidad.
-Sí, mamá. No puedo venir tan seguido, piensa que tengo una familia. Ya no soy el niño que tú cuidabas tanto.
-Lo sé. Dime, ¿eres feliz?
-Bueno, tú entiendes… Dolores es tan especial.
-Una mujer perturbada. Eso ya lo sabías cuando decidiste casarte con ella. Tuviste muchas oportunidades: chicas educadas de buena familia y tú elegiste a Dolores que, vamos a ser sinceros, te había engañado más de una vez y se comentaba que te quería por tu dinero. Tengo que ser realista y perdona, pero a estas alturas… aunque tú todo eso ya lo sabes. Yo lo único que quiero es que no te maltrate.
-¡Madre, soy un hombre!
-¿Y eso? Hoy la violencia tanto física como psicológica puede darse de ambas partes.
Salvador hizo una pausa, sonrió débilmente a Úrsula a quien amaba, se apartó de la mesa y dirigió sus pasos al encristalado armero adosado a la pared que tenía sus cortinillas cerradas para que nadie viera los objetos reservados.
-Acá guardaba mi padre las armas en condiciones y cargadas ¿ no?
-Sí, pero deja eso que me da terror.
Cerró el armero y volvió a la mesa junto a su madre; con delicada lentitud se acercó a ella y le dio un beso. Ahora, después de haber visto las armas, se sentía más seguro aunque siempre existe una filosofía para la falta de valor.
Cuando salió al patio, vio que los gatos trepaban el tejado para observar su presencia y se acordó de su niñez y juventud cuando los abrigaba en sus brazos llenándolos de lágrimas. Se sentía tan solo después de la muerte de su padre. No había podido sobreponerse, a pesar de los años transcurridos, a esa pérdida. Pensar en él lo hundía en el desgarro.
-Cuídate, mamá. Mañana vuelvo.
-Bendiciones para ti-dijo Úrsula. Toda su vida se había aferrado a él para protegerlo porque su amor era infinito. Lo cierto era que, de alguna manera, lo había aislado del mundo.
Salvador llegó a la casa con su coche sin advertir que se encontraba todo rayado, arruinado, por el capricho de su hijo Roberto. Cuando dio unos pasos, volvió la mirada y allí estaba… Su BMW parecía un automóvil viejo y deslucido.
-¡Dónde está Roberto!-le gritó a Dolores que se hallaba en el living pintándose las uñas.
-Déjalo que no hizo nada.
-¡No hizo nada!-gritó Salvador después de escuchar su repugnante respuesta.
-Tú siempre te ensañas con él porque es joven, porque sientes que compite contigo. Tú eres el padre, no el hermano.
-Porque soy el padre exijo respeto.
-Bah… No sabes ser padre ni marido, eres egocéntrico, piensas solamente en ti y en tu estúpido auto. Dinero y más dinero.
-¿Y tú? Necesitas de ese dinero, lo gastas a manos llenas, nada te importa, ¿verdad?
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