-¡Qué buena salida! Salvador no te imaginas. Compré una campera divina ahora que se viene el invierno, botas y cartera y un perfume de Armani… Después fuimos a almorzar.
Salvador se levantó sin decir palabra y se fue a su escritorio a ordenar papeles pues tenía que salir de viaje. Antes de guardar los contratos y demás documentos miró un revólver que tenía en un cajón; luego lo volvió a colocar en el mismo sitio con doble llave. Los gritos de su mujer lo abrumaban demasiado, estaba harto de su frivolidad, de la falta de interés y de compromiso hacia su persona, de la risa y hasta de su cuerpo que tanto había deseado.
“El tiempo aniquila el amor y las ilusiones, desengaña la inocencia. Pero si al menos nos dejara la piedad antes de que nuestro cuerpo encerrado quede confundido con la tierra y las cenizas”.
-¡Ya te vas! -le dijo su hijo Roberto con los ojos entrecerrados por el alcohol y las drogas.
-Sí, tengo muchas cosas para hacer. Dile a tu madre que se ocupe del negocio y que atienda a los clientes mientras estoy ausente.
-Puedo hacerlo yo -dijo Roberto.
-¡No, tú no!
Sentía que su familia se desbarrancaba; hubiera querido huir de ellos para siempre, pero algo lo retenía: los sentimientos, su formalidad y algunos códigos de vida que todavía conservaba. Prefirió no discutir y permaneció el resto del tiempo sentado en la galería contemplando la campiña, los tejados de las casas vecinas, escuchando la sirena del tren en la estación y los pájaros que buscaban abrigarse entre los eucaliptos.
Mía volvió del colegio con amigas y transformaron la casa en una ensordecedora discoteca, mientras el tiempo consumía la paciencia de aquel hombre que solamente buscaba paz. Se sentía marginado en su propia casa, un extraño, en medio de una columna de humo, a la distancia.
Salvador llegó a media tarde, luego de una semana de negocios. Nadie advirtió su presencia salvo su hermana que se hallaba en la casa de visita informal. Pilar siempre había sido una buena persona pero su vida carecía de acontecimientos para recordar. No tenía hijos, ni estudios universitarios, ni ambiciones. Era alguien a quien le sucedían cosas rutinarias.
-Hermanito querido, te adoro. Mamá quiere que vayas a verla. Dice que tiene presión alta y que necesita que estés cerca. ¿Deberíamos creer eso?
-Claro, esta tarde voy.
Cuando llegó al escritorio comprobó cierto desorden; al parecer Roberto o Dolores habían estado buscando algo. Sus carpetas estaban desordenadas, los libros sobre el sofá y el dinero que solía guardar en el cajón había desaparecido; tampoco encontraba la llave donde guardaba el revólver. Se sobresaltó, se angustió… pero decidió no contárselo a nadie. Solamente hizo algunas conjeturas sobre las razones de aquel episodio; temió que alguien hubiera tomado el arma. No existe nada peor que el desamor y la ingratitud.
Se fue a su habitación a descansar. Más tarde, se ocuparía del tema. En su triste estado de ánimo, trató de sacudirse de encima las sospechas que no discernían entre la razón y la fantasía.
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La Novia
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La Novia
¿Ella regresó por amor?
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