EL DESPOTISMO COMO PRINCIPIO
Emilio se levantó con la aurora. No había podido dormir debido al centenar de preguntas que se había hecho sin darle respiro a la razón. Había pensado demasiado en una misma cosa y sentía la mente a punto de quedarse vacía. En verano se hubiera sentado en el patio y con los párpados entreabiertos le hubiera dado curso a sus más retorcidas ideas, pero hacía frío. Dentro del cuello de su abrigo, se desplazó a lo largo del pasillo con luz de luna que conducía al comedor. De repente, sintió un temblor y lo asaltó el miedo a la muerte como en aquellos tiempos cuando padecía, demacrado y con diez kilos menos, los embates de Malvinas en el momento que el cielo se oscurecía y se multiplicaban los desaparecidos. Las altas cifras no eran precisas pero el pánico le hacía sospechar el desenlace.
Al pasar frente al dormitorio de sus tíos, escuchó que discutían... Se detuvo un instante delante de la puerta para oír el parloteo de esas personas casi desconocidas para él. Roberta y Laurentino se trataban con insolencia; rompían las barreras del respeto y del sentido común. Se suponía que ella tenía el ojo avizor porque era muy despierta y estaba tan insatisfecha que todo le molestaba.
En ese momento, se hallaban debatiendo el tema de la empleada que Emilio quería contratar por horas para su custodia.
‒¡No debemos permitir la entrada de ningún extraño en esta casa. No podemos pagar a nadie, demasiado tenemos que cargar con él!
‒Es que alguien tiene que hacer el trabajo. Tú, me imagino, que no dejarás tu libertad para sentarte al lado de un lisiado a leerle La Biblia.
‒¡Qué irónico eres!
‒Si es la verdad. No te veo haciendo el papel de tía buena.
Laurentino se mantenía pacífico, con esa calma que sólo poseen los ineptos. Aseguraba tener posesión de la voluntad de su sobrino y pensaba que Emilio, ante el acoso, dejaría su suerte librada al azar, pero advertía la ausencia de estrategias, la absurda situación y la falta de coherencia.
Emilio se quedó irresoluto ante esas palabras; su cuerpo temblaba por el viento de esa nueva contienda. Experimentaba la sensación de ser una criatura en un territorio de falsedad y miseria. Hubiera querido huir, esconderse en algún lugar y no aparecer nunca más. Estaba desesperado. El odio y el miedo lo dejaban sin defensa. El espacio de la casona era una jaula de leones; temía ser avasallado, castigado por culpas que no había cometido, presionado a dejar ese campo de batalla ¡Qué paradoja!
Aunque muchos soldados sintieron duda o cansancio ninguno creyó que iba a morir. Nadie aceptaba la entrega de una patria; dejar el lugar vencidos y sin fuerzas. Los que regresaron vivirán hasta que Dios o ellos lo decidan…
En el comedor Josefina, la mayor de las primas, lo miraba con displicencia porque había tomado demasiado alcohol. Su impavidez chocaba con la vehemencia en las lágrimas ocultas de Emilio que iban a parar a un crisol lleno de jirones donde no había retorno.
Josefina le hablaba con un tono sufrido en la voz pensando en sí misma y en su vida; había algo de resentimiento en sus ideas que impedía que quedara al descubierto su poca sensibilidad. Era evidente, que se sentía víctima de los arrebatos y de la codicia de sus padres. Luchaba inconscientemente frente a los acontecimientos. Ella necesitaba tener oportunidades para la autoafirmación.
‒Me imagino que te sientes un inútil allí sentado.
‒Lo soy ‒respondió Emilio apesadumbrado.
Enlazó su amargura con la aspereza del desamor y creyó, a pesar de todo, estar todavía a salvo del dolor. Josefina se acercó y, sin decir nada, lo llevó a la mesa para tomar el desayuno.
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¿Por qué empezó y qué ocurrió en la guerra de Malvinas?
40 años después de la guerra de Malvinas.
¿Qué pasó el 2 de abril de 1982?
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Me da mucha ilusión. Fue mi primer libro. Escrito en 1993.
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