sábado, 31 de agosto de 2024

Perder el Alma (5-La pobreza-2da parte)


Susan no hablaba, parecía muda y Fidel y Martina ya no preguntaban nada. ¡Cuánto misterio!

−Iremos a un juez o donde deba ser a devolver a la niña.

−Si lo hacen me mato.

−¡Hortensia! ¡Por Dios! No sabes lo que dices. ¿En qué te has convertido? Esa gente con sus delirios te ha cambiado. Tú no eras así. Parece que hubieras robado el bebé en vez de encontrarlo solo y huérfano.

−Lo dejaron en un canasto en la puerta de la iglesia.

−¡Mientes! –gritó don Fidel. Conozco al padre Roque y le iré a preguntar mañana mismo. No te olvides que el pueblo es chico y por la zona corren las noticias.

−¡No, papá, por favor!

−Deja de llorar y cuenta la verdad. Así te podremos ayudar.

−Es que no la van a aceptar. Mejor me voy.

−¿Dónde? ¿De qué vas a vivir? No tienes conciencia de la realidad. ¿Amas a esa niña? ¿La quieres? ¡Contesta! –gritó doña Martina fuera de control.

−Sí, con toda el alma.

−Entonces, cuéntanos.

−No. No lo entenderían –respondió y se fue al cuarto, se alejó dejando miles de interrogantes, miradas insurreccionales, un torrente de pausas y más confusión. Un aturdimiento bravío e impotente que los obligaba a ir contra los valores morales y de respeto.

−Yo creo que tuvo un hijo de soltera –reflexionó Martina.

−Puede ser.

“Aprendí a callar, a fortalecerme hasta agotar la valentía. A desprenderme de cada recodo, de cada esquina, con el corazón entre mis manos. A huir del silencio pegado al cuerpo y sentir frío, todavía. Pretendo seguir tras alguna huella porque la ilusión tiene coraje, quiere florecer y perdonar. Ellos se tienen que olvidar de mí y de Alma, ellos se tienen que perdonar a sí mismos por haber sido tan mezquinos. Yo no tengo la culpa de nada. Soy una víctima de la sociedad que suele marginar a los humildes con la soberbia del poder. No todos, algunos. Mía Ferrer me debe mucho y yo ahora ya le he cobrado. Tendrá que beber de su propio veneno para saber lo que se sufre. Con mis padres no sé lo que haré, ellos no me van a entender nunca. Tal vez, sería mejor que les contara la verdad. Lo pensaré. Es muy pronto para descorrer el telón, pero debo estar alerta porque en algún momento vendrán por mí”, pensó Susan acunando a la niña que parecía no extrañar a nadie. Es que ella la había criado, le había dado amor y calor, había velado su sueño y cuando estaba enferma. Mía sólo le daba un beso cuando llegaba de sus salidas; a veces, con algunas copas de más.

Alma era, para Mía, algo que le había pasado por descuido. La quería, pero no podía cambiar sus hábitos de vida. Era demasiado joven para permanecer atada a un bebé que nunca estuvo en sus planes. Si hubiera vivido Salvador la hubiera rescatado de ese problemático destino, con el amor que sentía por ella. Sola, sin pareja ni padres, la rebelde Mía parecía un barco a la deriva, en riesgo, abatida, hueca, y reclamando lo que no sabía dar. De todas maneras, llevarse a Alma no había sido buena idea y menos con ese deseo corrosivo de venganza que la perjudicaba a Susan. La convertía en una mujer con sentimientos tramposos, sin norte, abrumadores, que no la dejarían vivir en paz nunca. Ella no era así, la inventaron, la disfrazaron e hicieron de titiriteros para caer en la oscuridad de quien no tiene retorno.


−Vamos a dormir porque llueve –le dijo Susan a Alma y le dio un abrazo apretado.

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PERDER EL ALMA
------------------Madre hay una sola, La venganza, Alma, Los años 70, Un crimen, La humillación.


viernes, 30 de agosto de 2024

Perder el Alma (5-La Pobreza-1era parte)

 

5-LA POBREZA

 

Dormir con la lluvia

 

 

Don Fidel sentado en la silla de paja de su padre recordó aquellos tiempos de su infancia y vio, de cerca, el rostro de Juan. Muchos podían imaginar a qué se debía la mirada ausente de aquel hombre. En su silla de paja rota, sentado como al descuido, con apatía, miraba el camino donde seguramente en un rato llegaría alguna carreta. Su esposa criaba gallinas y vendía los huevos en el pueblo. A veces, guardaba ese dinero que le quedaba debajo de los carros, en la tierra, para que nadie se lo quitara. Cerca del cañaveral, había un par de vacas, algunos patos y un caballo.

Para don Juan, recuerda Fidel, no existían los sábados y domingos, tampoco la Navidad o el Año Nuevo. Él trabajaba todo el día en el campo porque amaba ese pequeño mundo que había heredado de los abuelos inmigrantes. Eran muy pocas hectáreas que rodeaban a una modesta casa pintada con cal. Cuando llegaban los tiempos de cosechas, don Juan se volvía más callado. Sufría mucho. Es que sabía lo que iba a ocurrir…

Por el camino, cargado de polvo, se acercaban algunas personas enviadas por el gobierno de turno. Se llevaban bolsas de trigo para los necesitados. Don Juan, sin decir una palabra, con las manos en los bolsillos, los veía alejarse y la angustia le oprimía el pecho. Lo poco que le quedaba no le alcanzaba para vivir y para comprar semillas para volver a sembrar el año próximo, y entonces se endeudaba.

¿Y si el granizo destruía los sembrados? Se endeudaba el doble.

¿Quién era el necesitado?

El humilde que en vez de buscar otro empleo esperaba el regalo o el que dejaba la vida de la mañana a la noche, mientras otros lo despojaban de la mitad de su digno trabajo.

Don Juan pasó a ser, con los años, el abuelito con las mismas alpargatas rotas, la silla de paja y el corazón triste, disperso, silencioso… El que un día dijo “basta”.

“Qué pena, papá. Ahora estamos igual. Nada ha cambiado. No nos quitan las bolsas, pero nos sacan el poco dinero con los impuestos. Y estamos tan pobres como antes. Se creen que porque tenemos un pedazo de tierra somos ricos. Es que no saben y hablan. Quisiera verlos trabajar igual que antes o como ahora. No aguantan un día. El campesino no deja el surco por más que lo obliguen, y trabaja aunque le pidan que pare. Es un amor incondicional a la tierra, inexplicable para muchos, para el que no lo siente”, pensó Fidel después de recordar a sus padres labradores y el legado que les habían dejado a los sucesores.

La batalla de los valores estaba en juego en su excelsa magnitud.

−¿En qué piensas, viejo? –le preguntó doña Martina quien venía de la cocina con un mate y unas galletas.

−En la dignidad.

−¿Por qué?

−Porque Hortensia está manchando nuestro honor. Nosotros siempre fuimos honestos y ella debe haber cometido algo malo. Yo ya no tengo paciencia. Necesito paz.

−Esperemos un poco más. No sé qué le pasa a Hortensia, la veo diferente, resentida con la vida. Los Ferrer son gente inescrupulosa, ya los conocemos. Todo el pueblo habla mal de ellos, y la mujer está presa.

−Dicen que mató al marido.

−Por eso… Hortensia hace mucho que tendría que haberse ido de allí.



En el espacio de la duda, Susan sentía la afirmación de lo inseguro. Existir frente a la continuidad de los espejos vivos, le permitían seguir siendo cobarde. Era el tiempo desconcertante que ya no podía sostenerla, pero ella daba guerra. El temor le desordenaba la conciencia, levantaba rejas y se convertía en jaula.

La pócima estaba dentro del cuerpo, era su tímido grito: arrodillado y memorioso.

Había vestido a Alma con sus ropitas de niña.

A doña Martina le dolía el corazón porque había guardado bajo siete llaves aquel tesoro. No es que no quisiera a Alma sino que todo parecía oscuro; necesitaba explicaciones que no llegaban, certezas, una mirada limpia, pero sólo hallaba monosílabos.

¿Hasta cuándo vivirían así?

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PERDER EL ALMA
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jueves, 29 de agosto de 2024

Perder el Alma (4-La libertad de Dolores-2da parte)

 

Mía apareció en la sala con los ojos llorosos y el alma en pena. Interrumpió la conversación que le parecía trivial frente a la ausencia de su hija. Sentía que no tenía derecho a ser feliz, a criar un hijo, a vivir como la mayoría de la gente. Mía no reconocía sus errores, era soberbia igual que Dolores y, ante el infortunio, se mostraba agresiva en vez de ser una mujer humilde y doliente.

−¡Tú tienes que traer de nuevo a casa a mi hija! –le gritó a Guillermo cuando lo vio sentado en el living con las manos cruzadas; parecía rezar un rosario entero mientras Roberto iba y venía de un lado a otro de la habitación buscando un rumbo a su propio camino sinuoso de cuatro paredes.

−Esta vez no sé cómo buscarla, no soy Dios ni mago. La policía tiene que hacer ese trabajo. La otra vez fue diferente porque yo llegué de sorpresa a la casa de la abuela Úrsula y estaba allí.

−¡Inútiles los dos! –vociferó Mía y comenzó a beber unos licores que tenía acumulados en una mesa con cristales tallados.

−¿No entiendo cómo pueden vivir así? –dijo Guillermo al observar la casa en completo abandono: revistas y diarios por todos lados, ropa sobre las sillas, vasos y platos sin lavar.

−¡Susan se fue! –gritó Mía otra vez−. Necesito una nueva sirvienta. ¿Conoces a alguien? Ya que te metes en lo que no te importa.

−Puedo preguntar en la parroquia. Lo único que te pido es que si envío a alguien la trates con respeto porque no todas son como Susan que resisten tantos años los gritos e insultos. Hoy la gente ya no se calla nada. Si quieres respeto tienes que empezar por respetar al otro.

−¡Siempre hablando como un cura! ¡Eres un hombre!

−Soy un hombre, por eso te aconsejo, pero tú igual que siempre prefieres desoír las recomendaciones. Así te va, hermana.

−Ahora te pones en verdugo.

−Lo que quieras. Me voy. Necesito saber el nombre del profesional que defiende a mamá.

−¿Por qué? –preguntó intrigado Roberto.

−Es un asunto mío, privado. Me lo pueden decir o tengo que ir a la prisión a preguntarle a mamá. Piensen que se trata de ella y de su libertad.

Roberto lo miró con recelo.

Algo le decía que su hermano Guillermo, el blando, el que nunca se enteraba de nada, tenía un plan. No podía entenderlo ni aceptarlo. Era él quien debía sacar de la prisión a Dolores y no el pusilánime de Guillermo.

“De dónde puede encontrar una prueba este inútil. Siempre fue muy miedoso y patético. Se fue de cura para protegerse de los temores y para escapar de las responsabilidades. ¡Cobarde! Esa cara de santo no lo exime de ser un hombre desordenado y vengativo. Que sea sacerdote no tiene importancia, para mí es el mismo Guillermo que se callaba todo y que lloraba por los rincones, pero luego iba con todos los chismes a papá para que él nos pusiera sus absurdos límites”, pensó Roberto antes de ir a buscar los datos del doctor para entregárselos a su hermano.

−Acá está anotado el nombre y la dirección.

−¿Es del pueblo?

−Sí. Se llama Gustavo Morales y vive en la calle Independencia al 3100.

−Está bien. Lo iré a ver lo más pronto posible.

−¡Y mi hija! –gritó Mía con egoísmo.

−Sal tú a buscarla, investiga, pregunta a los vecinos. ¡Haz algo! ¡Siempre esperando de los demás! ¿De dónde era Susan? ¿Del pueblo, de otro lado…?

−No sabemos.


−¡No saben porque nunca repararon en quien tenían al lado, por más que recibían mil atenciones. La gente es de alguna parte. Pobre, rica, merece un minuto de atención, merece escuchar sus necesidades, sus vacíos, los sueños. Hasta sus dolencias físicas. Las buscan para usarlas y cuando ya no las necesitan las desechan como un trasto viejo.

−¿Quieres decir que ella pudo vengarse?

−No sé. La cabeza teje y desteje, el rencor se acumula, también la indiferencia. La vida cambia y los cambia para bien y para mal. Algunos se enojan con Dios y otros lo aman más que nunca. El ser humano es impredecible y hay que temerle.

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miércoles, 28 de agosto de 2024

Perder el Alma (4-La libertad de Dolores-1era parte)

 


4-LA LIBERTAD DE DOLORES

 

Enojarse con Dios…

 

 

Guillermo ocultaba la carta, la de Clara Franch, la que encontró en la torre del monasterio junto al revólver de su padre y a los huesos roídos de aquella mujer. Las líneas borrosas y casi ilegibles decían que ella había sido la asesina y que había matado a Salvador Ferrer para vengarse de la soledad a la que la sometió, ya que después de abandonarla, casi en el altar, Clara no se había vuelto a enamorar. Se quedó cuidando a sus padres ancianos hasta que fallecieron, y luego comenzó a vagar por las calles del pueblo, enigmática y fantasmal, buscando consuelo en su llanto, intentando reconstruir su vida junto a Salvador. Como no pudo hacerlo de una manera normal, lo que planeó fue el tormento indirecto, insospechado y fantástico, el que nadie cree, el que parece una ficción.

Guillermo la veía siempre rodeada de mascotas, etérea, delgada y con los huesos como sables que asomaban entre los trajes de novia que usaba. Siempre vestida de blanco, pero sus pensamientos eran oscuros. No con él, parecía amarlo. Por eso el joven sacerdote creía que era su madre. Aunque pensaba, muy en el fondo, de que Salvador y Clara no se habían vuelto a encontrar después del casamiento formal con Dolores. Ahora esa carta podría traer un poco de luz a la encrucijada en la que se hallaban inmersos.

−¿Y mamá? –le preguntó a Roberto.

−Sigue detenida. El abogado es un inútil. Hasta ahora no ha podido hacer nada.

−Ella lo mató. ¡Pobre papá!

−¡No fue! ¡Mintió! –gritó Roberto−. Lo hizo para salvarme porque cree que fui yo.

−¿Fuiste tú? –preguntó Guillermo−. Confiesa. Yo soy un sacerdote y sabes que no hablaré. Si me lo cuentas en secreto de confesión nadie sabrá jamás lo que me confiaste.

−¡No fui! Yo no lo quería a papá porque me prohibía todo. No me daba una cuota de confianza. Necesitaba dinero y me obligaba a trabajar, quería hacerlo en su negocio y me enviaba a buscarlo a otro lado. No me prestaba el auto. Siempre estábamos peleando.

−Lo sé. Yo era niño, pero lo recuerdo bien. Tú tampoco ponías voluntad y siempre lo contradecías; no querías estudiar. Papá era un hombre muy formal y pedía lo mismo a cambio.

−Bueno… a los hijos hay que quererlos como son. ¿Acaso a ti no te tuvimos que aceptar como un cura? ¿Crees que a mamá le gustó?

−No, sé que no.

−¿Entonces?

−Todo eso no justifica una muerte. Nada, absolutamente nada, la justifica.

−Papá se suicidó –dijo Roberto para salir del paso ante el interrogatorio y los reproches de Guillermo.

−No sé. Todo es muy confuso y nunca se va a saber bien cómo fue y quién estuvo con él en el momento atroz de la despedida. ¡Dios querido, padre de todos los santos! No quiero imaginar ese día o noche en que papá se vio acorralado por su victimario. Debe haber sufrido, llorado, pedido perdón… Tal vez…

−¿Pedir perdón? ¿A quién?



−Al que lo sometió a las sombras, al asesino. Mamá tampoco lo quería y le hacía la vida imposible; pensaba que sin él podría ser libre y ahora está en la trampa que ella misma armó para deshacerse de sus propias inseguridades y locuras.

−Mamá me protege, ya te lo dije. Se ve que los santos que te abrazan fríamente en tu casa más lamentable todavía, no te permiten tener lucidez y te ciegan los ojos y el entendimiento.

−¡No seas irrespetuoso! ¡Tú, acaso, no consumes sustancias!

−Pero no soy un cura.

−Yo no tomo nada o ¿qué piensas?

−Que bebes alcohol.

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martes, 27 de agosto de 2024

Perder el Alma (3-La prófuga-2da parte)

 


Fidel tomaba mates mirando por la ventana el camino hacia la tranquera. Las vacas pastaban, y el molino de agua daba vueltas con su quejido asmático y doliente. Todo parecía tan apacible cuando no estaba Aníbal en la casa, pero ahora Susan había vuelto y con un regalo.

−Viejo, ¿no será que tuvo un hijo y no se atreve a decirlo por miedo a las reprimendas? Recuerda que hace meses que no nos viene a ver. Tal vez, el novio se le fue, la abandonó.

−No sé qué pensar. Si fuera así no se escondería.

−Quizá, no quiere ver a ese hombre. Digo… al supuesto novio.

−No sé, es todo tan extraño. Habrá que ir a hablar con los Ferrer para saber por qué se fue del trabajo.

−¡No se les ocurra! –se escuchó una voz que venía desde el cuarto.

Susan se asomó y los volvió a amenazar.

−Hortensia, por favor.

−¡No me digan Hortensia!

Los padres no entendían nada. Nunca le había gustado ese nombre. Decía que era de mujeres solteronas de principios de siglo. Renegaba del legado de su abuela, la mamá de Fidel, porque la hacía sentir anciana igual que ella, con aquel carácter retorcido y demandante. Siempre alerta y ordenando cosas como sargento militar y luego, de muy viejecita, pidiendo con llanto y con furia un respiro más, mientras les echaba todas las culpas.

“Qué fácil es tener demasiada gente alrededor para reclamar atención sin respetar los espacios, el tiempo y las horas. Qué fácil es tenerlo todo servido y solamente esperar que se consuma la vida”, pensaba Susan muchas veces cuando la recordaba en su casa antigua junto al camino rodeada de flores, y luego en su otra vivienda de pueblo con su hermana Elvira. Parecían dos cotorras armando un nido. Salían a la calle una detrás de la otra, en fila india; iban hablando, pero ninguna de las dos escuchaba lo que decía la otra.

−Mejor síganme diciendo Hortensia, así nadie podrá encontrarme.

−¿Por qué? ¿Acaso te conocen con otro nombre?

−No importa. Algún día se los diré, ahora es peligroso que lo sepan… Necesito ropa para la niña. ¿Tienes algo mío de cuando era pequeña?


Doña Martina miró a Fidel de reojo. Aquella era una jaula de locos. Le iba a costar seguir manteniendo esa farsa y actuar como si no pasara nada porque la situación no era normal. Susan ocultaba demasiados secretos; parecía rara, una mujer sin rumbo, una ladrona.

−En el ropero que tengo en la despensa está la ropita de cuando eras chica. La doblé y la guardé intacta. Es que es un recuerdo tan bonito. Me da pena.

−Debe estar comida por las polillas.

−¡No señora! –se enojó Martina−. La tengo envuelta en bolsas. Es un tesoro para mí.

−¡Qué vaya al pueblo a comprar ella misma su propia ropa para la hija! –gritó Fidel con indignación.

−¡No puedo! ¡Nadie me puede ver!

−¿Por qué?

−Porque soy una prófuga.

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PERDER EL ALMA
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lunes, 26 de agosto de 2024

Perder el Alma (3-La prófuga-1era parte)

 


3-LA PRÓFUGA

 

¿Te llamas Hortensia?

 

 

−Hortensia, ¿qué haces acá? –se escuchó entre las matas.

Don Fidel venía caminando entre la vegetación agreste con una rama que utilizaba de bastón para abrirse paso entre la maleza o por si aparecía alguna culebra. Lo acompañaban cuatro perros. Murmuraba bajito igual que los ancianos sin remedio, pero cuando levantaba la voz era porque estaba enojado. Llegó a la tranquera y se enfrentó con Susan y la niña en sus brazos.

−Hortensia –volvió a decir con más calma y se apoyó en un poste del alambrado.

A Susan le dolía el brazo de tanto sostener a la niña que ya se la veía cansada y llorosa.

−No me llame así −respondió con un hilo de voz, con tristeza y resignación.

−¿Y si te llamas Hortensia cómo te voy a decir? –exclamó don Fidel desorientado− ¡Vamos para la casa! Parada allí no ganas nada. ¡Qué locura habrás hecho!

−No me pregunte, papá. Ya le voy a contar con más calma. ¿Y mamá?

−Está haciendo una torta como todas las tardes. Sabes que la prepara para nosotros porque ella no come; dice que el dulce y las harinas le hacen mal a los intestinos.

Los dos caminaron hasta la puerta de la humilde vivienda pintada de blanco. La cortina descolorida dejaba ver la pobreza en la que vivían: baldes de agua, una canilla que goteaba, cuatro malvones y un pomelo. El burro, y atrás los galpones abarrotados de carros de abuelos, tractores viejos, trastos empolvados, gallinas y cerdos revolcándose en el lodo. El auto verde botella no estaba en el galpón.

−¡Mamá! –dijo Susan y la abrazó con la niña en el medio en un apretado y sentido encuentro que la dejó con llanto en los ojos.

Doña Martina estaba tan confundida como su marido Fidel. Cuando trabajaba con los Ferrer, los había visitado muy poco y por eso ellos se mantenían ofendidos. Pensaban que Susan se sentía avergonzada de tener padres humildes, con una propiedad pequeña y poco futuro. Por eso ella fue a trabajar de mucama, no pudo estudiar. En cambio, su hermano Aníbal había hecho tres años de abogacía en los tiempos de la dictadura militar, en los ´70. Aníbal era mayor que Susan. No se recibió y se dedicó a labrar la tierra igual que Fidel. Tal vez, escapó de aquello o lo obligaron… No se sabía, nadie preguntaba.

−Hortensia… ¿y ese bebé? –preguntó Martina y corrió la manta para verlo mejor.

−Es una niña y se llama Alma. No tiene padres, es huérfana.

−¿Y quién te la dio? ¿Acaso no tiene abuelos y tíos?

−Nadie –respondió Susan quien ocultaba el rostro para que no se le notara que mentía.

−Le vamos a dar de comer, pobrecita –dijo Martina sin hacer más preguntas−. Luego irás al pueblo a devolverla. Nosotros te acompañaremos; además, los Ferrer te saldrán a buscar. ¿Les dijiste que venías de visita?

−¡No iré a devolver nada! ¡No me obliguen! ¡Los Ferrer se pueden ir al infierno! –gritó Susan fuera de control.

−¡Por Dios, hija! ¿Qué has hecho?

Doña Martina sospechaba de algún manejo oscuro de su hija. No quería quedar involucrada, manchada; ellos eran honestos y demasiado derechos. Fidel se mantenía callado y, con las manos detrás de la espalda, caminaba de un lado a otro de la cocina. No quería enojarse porque se transformaba; intentaba calmarse, le hablaba a su yo interno. Martina lo miraba buscando respuestas, pero él desviaba la vista. Susan no podía contener los nervios y le ofreció la niña a Martina para que le diera la leche. Encontraron una mamadera de cuando Susan era pequeña y la acondicionaron para el momento. Alma no lloraba y los miraba con sus enormes ojos azules.

−Es muy hermosa, pero debe ser llevada con las autoridades. No sé. Creo que no se puede tomar un bebé por gusto para adoptarlo, aunque no tenga familia.

−¡No me importa si no se puede! –gritó Susan−. La niña es mi hija y ustedes deberán callarse porque si no me voy y no me ven más

−Hija, reflexiona –agregó Martina con voz dulce, intentando persuadirla de que debía volver atrás−. Si la trajiste del pueblo pueden venir a buscarla, estamos tan cerca.

En ese momento un auto, que venía por la calle levantando polvo, se detuvo.

Susan se asustó; se hallaba demasiado susceptible. Le arrebató la niña a su madre y se ocultó en los cuartos.

−¡Cuidado con decir algo! –amenazó.

−Es don Pascual que siguió para su rancho –gritó Fidel.

Susan se había recostado en el catre de adolescente y, con Alma a su lado, se durmió. Martina la miró con ternura y la dejó descansar; la tapó con una colcha tejida al crochet por la abuela Gloria y se fue a la cocina a hablar con Fidel. No podía creer lo que sospechaba. Susan siempre había sido una niña y luego una joven tímida, callada y obediente. Desconocía esos arranques de ira, su manera autoritaria de dar órdenes, el gesto adusto.

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PERDER EL ALMA
Me deben una vida...
-------------------------Madre hay una sola, El virus, La venganza, Los años 70, Locura, Amor incondicional, La trama del adiós.


Esta novela es la segunda parte de "La trama del adiós", pero se puede leer de forma independiente.

Algunos personajes de "La trama..." aparecen en esta parte, pero la historia es diferente.

¿Una venganza?
Según como se mire...


domingo, 25 de agosto de 2024

La nodriza esclava (Cap 6-La cruz-4ta parte)


     

 Los enemigos la trasladaron un día que se hallaba frente al mercado de perfumistas; ella no entendía el brutal arrebato. Abatida por la humillación de verse casi ultrajada se puso a llorar; hubiera preferido morir en un aljibe ante ese mismo criminal acoso o desangrarse bajo el sol, pero decidió poner energía en un pensamiento universal y místico.

El hombre encolerizado obligó a los presentes a satisfacer sus deseos con la delicada joven que tenía los párpados cerrados y se encontraba sumergida en un letargo sobrenatural.

Había lucernas que circulaban por las callejas de la población melancólica, forasteros bajo la lluvia, gente imaginaria y califas con acento francés. El calvero enlodado esperaba a las víctimas en la próxima noche y extendía sus redes para dilatar sus cuerpos. Los cálices ordenaban las horas.

El primer hombre intentó tocar a Isabel, entonces fue atravesado por un rayo que le produjo la muerte. Ante el estupor, todos huyeron; el prefecto la miró para afilar sus uñas de nuevo porque la odiaba.

Las ondas de luz vistieron su figura blanca y ella pudo marcharse por el empedrado vacío de almas pero apabullado de combatientes y villanos de antiquísimo poder.

Isabel creyó que ya estaba a salvo de la injusticia.

Al otro día, el padre de Simpronio la condenó a ser decapitada por un verdugo; no sabía que ella estaba consagrada a Dios. Frente al prefecto sacó la cruz; al rato, el hombre murió.

Isabel Law ahora estaba segura de que el crucifijo era milagroso, por eso debía guardarlo en un lugar seguro para ayudar a quien lo necesitase o simplemente para defenderse de los ataques. Tal vez, el desconocido de la caperuza no volviera en las crudas noches para condenarla, aunque lo habían hecho tantos que creyó igual que la muerte llegaría en cualquier momento.

Isabel  hubiera querido tener otra vida: criar párvulos en un corral, amansar ovejas, ser pastora, enseñar la doctrina de Cristo en las aldeas, ser nodriza de verdad, hacer la carrera de armas o escribir sonetos como los de Gracilaso de la Vega



“La piedad no puede consistir en cubrirse la cabeza con espesos velos, dar vueltas alrededor de una estatua o visitar altares… ni tampoco inclinarse… ante los templos de los dioses, y menos en inundar las aras con la sangre de los cuadrúpedos… sino en observar las cosas con ánimo sereno.”

                                                            Lucrecio

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LA NODRIZA ESCLAVA
--------------------------Enrique VIII, Lucrecio, La Torre de Londres, La Inquisición, Los verdugos, Inglaterra, Londres, Isabel, la nodriza.


Hasta acá llego con los capítulos de La nodriza esclava (Amazon),
la historia de la niña de quince años Isabel Law
que soñaba con ser nodriza de verdad
y solamente pudo ser dama de la corte, humillada hasta el hartazgo
por su rebeldía.
Se sentía perseguida por múltiples verdugos
y no confiaba en nadie salvo en la Cruz.
Fue fiel siempre a sus reinas, pero también mató por defenderse
en situaciones confusas.
Al final fue libre.
🙏
Gracias por acompañarme.

sábado, 24 de agosto de 2024

La nodriza esclava (Cap 6-La cruz-3era parte)

 


La joven lloraba y les tomaba las manos a la gobernanta y a la pequeña que gemía sin consuelo.

La madriguera era oscura y había tanta humedad que parecía que había llovido un mes entero.

Finalmente, Isabel fue liberada después de las súplicas de Lady Shelton y de su esposo a Enrique VIII y de la niña que tenía fiebre y no quería comer.

Isabel Law emancipada después de pasar  muchos días sin ingerir alimentos parecía un esqueleto. Auguste la llevó a la casa para darle las primeras atenciones; se había salvado de milagro. Podría haber caído por ese abismo, el que ella tanto temía; sin embargo, la zozobra estaba culminando.

Era mortífero seguir con esa agonía. Huir siempre de ese hombre que la envolvía en un vértigo sin freno ni límite. Quizá quería lujuria o simplemente la asustaba, pero era perseverante tanto como el llanto del bebé que escuchaba siempre. Tendría que ir de alguna bruja de ojos color pastel para saber el porqué de esa persecución absurda.

Judas volvía a ensombrecer la vida de una cristiana fiel con su garboso cuerpo de rufián. ¿En qué terminaría su existencia ilógica?  ¿En suicidio?

---Permitidme entrar ---se escuchó una voz.

Era el tío Baldomero que venía a devolver la cruz. La figura del anciano parecía  desapacible, pero al entrar en la choza mostró una forma de inocencia y la humanidad brotó de sus ya avanzados noventa años.

---Vengo a traer un crucifijo que he encontrado en mi alcoba de enfermo. Sobrina os entrego este regalo.

Baldomero no recordaba que pertenecía a Isabel y que ella, por su intermedio, lo había rescatado de morir.

---¡Oh espíritu divino, manantial sacrosanto de gracias y de dones ---decía Baldomero---. Fortifica mi ánimo, ilumina mi alma, endereza mis pasos, para que siempre cumpla con los sagrados mandatos y que nunca me aparte del camino, que Dios para servirle me ha mandado.

El tío hablaba igual que el apóstol Pedro; predicaba y mencionaba el monte Gólgota o calvario.

Baldomero Josuán se fue apoyado en su bastón; la barba nevada le cubría el rostro. Recitaba canciones vienesas y decía:

---Sólo premiará el eterno Padre al que mire a la Iglesia como Madre.

Isabel y Auguste, perplejos, lo vieron alejarse. La cruz estaba sobre la mesa y tenía luz propia. Ella la guardó en un cofre antiguo de níquel, y allí iba a dejarla hasta que la necesitara. En su poder el miedo se volvía coraje.

Al otro día, sucedió algo inesperado; el hecho dejó a Isabel desnuda frente a las inclemencias del destino que jugaba con su piel seca de anciana curtida al revés de la vida.

Simpronio, hijo del prefecto de la ciudad, estaba enamorado de ella. Él sabía que era casada pero no le importaba; se esforzaba, con tenacidad, por lograr su amor pero Isabel se negaba. Simpronio para justificar sus raptos de desesperación solía hacer cosas inverosímiles; en cambio, la joven aburrida de su acoso le demostraba cierta apatía peligrosa. Auguste no sabía nada.


A causa del tormento que le ocasionaban sus anhelos insatisfechos, Simpronio cayó gravemente enfermo; su padre instó a la muchacha a corresponder a su amor. Al recibir la negativa, el prefecto la sometió a juicio; arrancó sus ropas y la llevó a una casa de citas. ¡Pobre Isabel!, tan frágil y vulnerable, otra vez castigada por la desventura.

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LA NODRIZA ESCLAVA
-------------------------------Enrique VIII, Ana Bolena, La Torre de Londres, La Inquisición, Los verdugos, Isabel, Inglaterra.

viernes, 23 de agosto de 2024

La nodriza esclava (Cap 6-La cruz-2da parte)

 


Enrique VIII y María-hija de Catalina de Aragón


María era muy dócil y respetuosa. No obstante, pasaba mucho tiempo en sus actividades. Anna la vigilaba, de lejos, pues María quería realizar sus tareas sin espectadores. Entraba y salía de las cámaras reales como un relámpago, miraba todo con expectativa y placer. A Juana Seymour la quería y ella también; María debía ser protegida de los hombres de la corte y de los predicadores que lavaban almas. Ella era igual que Catalina: estatura baja, bonita y sensible.

Los servicios eclesiásticos comenzaban por la mañana. Presbíteros envueltos en nubes de incienso, atraían a la feligresía. María asistía a la iglesia, era católica como su madre.

Isabel entró al templo, brillaba con el traje modesto que parecía un uniforme. Estaban algunos nobles de la familia de Catalina con sus medallas e insignias, hombres de armas y los salterios con las reliquias de los antepasados.

A la derecha del altar, había flores y un centenar de espectadores y princesas. Las plataformas se erigían y dejaban espacio para las máximas autoridades.

Afuera, la gitana de abalorios de marfil se parecía a Ana Bolena; otros adivinos trataban de vaticinar los destinos sin saber que el hado es maquiavélico y marca un solo paso, el resto es propiedad del ser humano que transita por el camino de la vida.

Isabel comenzó a cantar como lo hacía siempre con su voz de criatura porque no era una novata; las arpas achispadas en la bruma sonaban como ecos celestiales. María lloraba de emoción y acompañaba los sones de las cítaras mientras algunos se sublevaban sin tener idea clara de las cosas.

En medio de ese coro axiomático se escuchó el llanto de un bebé, la pequeña hija de Ana Bolena y, en la multitud, como el mismo demonio, se elevó la figura del hombre de la caperuza.

Isabel derribó bancos, el mantel bordado del altar y huyó… María, extasiada por la bella voz de la dama de la corte, corrió detrás de ella. Anna gritaba y el rey daba órdenes a los oficiales, pero ambas se perdieron en la densa niebla de los parques.

Isabel y María se ocultaron en una gruta en medio de la noche y frente a los testigos huecos que movían sus huesos igual que marionetas desnudas. La joven princesa miraba a Isabel como si fuera su madre pero ella trataba de no custodiarla demasiado. No quería amarla por temor al castigo; reprimía su impulso devorador de mamá estéril porque le tenía mucho miedo al rey.

Por la mañana, fueron rescatadas de la caverna y llevadas ante Enrique. Anna se ocupó de María y el monarca ordenó a los guardias que llevaran a Isabel a la celda de condena, en los sótanos y sin comida por varios días.


La joven, en esa prisión, imaginó la rueda de tortura suspendida del techo sobre una cama que tenía esposas para las piernas y los brazos. Dichas esposas estaban conectadas a una palanca que se accionaba mediante una manivela que estiraba el cuerpo del rebelde sujetado con cuerdas. Luego se bajaba la rueda con sus púas de hierro doblado para aplastar sus huesos. Era un instrumento prehistórico que se usaba en la torre del suplicio, la más alta, la que tocaba el azul del cielo en la tenebrosa Torre de Londres. Isabel creía que la iban a ejecutar por haber transgredido las normas.

Lady Shelton, con la princesa en brazos, se deslizó por el polvoriento pasillo de los herejes. Llegaron hasta la celda sin ser vistas. Allí, frente a la ventanita de barrotes herrumbrados, la figura acurrucada de Isabel.

---¡Venid a la puerta! --–la llamó Lady Shelton---. Os rescataré de este infierno, confiad en mí.

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LA NODRIZA ESCLAVA
---------------------------Enrique VIII, María, Catalina de Aragón, Ana Bolena, La Torre de Londres, La Inquisición, La muerte negra, Londres, Inglaterra.

jueves, 22 de agosto de 2024

La nodriza esclava (Cap 6-La cruz-1era parte)

 



Catalina de Aragón fue sepultada en la catedral de Peterborough con la ceremonia
 debida a una princesa de Gales viuda,
 no la correspondiente a una reina.


LA CRUZ

  

Isabel fue a visitar la tumba de Catalina de Aragón con tono misericordioso. Había querido mucho a la reina por su inteligencia y sutileza, tan bella por fuera como por dentro; de esos seres transparentes que pasan por la vida con el vuelo de los ángeles. Acongojada y vestida de negro, Isa llevaba rosas blancas en las manos.

El monumento funerario en la catedral de Peterborough tenía la forma de un templete abierto. En su interior, estaba colocada la caja mortuoria con una losa de mármol irlandés. Fuera del santuario, en el presbiterio, se encontraban sus armas, las granadas y una cruz. La tumba honorable para una reina cristiana.

La dama pobre miró el sarcófago y como un tributo al cariño que sintió por ella le prometió que cuidaría a María de la tropa de Hampton Court y de su padre.

 

Durante el siglo XVI se produjeron cambios en los que tuvo un papel preponderante la burguesía.

La burguesía capitalista adquirió cada vez más fuerza al punto de que sus miembros resultaron prestamistas de las cortes; Necesitaban de su ayuda porque los gastos internacionales devoraban sus ingresos. Adelantaban a los reyes los tributos anuales del reino y les otorgaban empréstitos, a cambio de lo cual recibían la explotación de algún dominio real-minas, bosques-y el apoyo oficial contra la opinión pública y eclesiástica, que eran contrarias al préstamo a interés.

La burguesía industrial estaba formada por los mercaderes, fabricantes que gozaban de sólida posición.

La economía siguió siendo agrícola sobre todo en Inglaterra que era el país más industrializado, pero la técnica era deficiente y no permitía producir las cantidades suficientes para el consumo interno pues el trigo era considerado un lujo y el alimento popular era la soja y el pan de centeno. Como la tierra se agotaba había que dejarla descansar para que después la cosecha fuera de buena calidad.

 

Al palacio llegó, invitado por el rey, el maestro Juan L. Vives : filósofo, traductor de griego y de latín, filólogo y teólogo. Instructor de Catalina de Aragón y de su hija María . Sus obras motivaron polémicas y discusiones. La Iglesia no estaba demasiado conforme con su forma de pensar. Enrique VIII lo conoció; Sin embargo, no lograron ponerse de acuerdo. Vives demostraba su profunda erudición que irritaba al rey.

De repente, se acercó un oficial de la corte, con una luna plateada en la gorra, que llevaba una espada. Aproximó el metal a la mesa que compartían Vives y Enrique VIII . El filósofo se retiró del lugar sin preámbulos.

Isabel comprobó así hasta dónde llegaba la autoridad del rey; Pensó en no molestarlo jamás con sus quejas infantiles. Sería sólo una servidora esclava de los caprichos de los monarcas, del terror a los sacrificios, de la muerte que merodeaba igual que un jabalí en celo, de un bebé que lloraba en su imaginación, de toda la injusticia del siglo XVI y de su marido  Augusto Deux.


La hija de Catalina era hermosa y rubia, de una delicadeza extrema como su progenitora. Orgullosa y triste, María era muy afectuosa; por haber estado alejada siempre de su madre, la joven soportó las humillaciones de su padre con obediencia.

Una de sus damas preferidas había sido traída de España. La mujer de un metro y medio de altura tenía ojos emotivos y rulos de pelo blanco que le caían sobre la frente. De cerca, olía a bibliotecas carcomidas y estaba vestida de religiosa pero no lo era; Tal vez, pensó en esa indumentaria formal para el encuentro. Isabel , como siempre, se sintió desplazada a último plano.

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LA NODRIZA ESCLAVA
-------------------------------Enrique VIII, Catalina de Aragón, María, Isabel, La Inquisición, Las torturas, La Torre de Londres.