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La nodriza esclava (Cap I Juana de Arco. 1era parte)

 

Juana de Arco


El castillo se amparaba de las leyendas y obedecía las órdenes, era el padre de las prisiones.
Detrás de la reja, se veía el corredor abovedado cerrado al fondo por una puerta de madera claveteada y de hierro. Para enfrentar al enemigo: puentes levadizos y con rastrillo, edificios más altos que anchos protegidos en la parte superior por matacanes y en la zona inferior por desniveles, los muros cortina con camino de ronda dotados de merlones, almenas y atalayas.

La fortaleza estaba construida en piedra con “salientes” desde donde los soldados se podían proteger y lanzar flechas y saetas.
En el castillo Glamis Castle, las torres se abrían hacia el interior de modo que si el rival conseguía entrar alguna de ellas se hallaba a merced del contraataque de los defensores.
Un prestidigitador trataba de acelerar los encuentros en la somnolencia de los patios con antorchas que olían a rama de olivo, a viejas batallas de campo y a reyes que se retrataban vencidos por el dolor.

La familia estaba dormida detrás del aparejo de las paredes y de los bloques ajustados son argamasa de los cimientos.
Las construcciones visigóticas realizadas en piedras cúbicas que alternaban con hileras de ladrillo colocados en espina de pez eran el testimonio de una vida rígida, de temores, de acciones bélicas y de duelos.
De pronto, el puente se levantó y entró un caballero en un corcel blanco. Se dirigió hacia la zona de la realeza compuesta por sillares de piedra, amarillentos, ensamblados groseramente.

Al rato, el hombre salió con una doncella: Isabel Law. Cabalgaron por un camino entre viñas y prados. Ella escapaba de la tortura de una existencia estéril, pero lloraba porque no quería abandonar su mundo de servidora por una persona que, tal vez, no la conocía. Desconfiaba del francés Auguste Deux. La desorientaba su comportamiento enigmático en un cuerpo sin palabras, el egoísmo de querer arrebatarla de aquella familia y alejarla de una reina enferma que estaba cuidando…
¿Él era su salvador, el amor de su vida o un ladrón que sólo pensaba en sí mismo?



Isabel Law, una joven de catorce años, sufría los horrores del siglo XVl; la acechaba el miedo a morir y a quedarse sola por su condición de niña pobre.
La catedral de Elgin se hallaba en la parte baja de la ciudad.
Isabel se arrojó del caballo y se internó en las aldeas de los artesanos y campesinos.  Auguste Deux no la buscó porque estaba cansado de sus dudas; se sentía impotente.
El desconcierto se esforzaba por aclarar la bruma que invadía las iglesias, la curiosidad de los clérigos y de los labriegos. En las colinas, un jinete observaba, indiferente, con un escudo de cuero acorazado. Aceptaba la realidad sin inmutarse; tal vez no se sentía derrotado porque no quería a la doncella. A Auguste alguien le había quitado las fuerzas y el coraje para luchar y rebelarse.
Ella sentía que el amor era demasiado grande pero tenía que ayudarlo a morir para seguir viviendo.

La nodriza esclava
La nodriza rebelde

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