La primera mitad del siglo XlX, conocida como victoriana, fue el período más brillante de la historia inglesa. En esa época la estabilidad interna, la expansión colonial en la instalación del imperio, su potencial económico y su importante desarrollo intelectual y artístico la colocaron en la etapa de mayor prosperidad y esplendor.
En forma simultánea, se establecía en Francia el segundo imperio que debió afrontar una difícil política exterior pues se produjeron la guerra de Crimea en Rusia, la intervención en México y la guerra contra Prusia. Esta última fue fatal para Napoleón porque provocó en París una revolución que declaró “la República”.
En Alemania se completó la unificación que llevó a la formación de la confederación alemana primero y del imperio después, bajo el cetro del rey de Prusia.
Italia verificó la unidad con Víctor Manuel que contó para ello con la hábil política de su ministro Camilo Benso, conde de Cavour.
Por último, en España, después de una serie de crisis políticas, apareció la dinastía de los Borbones que gobernó hasta l931.
El cielo estaba gris, encapotado y a punto de desplomarse en esa tarde del 15 de enero de 1865.
El puerto, junto al estuario del Sena, en Francia, se hallaba poblado de un gentío que rompía la quietud; era demasiado evidente que el bullicio traía aparejado una serie de situaciones antagónicas e incontrolables.
En el vértice opuesto a la muchedumbre, una bella dama observaba los movimientos de sus hijos que merodeaban igual que exploradores en la selva negra. Eran nueve. Como sabuesos deglutían la ansiedad en ese atormentado lugar que los condenaba por los conflictos políticos a estar recluidos en la casa muchas veces en el día. No podían jugar al aire libre porque eran esclavos de los otros, aquellos que escribían las leyes. La euforia brotaba de sus entrañas en busca de la emancipación que les diera la posibilidad de sonreír sin rejas.
La madre era una señora diestra y frontal, de una delicadeza innata pero de carácter fuerte; esa mezcla de cualidades la hacía totalmente seductora a los ojos ávidos de los caballeros que circulaban por el andén en busca de aventuras y de romances efímeros. No obstante, ella era muy fiel a Juan José Bourdet, su esposo.
Francisca Dunoyer estaba vestida con un tapado largo con tablas en uno de sus extremos; con solapas y puños de piel en sus mangas amplias. El perfume “Violettas de Parma” era similar a aquél que usaba María Luisa, la esposa de Napoleón, ya que respondía a la moda y a los cánones de belleza imperantes en el viejo continente.
De---La abuela francesa
Amazon España
No hay comentarios:
Publicar un comentario