María
de la Cruz y Agustín se perdieron entre los sembrados tras los montecitos de
moras y aquel criollo se quedó observando el horizonte intentando calmar su
corazón bravío. Pensaba que no debía mirar así, con tanto amor, a una mujer
diferente, pura e inalcanzable; sin embargo, el cariño le brotaba cual
manantial y era imposible detenerlo. Se fue para su rancho y se recostó en un
jergón de chala a pensar. No sabía qué hacer con ese sentimiento que no conocía
y que pretendía olvidar, pero la imagen bella de María lo envolvía en las
noches serenas para decirle palabras que jamás había escuchado de una mujer.
Necesitaba afecto, del bueno, del auténtico.
------------❤Tu sillón vacío.
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