3-JOSÉ ASTURIAS
LAS LEYENDAS
DIOS SE LO PAGUE
‒Doler‒respondió.
‒El
alma duele después de tantas injurias y faltas de respeto. Yo me sentiría igual,
pero eso se va con el tiempo. De acá, en un par de años te habrás olvidado de
los abusos de ese mal hombre.
‒¡Cuerpo!
‒gritó Aluen quien no quería preocupar al padre Hilario, pero ya no podía más
del sufrimiento.
‒¿Qué?
¿Te duele el cuerpo? Hay que buscar un médico.
‒Sí,
padre, Jacinto de la tribu ‒alcanzó a responder con un soplo de aliento.
‒¡No!
El
padre Hilario cruzó la calle que daba a una plaza con dos banquetas a buscar a
José Asturias, el médico. Lo encontró de casualidad porque iba a visitar a un
anciano con neumonía que ya tenía poca resistencia; su deber era cumplir con la
vocación de servicio.
‒Por
favor, señor doctor, tengo en la iglesia a una joven india que está enferma. No
sé lo que tiene y sufre de muchos dolores. Tengo miedo. Nunca lo siento por mí,
pero sí por los demás.
‒Bueno,
vamos rápido que tengo otras visitas.
Cuando
llegaron a la iglesia, Aluen se hallaba en la cama en posición fetal por el
intenso dolor.
‒Voy
a revisarla ‒dijo el médico y el padre ser retiró del cuarto.
Al
rato, y después de hacer conjeturas y observaciones, preguntas que Aluen casi
no quería responder, el doctor dijo:
‒Querida,
estás embarazada. No me atrevo a asegurarlo pero por los síntomas es eso. No te
asustes, eres joven y resistirás. Acá no tenemos muchos recursos, solamente algunas
matronas que hacen buen trabajo ‒le contestó Asturias con cierta frialdad, como
quien va y viene, sin reparar en la desolación de Aluen.
‒¡No!
‒gritó la muchacha‒. ¡No! ‒Y se arrojó sobre el doctor, lo empujó y lo dejó
sentado como un harapo en medio de la cama.
‒¿Qué
le ocurre? ‒preguntó con ingenuidad el facultativo ante la llegada del cura ‒.
Me ha agredido y me ha lastimado.
‒Disculpe,
ya iré a su casa y le llevaré algo de la huerta como retribución porque no
tengo dinero ‒respondió el párroco apenado‒. No le haga caso, es sólo una niña
sin padres, desprotegida y torturada por la sociedad.
‒No
son maneras ‒volvió a exclamar mirando a Aluen quien lloraba desconsoladamente
de espaldas a ellos, como si estuviera en medio de la nada.
‒Le vuelvo a pedir disculpas. Mil gracias por haber venido. Dios se lo pague.
José
Asturias se acomodó la ropa como pudo y se lamentó, en su interior, por haber
venido a curar ingratos a esos parajes del fin del mundo. Más tarde,
reflexionó, ya en su casa, y llegó a la conclusión de que esa joven no tenía la
culpa de su proceder sino la misma sociedad que la marginaba. Quizá, no supiera
de quién era el hijo. Era una víctima.
El
padre Hilario se acercó despacio, le puso la mano sobre la cabeza y rezó una
plegaria que Aluen respondió porque la había aprendido en la casa de doña
Ramona.
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